Plásticos: se acaba la barra libre

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Para que a una persona le caigan 40.000 dólares de multa o cuatro años de cárcel, debe de haber hecho algo muy gordo, y en Kenia entienden que producir, vender o aun llevar consigo bolsas de plástico es justamente eso. Resulta que las bolsas estaban asfixiando al país –y nunca mejor dicho: muchos hacían sus necesidades en ellas y las arrojaban dondequiera–, por lo que en agosto de 2017 entró en vigor una ley para prohibirlas.

Meses después, “nuestras calles están más limpias –afirma a The Guardian David Ong’are, directivo de la agencia local de Medio Ambiente–. Ya no ves bolsas volando por ahí, llevadas por  el viento. Los cursos de agua se obstruyen menos, y los pescadores de la costa del lago Victoria encuentran menos bolsas prendidas en sus redes”.

“Reducir el volumen de plástico que se produce actualmente tal vez sea la manera más fácil de resolver este problema mundial”

Tal vez a Kenia se la ha ido la mano en lo de penalizar el plástico, pero no es la única que quiere atajar el problema: otros países africanos toman nota y consideran aplicar medidas semejantes. En Europa, entretanto, Francia ha anunciado que desde 2020 no permitirá la venta de vajillas de ese material, mientras que España, Alemania, Gran Bretaña y otros han ido introduciendo la obligación de pagar por las bolsas de la compra. Además, la Comisión Europea quiere que en 2025 se recicle el 90% de las botellas, y propone prohibir los plásticos de un solo uso, como los bastoncillos de algodón, los envoltorios de caramelos, los cubiertos, las pajillas, etc..

A simple vista, parecería un sinsentido: todos los objetos mencionados parecen imprescindibles para la vida moderna. Pero hay un problema: muchos de ellos irán a parar a la basura, y a diferencia de una piel de plátano, tardarán decenas o cientos de años en descomponerse.

En lo que se desvanecen, se quedan por aquí, bien taponando los conductos de desagüe –lo que sucede con las toallitas húmedas–, bien aprisionando a los animales  –como le ocurrió en un vertedero español a una cigüeña, captada por la cámara de National Geographic–, o bien sirviéndoles de “alimento” a las ballenas. Una de ellas, al recalar en la costa tailandesa semanas atrás, vomitó cinco bolsas plásticas y murió poco después. Le quedaban unas 80 en el estómago.

Millones de toneladas al agua

La negativa china a admitir más desechos plásticos de Europa y EE.UU. puede suponer un mayor impulso a la innovación en la gestión de estos residuos

En honor a la verdad, el plástico ha resuelto muchos dolores de cabeza. Los paracaídas de las tropas aliadas durante la II Guerra Mundial ya se confeccionaban en parte con ese material. En muchos exámenes médicos, es impensable que el especialista trabaje a mano pelada, mientras que muchos dispositivos para implantes tienen algún componente plástico.

La producción de este material ha escalado vertiginosamente desde los años 50. Si en la década siguiente se producían 2 millones de toneladas al año, en 2015 la cifra subió a 407 millones. De esta cantidad, la mayor parte correspondió a productos como los envases y embalajes (146 millones de toneladas), cuya vida útil es de menos de seis meses. Le siguieron los plásticos utilizados en la construcción (65 millones de toneladas), que se desechan al cabo de 35 años, y los de usos varios (en la asistencia sanitaria y la agricultura, entre otros, con 47 millones).

Lo preocupante es justamente que su composición química garantiza su resistencia a la degradación. Así, lo que para la industria es una ventaja, para el medio natural es un problema, y uno de grandes dimensiones: cada año se vierten al mar unos 8 millones de toneladas de plástico. No es solo que estrangule a las tortugas y los delfines o acabe atrofiando el sistema digestivo de las ballenas: es que allí, sometido a la acción del sol y el agua, termina fragmentándose en trozos más y más pequeños, en micropartículas que son engullidas después por los peces, las aves, los cetáceos, las focas…

Con trozos de plástico grandes o pequeños en el vientre, las especies experimentan obstrucciones intestinales que les pueden ocasionar la muerte, o una sensación de hartazgo que les inhibe el apetito, lo cual incide negativamente en su crecimiento.

Y preocupan los animales, pero también las personas. Según datos acopiados por National Geographic, equipos científicos han encontrado micropartículas plásticas en 114 animales marinos, de los que la mitad forman parte de la dieta humana.  Las anchoas, por ejemplo, se tragan los trocitos a los que se adhieren algas. Después los pescaditos terminan en una lata en el supermercado y…

Bueno, tampoco es tan así.

“Y póngame una de plásticos al ajillo”

Los polímeros, al ser químicamente inertes, no implican por sí mismos un riesgo para la salud humana

La preocupación por la abundancia de plástico en el océano es muy legítima. Según cálculos, si el vertido de desechos sigue su ritmo actual, para 2050 el volumen total de estos en el mar puede superar, en peso, al de los peces.

Ahora bien, lo de masticar un filete de merluza y notarle un “sabor a plástico” no es exacto, básicamente porque esas partículas no salen del intestino de los animales, que tampoco puede metabolizarlas.

Expertos citados en un artículo de The Economist recuerdan que los polímeros, al ser químicamente inertes, no implican por sí mismos un riesgo para la salud. Sí habría que estar alerta –aunque no hay estudios concluyentes– a algunas sustancias tóxicas presentes en el mar y que puedan “pegárseles” a los fragmentos que después ingieren las especies. Pero aún no se ha constatado que dichas toxinas puedan pasar del tracto digestivo a la carne del pez, como ocurre con el mercurio.

