El último aviso de Lovelock sobre Gaia

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James Lovelock acaba de publicar su nuevo libro The Vanishing Face of Gaia: A Final Warning, en el que achaca al ser humano los males del planeta. En una recensión publicada en Spiked (24-04-2009), Rob Lyons descubre en su pensamiento el filón antihumanista del ecologismo actual.

Lovelock es de los que piensan que los males del planeta se deben a la sobrepoblación. “La Tierra, por su propio interés, no en el nuestro, puede verse obligada a entrar en una época calurosa, en la que pueda sobrevivir, aunque en un estado disminuido y menos habitable. Y si, como es probable, esto ocurre, nosotros habremos sido la causa… demasiada gente, con sus mascotas y sus ganados, más de los que la Tierra puede soportar”.

Lyons recuerda que para Lovelock “la Tierra es un sistema vivo, que se autorregula”. Frente a quienes le dicen que no tiene sentido hablar de la Tierra como de un ser vivo, Lovelock replica que la ciencia todavía no ha formulado una definición completa de vida. Lyons comenta que, se entienda lo que se entienda por vida, lo objetable de la tesis de Lovelock es que “deberíamos preocuparnos por el propio interés de la Tierra más que por el interés humano. Lo realmente censurable es la idea de que la Tierra tiene intereses, que puede perseguir, consciente o ciegamente. Sin embargo, esta es la noción de Gaia que normalmente es presentada y ampliamente interpretada”.

A este respecto, la idea de Gaia, dice Lyons, “es un concepto antihumano que realmente sugiere que nuestra existencia no es más valiosa que la de ningún otro ser viviente”. Sin embargo, la realidad de la historia humana y de la sociedad indica que los seres humanos son excepcionales. “Es perfectamente sensato preocuparse por las cuestiones ambientales si amenazan el bienestar humano. En cambio, no es razonable poner el bienestar de cualquier otra especie, y menos aún una mítica inteligencia de la Tierra, por encima de las personas”.

“A veces, Lovelock parece deificar el planeta; existía antes que nosotros, existirá después de nosotros, y no tiene ningún reparo en mascarnos y escupirnos si no nos comportamos bien. ‘La Tierra verdadera -dice Lovelock- no necesita ser salvada. Siempre se ha salvado a sí misma y ahora está comenzado a hacerlo cambiando hacia un estado mucho menos favorable al ser humano y a otros animales’. Pensamos que podemos hacernos cargo del papel de Gaia de regulación del planeta, pero en realidad, dice Lovelock, ‘somos solo una especie más en la gran empresa de Gaia. Somos criaturas de la evolución darwinista, una especie transitoria con una esperanza de vida limitada. ¿Realmente pensamos que los humanos, tan inexpertos, tenemos la inteligencia o la capacidad de gestionar la Tierra?’ Por ahora, afirma, todo lo que podemos hacer es tratar de sobrevivir lo mejor que podamos hasta que evolucionemos hacia algo más útil para los propósitos de Gaia”.

En este Final Warning, Lovelock se manifiesta claramente a favor de la energía nuclear, lo que no deja de ser insólito en alguien que ha sido un héroe para el movimiento verde. Frente a las amenazas del cambio climático, Lovelock lamenta que “ningún partido político del Reino Unido tenga el valor de respaldar la energía nuclear como la fuente de energía más ecológica, más barata y más segura”.

Quizá por no confiar en la sensatez de los humanos, su criticismo acaba adoptando una dirección absolutamente anti-democrática. Lo que hace falta, dice, son líderes clarividentes capaces de sacarnos de este enredo, para lo cual evoca la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, cuando la democracia fue temporalmente suspendida y se aceptó un régimen disciplinado para salvar la civilización. “Una supervivencia ordenada -explica- requiere un grado excepcional de entendimiento y de liderazgo y puede exigir, como en la guerra, la suspensión del gobierno democrático mientras dura la emergencia”.

“Lo realmente preocupante -apostilla Lyons- es la adulación acrítica que los libros de Lovelock reciben en muchos ambientes, a pesar -o quizá a causa de- su marchita visión de la humanidad y de su enfoque de lo tomas o lo dejas de la democracia. Demasiados de los situados en altos puestos comparte la visión de Lovelock de que solo gente inteligente como ellos pueden arreglar las cosas, mientras que los demás deberíamos hacer lo que nos dijeran, esforzándonos para dejar la menor huella posible sobre la superficie de Gaia”.

Al menos habría que agradecer a Lovelock su franqueza respecto al gobierno tecnocrático que propugna, termina Lyons. “Otros que comparten su punto de vista están encantados de emplear nociones como ‘el bienestar del planeta’ para impulsar ideas verdes en las oficinas de Whitehall y de Bruselas, lejos de la enloquecida multitud. Quizá esta exposición del impulso autoritario de la política verde sea el verdadero ‘Último aviso’ de Lovelock”.

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