La evolución intelectual y estética de Adam Zagajewski, recién distinguido con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017 y candidato al Nobel desde hace varios años, no se comprende sin su experiencia del exilio. Nacido en 1945 en la ciudad polaca de Lvov (hoy territorio de Ucrania), tuvo que dejar el país para escapar del comunismo. Durante su exilio en Europa y Estados Unidos, su poesía deja de estar centrada en la crítica política y pasa a reivindicar el fervor frente al desencanto nihilista que descubrió en sus países de acogida.
“Yo nací justo después de la guerra. Las generaciones, en literatura, tienen su importancia”, explica el poeta y ensayista polaco en una entrevista de Ángela Pujol, publicada en Nueva Revista (octubre 2016). Tras la Segunda Guerra Mundial se transformó radicalmente el mapa geopolítico europeo y Polonia, bajo la tutela de la Unión Soviética, pasó a formar parte de los países del Telón de Acero.
La ironía –dice Zagajewski– es un recurso higiénico cuando las cosas tienen un sentido; pero cuando se navega en el nihilismo, “encubre la pobreza de pensamiento”
“Yo veo mi generación como a la sombra de los desastres de la Segunda Guerra Mundial. Una sombra larga que aún hoy permanece. Es algo que me llevó tiempo comprender. Cuando era joven tenía otras preocupaciones literarias, pero terminé viendo que, si existe algo así como una lista de labores para los escritores, en la lista de mi generación está en primer lugar la de ser conscientes de esa sombra pero también contribuir a la reconstrucción de la vida. En mi caso, se podría decir que nací en medio de ruinas”, imagen con la que define a su país en aquellos años.
La huella del exilio
Vivió pocos años en Lvov, pues pronto se trasladó con su familia a Silesia. Más tarde, estudió Filosofía y Psicología en Cracovia. Zagajewski se educó con las ideas comunistas, impuestas desde todos los frentes, especialmente en la vida política.
Literariamente, en Polonia, al contrario que en la URSS o en otros países de su entorno, se vivió en la literatura una actitud más abierta, como cuenta en la entrevista citada: “Había censura pero estaba limitada a asuntos estrictamente políticos, a las expresiones abiertamente contrarias al régimen. Por lo demás, todo estaba permitido: yo crecí en una cultura más bien permisiva, y la disidencia consistía precisamente en romper con una confesionalidad íntima, privada, que nosotros considerábamos fácil en nuestro país. Era un contexto muy diferente al que había vivido, por ejemplo, el joven Brodski en Leningrado, donde ser confesional y metafísico era verdaderamente una rebelión. Para nosotros la rebelión era hacer cosas estrictamente políticas. Burlarse, criticar, decir no. En aquella época, a los 25 años, yo quería ser un poeta político que se alzara contra el totalitarismo, en la medida de lo posible, porque tampoco estábamos locos y queríamos seguir presentes en la vida pública”.
Zagajewski se opuso frontalmente al régimen comunista con sus acciones de protesta literaria y hasta con su poesía. Fue un destacado miembro de la “Generación del 68” o “Nowa fala” (Nueva Ola), inspirada y asentada en los lemas “Di la verdad” y “Habla claro”. Por sus problemas con el régimen, tuvo que exiliarse en 1982. Residió en París, Berlín y Estados Unidos, donde enseñó en la Universidad de Houston y de Chicago.
La experiencia del exilio transforma su concepción de la poesía: “Solamente después, más o menos a los 35, comprendí que era necesario de nuevo ser metafísico y confesional; vi que la poesía política era limitada, que el campo de imaginación política resultaba insuficiente como elección estética”. Regresó a Polonia en 2002, pero siguió viajando a París y Houston.
Discípulo de la gran literatura polaca
Aunque ya había publicado algunos ensayos y libros de poemas en su país, las obras que publicó fuera de Polonia le hicieron cada vez más famoso. Sus escritos bebían directamente de una tradición insólita para los poetas y lectores occidentales, aunque no renegó de la cultura occidental. Se inspiraba en Simone Weil, W. H. Auden… y hasta en Antonio Machado, poeta muy valorado por el autor, pero también en los grandes escritores de la literatura rusa, como Ósip Mandelstam y Joseph Brodski, y en los grandes nombres de la literatura polaca contemporánea: Aleksander Wat, Józef Czapski, Czesław Miłosz, Zbigniew Herbert, Wisława Szymborska…
La reciente historia de Polonia vacunó a los polacos y a sus escritores contra la desencantada interpretación de la vida
Y poco a poco Zagajewski, candidato desde hace años al Premio Nobel de Literatura, se convirtió en una referencia internacional para los lectores occidentales, que descubrieron gracia a él un nuevo camino poético que mezclaba la sencillez y el culturalismo, el sentimiento con la razón, el asombro con las dudas sobre el destino.Y siempre con el acompañamiento musical, la constante presencia de la música como anhelo y fuente de inspiración. Una literatura, pues, radical, concebida como “una terapia, una forma de entender el mundo”.
A los libros poéticos se sucedieron libros de ensayos y biográficos y también la concesión de importantes premios literairos, como el Kurt Tucholsky (1985), el PEN Club de Francia (1987), el Vilenica (1996), el Tranströmer (2000), el que concede la Fundación Literaria Konrad Adenauer (2002) y el Neustadt (2003).