En cuanto a lo de “cenar plástico”, el único indicio en ese sentido es un estudio belga con bivalvos (como los mejillones, las almejas, etc.). Con estos sí que el polímero puede entrar en la dieta humana, pues a diferencia de los peces, a los que se les quita el intestino antes de comerlos, a los moluscos se les retira la concha y se comen enteros.   

No obstante, que acabemos en el tanatorio por haber ingerido plástico es, de momento, una posibilidad remota. En un informe de la Lancet Commission sobre las muertes causadas por la contaminación ambiental, se señala que en 2015 hubo 9 millones de decesos como consecuencia, en primer lugar, de la mala calidad del aire. Los factores que le siguieron fueron la polución del agua, la presencia de carcinógenos en el lugar de trabajo, los contaminantes del suelo y el plomo.

¿El plástico? No aparece por todo aquello.

Del portazo de China, a la innovación

De 2 millones de toneladas de plástico producidas cada año en los 60, en 2015 la cifra subió a 407 millones

No le hará al hombre tanto daño como el resto de los contaminantes, pero esa acumulación exponencial del plástico en el medio natural atenta, como se ha visto, contra la vida animal y contra la limpieza de las aguas y las costas, con el turismo como “víctima colateral”. Todo ello es lo que impulsa a cada vez más gobiernos a prohibirlo, y a muchos investigadores a crear métodos para colectarlo y, si es posible, eliminarlo del todo.

La reciente decisión de China –hasta el año pasado el mayor importador de esos desechos, con un 52% del total– de no admitir más basura plástica de Europa y EE.UU. supone ya tensiones económicas. A día de hoy, el Viejo Continente recicla apenas el 30% de sus plásticos, y los norteamericanos aun menos: un 9%. Al no poder enviarlos fuera, los ayuntamientos estadounidenses deben pagar más a las recicladoras locales para que gestionen adecuadamente esos residuos –y ya se encargarán de subirles la factura a los residentes–. Pero quizás el portazo chino sea el incentivo necesario para que Occidente ponga más recursos en función de innovaciones que solucionensatisfactoriamente la cuestión.

Deutsche Welle, en un artículo sobre este tema, cita ya algunas iniciativas, como la de una empresa polaca que fabrica platos y cubiertos desechables a partir de salvado de trigo; o la elaboración, por parte de una compañía china, de cepillos, partes de ordenadores, cortinas de baño, etc., con bambú. Y para recuperar lo que ya está vertido en el mar, la holandesa  Ocean Cleanup ha ideado un sistema para atrapar todo el plástico disperso en 100 kilómetros a la redonda de una baliza flotante.

Desvanecerlo, sí, y también producir menos

Para que a una persona le caigan 40.000 dólares de multa o cuatro años de cárcel, debe de haber hecho algo muy gordo, y en Kenia entienden que producir, vender o aun llevar consigo bolsas de plástico es justamente eso. Resulta que las bolsas estaban asfixiando al país –y nunca mejor dicho: muchos hacían sus necesidades en ellas y las arrojaban dondequiera–, por lo que en agosto de 2017 entró en vigor una ley para prohibirlas.

En otra de las opciones, la de hacer desaparecer el plástico, también parece haber avances. Más de un año atrás expertos japoneses dieron con una bacteria que “devoraba” el polímero, y más recientemente un equipo internacional dirigido por el investigador británico John McGeehan, de la Universidad de Portsmouth, ha descubierto casi accidentalmente la estructura de la enzima de la bacteria que elimina ese material. El profesor Oliver Jones, de la RMIT University de Melbourne, conoce el trabajo de McGeehan y explica a Aceprensa cómo funciona el proceso:

“Los plásticos son polímeros, materiales hechos de subunidades similares entrelazadas. Usualmente, una vez que se forma el plástico, es muy difícil quebrar el nexo entre las subunidades para romper el material.  Lo que hace la enzima es reducir un tipo particular de plástico (el polietileno tereftalato, PET) a sus subunidades monómeras, que no son realmente desechos. Las enzimas son biodegradables, así que, si el proceso se optimizara, todo lo que se obtendría de retorno serían los bloques originales que construyen el plástico, que se pueden reciclar. Al menos esa es la teoría”.

La posibilidad, sin embargo, de que, si tiene éxito la enzima, su uso descontrolado derive en el fin de los plásticos “buenos”, puede suscitar temores. Sobre esto le preguntamos: “Esa no es una preocupación –apunta–. Las enzimas, incluida esta, son en su mayor parte muy específicas. En este caso, solo destruirá el PET y no otros tipos de plástico. La cuestión clave, empero, es ‘si tiene éxito’. Todavía queda un largo camino por recorrer antes de que se pueda reciclar una enorme cantidad de plásticos por medio de enzimas, por lo que reducir primeramente el volumen  que se produce actualmente tal vez sea la manera más fácil de resolver este problema mundial”.

La basura, a los ríos. Y de los ríos, al mar

En el tema de la contaminación marina por plásticos, EE.UU. y Europa tienen que hacer sus deberes, aunque no son los que vierten la mayoría de estos residuos al océano. Según National Geographic, China encabeza la lista, seguida por Indonesia, Filipinas, Vietnam y Sri Lanka, a los que la revista Science, en 2010, sumaba a Tailandia. 

Buena parte de los desechos no son arrojados directamente al mar, sino que llegan en la corriente de los ríos. En China, el Yang Tse arrastra cada año consigo más de 28.000 toneladas, e igual pasa con el Ganges, en la India; el Pasig, en Filipinas; el Brantas, en Indonesia, etc. En Europa, entretanto, la corriente del Rin lleva hasta 13.000 toneladas, y en América del Sur el Amazonas descarga más de 28.000.

 

Para saber más

“Guerra al plástico” en Europa

Plastic Planet

La cara oculta del consumo

El ser humano y su acción sobre la naturaleza

 

 

 

 

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