El principio del fin de la clonación

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Hace dos semanas, la obtención, por vez primera, de embriones clónicos en primates fue saludada como un paso de gigante en el camino hacia las terapias con células madre embrionarias. “Como romper la barrera del sonido”: así la describió Robert Lanza, de Advanced Cell Technology, empresa que experimenta la clonación “terapéutica”.

El eco del estallido se apagó pronto. A los pocos días, Ian Wilmut, el creador del primer mamífero clónico, la oveja Dolly, anunciaba que abandonaba los experimentos de clonación con embriones humanos para trabajar en la línea abierta por los estudios que estaban a punto de publicarse, basados en un descubrimiento del científico japonés Shinya Yamanaka. Esto “podría señalar el principio del fin de la clonación terapéutica”, decía el Daily Telegraph (16-11-2007).

Posiblemente. Yamanaka y otros acaban de demostrar que se puede reprogramar células humanas diferenciadas para convertirlas en pluripotentes, o sea, como las embrionarias. Esto no es ya traspasar la barrera del sonido, sino “un giro copernicano”, hasta el punto de que “la clonación terapéutica puede haber quedado obsoleta”, afirma El País (21-11-2007). El mismo adjetivo usa José López Barneo, director del Laboratorio de Investigaciones Biomédicas de la Universidad de Sevilla: el último hallazgo, dice, “deja obsoleto el debate sobre la clonación terapéutica” (ibid.).

Sin embargo, en ese debate el esfuerzo de quienes se oponen por razones éticas a la destrucción de embriones no ha sido vano, si ha contribuido a evitar que se impusiera sin resistencia la ideología tecnicista y a impulsar que se destinasen más recursos a investigaciones respetuosas con el ser humano y a la vez más fructíferas. En cambio, ahora se comprueba que los empeñados en experimentar con embriones no estaban ayudando al progreso de la medicina regenerativa. Resulta que ha hecho más por ella Bush que Schwarzenegger.

En España, este descubrimiento deja obsoletas las aún recientes ley de investigación biomédica y reforma de la ley de reproducción asistida, que levantaron el veto a la creación de embriones para experimentar y dieron toda clase de facilidades para manipularlos. Nos dijeron que la clonación “terapéutica” era indispensable para no perder el tren de la alta velocidad científica, y hoy descubrimos que nos pusimos a transitar por vía muerta.

De todas formas, los resultados técnicos adversos suponen una derrota para el utilitarista; para quien sostiene que el fin no justifica los medios, la eficiencia o la falta de ella no es el criterio definitivo. Los experimentos recién publicados son un gran adelanto, pero aún no es seguro que se logre darles aplicación terapéutica. El método ideado por Yamanaka sigue presentando dos de las dificultades encontradas en los experimentos con ratones: los riesgos que tiene emplear retrovirus para introducir los genes causantes de la reprogramación y que en algunos casos las células madre resultantes pueden provocar desarrollos cancerosos (ver Aceprensa 66/07). Ha aparecido, además, un problema nuevo: la reprogramación se ha inducido también usando genes distintos de los identificados por Yamanaka: esto subraya que el proceso dista de ser bien conocido y controlable.

Así pues, el nuevo método quizá no llegue a buen puerto, y tampoco puede aún darse por descontado que las células madre adultas -ya usadas en ensayos clínicos- darán terapias eficaces. A la vez, es posible, aunque hoy por hoy resulte poco probable, que la clonación “terapéutica” llegue a merecer ese calificativo. Tampoco entonces el debate ético quedaría anticuado.

Hace bien Wilmut en abandonar los intentos de clonación “terapéutica”. Pero la razón de más peso para dejarla no es que no dé resultados, sino que “la investigación consumidora de embriones”, como la llama Jürgen Habermas, supone una deshumanización. “La insensibilización de nuestra mirada sobre la naturaleza humana, que iría de la mano con el acostumbrarse a tal praxis, allanaría el camino a una eugenesia liberal”, advierte el filósofo alemán (El futuro de la naturaleza humana, Paidós). Mensajes como este continúan vigentes después de Yamanaka. No necesitamos turiferarios del cientificismo que canten sus logros técnicos, sino una ética que los juzgue y someta a crítica.

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