También poeta y narrador, la literatura de Ramón Eder (1952) se ha decantado finalmente por los aforismos, género que atraviesa un buen momento en la literatura española y del que el autor es uno de sus más logrados representantes. Este volumen reúne sus libros anteriores de aforismos: La vida ondulante (2012) y Aire de comedia (2015), a los que se añade una tercera sección llamada Aforismos del Bidasoa.
“Un buen aforismo es un relámpago en las tinieblas”, escribe Ramón Eder. Y este aforismo explica bastante bien el sentido de un género literario que, como escribe Enrique García-Máiquez en unas palabras liminares, “responde, sin duda, al espíritu de nuestro tiempo y viene a sanarlo con su propia medicina de intensidad, velocidad y dispersión, como un tratamiento de choque”. García-Máiquez es otro de los autores contemporáneos que también frecuenta este género (ver Palomas y serpientes).
Los aforismos permiten contemplar la realidad bajo una nueva luz. Descubren aspectos insólitos de la vida y alumbran verdades escondidas. Destacan por su agudeza, por emplear “paradojas inquietantes”, por su “ética sutil” y por su capacidad para provocar sorpresas lingüísticas. Es, con palabras del autor, un “género superficial y profundo a la vez”.
Como notas distintivas del género apunta Eder la perfección formal, la agudeza y la lucidez. En su caso también hay que añadir el sentido del humor y la ironía (“la ironía es mi patria”). La literatura clásica está plagada de máximas y sentencias solemnes y graves, pero Eder dice que también hay verdades alegres y que “los aforismos humorísticos pueden ser tan lúcidos como los sepulcrales”. Varios ejemplos: “Acabarán prohibiendo hasta fumar la pipa de la paz”; “La vida en sus mejores momentos es cursi”.
Son muchos los temas que aparecen en estos aforismos. Algunos están relacionados con el mundo de los escritores y la literatura: “Se le subió a la cabeza un premio literario que le dieron en el colegio y ya no se recuperó nunca”; “Regalar libros que nos gustan es la forma más generosa de ejercer la crítica literaria”; “Sólo el escritor que escribe por dinero sabe por qué escribe”. Hay también felices intuiciones estéticas (“Sobre todo, no ser pomposo”; “Los fuegos artificiales no me gustan porque son bonitos”), brillantes observaciones vitales (“El carácter se forma los domingos por la tarde”; “Siempre resulta irritante que nos hablen con tono paternalista”), sabias reflexiones existenciales (“Haber tenido una infancia feliz es un serio obstáculo para el resto de la vida. Sólo se puede ir a peor”). Y certeros comentarios sobre la realidad (“La lucha por el poder suele ser terrible, pero la lucha por las migajas del poder es siempre patética”).
Todos juntos forman, además, el autorretrato del escritor y dan muchas claves sobre su filosofía vital. En estos aforismos, Eder contempla el mundo desde un original e irónico punto de vista, con lúcidas e instantáneas impresiones llenas de belleza, originalidad y sentido común. Para Carlos Marzal, autor del prólogo, “los aforistas, salvo excepciones contadas, no son filósofos, sino simples moralistas domésticos, paseantes con capacidad de juicio”.