Diversidad de criterios en las estrategias contra el SIDA

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Al menos pasarán diez años hasta que exista una vacuna eficaz contra el SIDA. «Se trata de un periodo mínimo y los retrasos podrían alargarlo», declaró un premio Nobel de Medicina, David Baltimore, en el V Congreso mundial sobre retrovirus y enfermedades infecciosas, que tuvo lugar en Chicago del 1 al 5 de febrero.

Ante tan larga espera, el programa de las Naciones Unidas contra el SIDA es favorable a que las terapias ahora en uso se pongan a disposición de los países del Tercer Mundo, a pesar del elevado coste. En los países subsaharianos viven el 70% de las personas infectadas por el virus VIH. En cambio, el Banco Mundial y otras instituciones piensan que el esfuerzo financiero debe concentrarse en la investigación sobre nuevas vacunas y en la prevención en países donde las terapias no están disponibles.

En una conferencia sobre el SIDA del pasado diciembre (ver servicio 177/97), el presidente francés, Jacques Chirac, anunció que propondría a las Naciones Unidas crear un Fondo internacional solidario para facilitar la difusión de tratamientos del SIDA en países en desarrollo. Para crear ese fondo, Chirac esperaba contar al menos con el apoyo financiero de tres fuentes: el Banco Mundial, las multinacionales farmacéuticas y el Fondo Monetario Internacional. Pero parece que, por el momento, el Banco no ha sintonizado con esas intenciones.

La estrategia de difundir las triterapias del SIDA en países menos desarrollados ha quedado debilitada por nuevos estudios que ponen de relieve los límites de tales terapias. Aunque la asociación de los fármacos durante cinco años produce mejoras espectaculares de los enfermos e incluso reducen el virus hasta límites indetectables, no consiguen exterminarlo. Si disminuye la intensidad del tratamiento, resurge la infección. No todos los enfermos soportan alargar -hasta un total de seis o más años-estas terapias que, por lo demás, son siempre muy caras.

Otra cuestión debatida en el congreso de Chicago es si debería establecerse una declaración obligatoria de personas seropositivas (cuando el virus está latente pero no activo), y no sólo de los casos clínicos de SIDA. Para los epidemiólogos la obligación de declarar la seropositividad haría más certeros los estudios sobre la evolución de la enfermedad. A juicio de estos expertos, con el impacto de las terapias combinadas y la capacidad para prolongar el equilibrio inmunológico de los pacientes se retrasa la declaración oficial de SIDA en personas infectadas, y se crea la impresión de que la enfermedad está en regresión, cuando no es así.

Según declaraciones a Le Monde (4-II-98) del profesor Kevin M. De Cock, director del departamento de epidemiología del SIDA en el Centro para el Control de Enfermedades (Atlanta), entre los especialistas de Estados Unidos hay consenso en que hace falta modificar la vigilancia de la epidemia, «pero hay dos concepciones enfrentadas. Instaurar, como es mi opinión, una declaración obligatoria nominal y confidencial de la seropositividad; o bien inclinarse por un sistema no nominal. Los miedos ante nuestra propuesta son de diversa naturaleza. Y, por supuesto, existe la preocupación de que se rompa la confidencialidad, hay miedo a ser fichado».

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