Autocrítica de una militante pro vida

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La norteamericana Abby Johnson, antes directora de una clínica abortista y hoy defensora del no nacido, lamenta las divisiones entre los pro vida. Un segundo artículo muestra el trabajo del movimiento en ayuda de las embarazadas.

Antes directora de la sede de Planned Parenthood, el mayor proveedor de abortos en Estados Unidos, Abby Johnson se convirtió en una activa defensora de la vida tras ver la ecografía de un feto de 13 semanas. Johnson se vio envuelta en las maniobras y fue sometida a intimidaciones por parte de Planned Parenthood, que le acusaba de haber robado documentos confidenciales, pero finalmente los tribunales la absolvieron (ver Aceprensa, 19-11-2009). Su historia aparece recogida en Unplanned, libro autobiográfico que se publicó el año pasado en Estados Unidos.

En unas declaraciones a ChristianityToday, Johnson aprovecha su cercanía con las organizaciones pro vida para hacer algo de autocrítica. Afirma que su experiencia en el movimiento pro vida no ha sido tan satisfactoria como esperaba; más bien, se encuentra decepcionada. “La gente me pregunta -cuenta- si me han atacado los abortistas y yo digo que no, que he sido duramente golpeada por los pro vida”.

A diferencia de los grupos partidarios del aborto, que actúan de forma unitaria porque existe un sentimiento de lucha común y unos intereses, los pro vida, según Johnson, pierden demasiado el tiempo discutiendo los modos y las formas de protesta, en lugar de centrarse en lo importante: la defensa de los no nacidos. Además, la causa pro vida se encuentra fragmentada y existen importantes luchas internas. Todo ello termina debilitando la eficacia política y social del movimiento.

La conversión y las discrepancias confesionales

Ya antes de dejar Planned Parenthood, Johnson tenía inquietudes religiosas. Como explica en su libro, ella y su marido quisieron integrarse en una Iglesia baptista, pero no la admitieron por su puesto en la clínica abortista. Entonces se acercaron a los episcopalianos, que no le pusieron objeción a su trabajo en Planned Parenthood, y en cambio reaccionaron con recelo cuando pasó a las filas pro vida. Por eso, finalmente Johnson y su marido solicitaron ser recibidos en la Iglesia católica.

Tras dos años en el movimiento pro vida, Johnson se ha percatado de la falta de cooperación y sintonía también entre las diferentes confesiones religiosas, que a veces se traduce en enemistad manifiesta. De ahí que se lamente en estos términos: “Mientras nos enzarzamos en luchas confesionales internas, mueren niños y mujeres sufren; esto es algo que me rompe el corazón”.

Para Johnson, el movimiento pro vida podría aprender un poco de las tácticas organizativas y de la unidad de los abortistas. Ella misma está convencida de que su experiencia como directora de una clínica puede servir para dotar de mayor eficacia al esfuerzo en defensa de los no nacidos y sus madres. Junto a su trabajo como consultora de Coalition for Life, un grupo opuesto al aborto, Johnson se preocupa de transformar los centros de apoyo a mujeres embarazadas que, según ella, están anticuados y poseen una estética que puede causar rechazo en las adolescentes. Para ella, es fundamental que estos centros empiecen a gestionar mejor sus recursos y que se conciban como competidores de Planned Parenthood.

El apoyo del movimiento pro vida a las mujeres

Coincidiendo con las declaraciones de Johnson, en The Public Discourse se ofrecen datos sobre la ayuda que prestan las organizaciones pro vida a las madres que deciden seguir con su embarazo o que han abortado finalmente. De esa forma se pretende desmontar la idea de que al movimiento en defensa de la vida solo le interesa la vida “desde la concepción hasta el nacimiento”, como han criticado los abortistas.

Según esta publicación, son cerca de dos millones al año las mujeres norteamericanas que acuden a los centros de ayuda a la mujer embarazada. En ellos se dispensan cuidados prenatales, pruebas clínicas o tratamientos contra enfermedades de transmisión sexual, así como clases de preparación al parto y asistencia de matronas para las dudas posteriores al nacimiento. Las mujeres y -en su caso- sus parejas pueden recibir también ayuda material y laboral. Otro servicio de los centros es la asistencia médica y psicológica tras el aborto.

Para las mujeres y los niños en situación especialmente precaria existen cerca de 350 residencias de acogida gestionadas por grupos pro vida. Además, la mayoría de estos servicios se presta gratuitamente. Como explica The Public Discourse, una gran parte de estos centros asistenciales tiene carácter religioso: entre otras confesiones, la Iglesia católica es, a juicio de los autores, la institución pro vida más importante de Estados Unidos, y se ha destacado en la ayuda a los más necesitados, sea de la clase que sean.

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