Memorialismo incisivo y cordial
De sus libros biográficos destacamos En la belleza ajena, que está a mitad de camino entre el libro de memorias y el dietario. En este título, muy elogiado por la crítica, el poeta polaco repasa algunos momentos de su vida, como los años de estudiante en Cracovia, donde aparecen interesantes reflexiones críticas sobre la Polonia comunista. Y rememora algunas actividades de la disidencia polaca, su relación con grupos de intelectuales católicos e incluso cuenta una entretenida anécdota en casa de sus tíos con un joven sacerdote, que llegaría ser Juan Pablo II (ver Aceprensa, 18-02-2004).
También habla extensamente de su trabajo literario. En este sentido, en el libro aparecen desperdigadas sugerentes perlas sobre la literatura y la vida: “El escritor que lleva un diario íntimo anota en él lo que sabe. En el poema o en el relato anota lo que no sabe”. Zagajewski se presenta también como un intelectual que lucha además por liberarse de la propaganda comunista y de las ideas filosóficas que estaban de moda en aquellos años, en la órbita de un existencialismo nihilista. Tampoco se conforma con un objetivo literario, pues piensa que la creación artística exige una mirada más profunda: “La literatura, como la filosofía, debe hacerse sin cesar las preguntas últimas”.
Ensayos para entender el mundo
Zagajewski ha cultivado con asiduidad el ensayo. Uno de sus libros más destacados es En defensa del fervor, que reúne trece ensayos escritos en diferentes momentos de su trayectoria. En ellos, sirviéndose de sus recuerdos, describe su relación con algunos famosos escritores y artistas polacos, y profundiza en su visión de la literatura. En la mayoría de los textos hay un claro hilo conductor: Polonia, su reciente historia y cómo los dramas que ha padecido han determinado una visión distinta del ser humano, de la política y hasta de la estética, lo que ha vacunado a los polacos y a sus escritores contra la desencantada interpretación de la vida que emana de la egocéntrica y esnob cultura occidental, traspasada de ironía y que ha alejado al artista occidental de la posibilidad del fervor, del descubrimiento de lo sagrado.
La ironía –dice Zagajewski– es un recurso higiénico cuando las cosas tienen un sentido; pero cuando se navega en el nihilismo, “encubre la pobreza de pensamiento. Porque si no se sabe qué hacer, lo mejor es volverse irónico”. Más todavía: “Lo que esperamos de la poesía no es el sarcasmo, la ironía, la distancia crítica, la sabia dialéctica ni el chiste inteligente (…), sino la visión, el fuego y la llama que acompaña a los descubrimientos espirituales”.
Interesante libro que contiene también confesiones personales sobre su propia manera de entender la literatura: “En Polonia, los poetas, en vez de hacer caso a los preceptos ascéticos del catecismo modernista y retirarse al jardín de las metáforas herméticas, se dedicaron con gran entusiasmo a investigar las dolencias del mundo y, a juzgar por el interés que despierta su obra, hicieron una elección interesante”.
“Más o menos a los 35 [años], comprendí que era necesario de nuevo ser metafísico y confesional; vi que la poesía política era limitada”
Otro ensayo, este con muchas claves biográficas, es Dos ciudades. En él, Zagajewski reflexiona sobre los lugares que formaron su vocación de escritor. Recuerda cómo influyó la ciudad polaca de Lvov en su vida y en la de toda su familia hasta su deportación a Silesia. Este sentimiento de perpetuo exilio es una constante en su vida literaria, pues hasta su regreso definitivo a Polonia tras la caída del muro de Berlín, ha vivido en diferentes ciudades y países. En este libro dedica algunos capítulos a comentar la obra literaria de otros escritores (como los diarios parisinos de Ernst Jünger y de Paul Léataud) y a la evocación de otros lugares que le han marcado, como Cracovia.
Poética de la búsqueda
En España, las editoriales Acantilado y Pre-Textos han publicado casi toda su obra poética, de los que destacamos varios títulos. Tierra de fuego es un poemario en el que se aprecian nítidamente los ingredientes de una poética que se inspira en lo cotidiano (viajes, noticias, cartas, cuadros, recuerdos, sonidos) para elevarse sobre esa realidad y acercarse al misterio, a los signos y a las grandes preguntas que la vida siempre encierra, sin olvidarse del tiempo histórico concreto que le ha tocado vivir.
Zagajewski utiliza un estilo repleto de imágenes visuales (a veces difíciles de captar), asociaciones inesperadas con las que expresa las perplejidades e incertidumbres que afectan a la sociedad actual. Pero hay un salto cualitativo en esta concepción de la poesía: su contemplación del mundo no se queda en lo trágico o en lo negativo, que fácilmente conduce a actitudes escépticas, nihilistas o cínicas; en él hay asombro, dudas, pero también capacidad de contemplación, espacio para la belleza y cierta esperanza en el hombre y en su capacidad para el bien.
Otra obra que puede servir para introducirse en su literatura es Antenas, que recoge poemas escritos en 2003 y 2005. En ellos quiere alejarse de la interpretación política de la realidad a través de la poesía; para él, “la poesía está en otra parte, más allá de las inmediatas luchas partidistas, e incluso más allá de la rebelión –aun la más justificada– contra la tiranía”. Antenas es una excelente muestra de cómo para él la poesía, como la filosofía, es una búsqueda honesta de la belleza.
El último libro que se ha publicado en España es muy reciente: el ensayo Releer a Rilke (Acantilado, 2017).