Greta Thunberg, recibida con división de opiniones en la Asamblea francesa

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Desde la conferencia de 2015, París es un punto de referencia del movimiento sobre el cambio climático. Por eso, tenía su importancia que Greta Thunberg, la activista sueca de 16 años, símbolo de los jóvenes europeos movilizados por el problema fuera recibida en la Asamblea Nacional. Pero la simbiosis de ambos símbolos no se ha producido con unanimidad.

La joven Greta, el rostro más conocido de las huelgas escolares para protestar por la falta de iniciativas prácticas en los Estados contra el cambio climático, ya había hablado en otros foros importantes, incluido el Parlamento Europeo o la Cámara de los Comunes británica.

Como señala Le Monde en un editorial, Greta “no es una teórica, ni una científica, ni una heroína, ni siquiera líder de un movimiento político. Pero encarna la movilización espontánea de una generación”. Acompañada por sus padres, artistas, domina los códigos de la comunicación moderna. Sigue la estela de una adolescente de 12 años, Severn Cullis-Suzuki, que electrizó la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992.

“Para luchar inteligentemente contra el calentamiento global, no necesitamos gurús apocalípticos, sino progreso científico y coraje político”

La invitación a Greta partió del diputado independiente Matthieu Orphelin, y de una asociación no partidista, Accélérons, que aboga por el clima. Pero su visita no fue pacífica, por la oposición de los diputados de la derecha y de los críticos dentro de la mayoría del grupo de Macron. Intervino el 23 de julio en una de las salas más grandes del Palais-Bourbon, sede de la Asamblea, junto a tres jóvenes activistas franceses del movimiento Juventud por el Clima (Ivy Fleur, Virgile Mouquet y Alicia Arquetoux).

Respuesta irónica

En el origen del antagonismo están dos diputados de Les Républicains (el partido clásico de la derecha) en campaña por la presidencia de esa formación política, Guillaume Larrivé y Julien Aubert. “Pido a mis colegas diputados que boicoteen a Greta Thunberg en la Asamblea Nacional –dijo Larrivé–. Para luchar inteligentemente contra el calentamiento global, no necesitamos gurús apocalípticos, sino progreso científico y coraje político”. Para Aubert, es una “profetisa en pantalones cortos”, que ignora los problemas que sus proclamas tienen para la economía mundial.

Greta eligió la ironía para responder a esos ataques y reticencias: “No estáis obligados a escucharnos; al fin y al cabo, solo somos niños”. Pero, como es necesario tomar medidas, “debéis escuchar a la ciencia. Es cuanto pedimos: uníos detrás de la ciencia”. Concretamente, leer atentamente el último informe del grupo de expertos de la ONU sobre el clima.

La ecología se mueve de hecho entre el escepticismo de tantos y el fundamentalismo fidelista de muchos. No basta tampoco la mera remisión a científicos y expertos. Pero no faltan quienes consideran un “triste símbolo” las huelgas escolares promovidos por Greta. Como tampoco los que se duelen de la utilización mediática y partidista de una activista que padece el síndrome de Asperger, una forma de autismo.

Mensajeros y mensajes

De todos modos, algunos científicos –que no han sido invitados a intervenir en la Asamblea a pesar de sus informes– se alegran de la repercusión del movimiento juvenil sobre el clima: contribuye a que se preste más atención a los mensajes de la ciencia contemporánea.

“Greta no es una teórica, ni una científica, ni una heroína, ni siquiera líder de un movimiento político. Pero encarna la movilización espontánea de una generación”

De hecho, las sucesivas conferencias internacionales –la última en 2018 en Katowice– no llegan a acuerdos suficientes ante la magnitud del cambio climático. Los Estados no se deciden a adoptar políticas efectivas para reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, y algunos –especialmente los productores de petróleo– siguen cuestionando las conclusiones de los investigadores científicos.

La visita de Greta a París –en un día con 38º a la sombra– coincide con la reciente dimisión del ministro de Macron para la transición ecológica, François de Rugy, envuelto en diversos escándalos mediáticos. Una manifestación más de las dificultades de la lucha en este campo, un camino largo y difícil, aunque cada vez los Estados deberían reconocer que tienen mejor información para recorrerlo. Son patentes las reticencias de los Estados Unidos y de China –a los que se añade la actual presidencia de Brasil–, que determinan la dilación de los acuerdos hacia el futuro, también porque faltan ayudas efectivas para los países con menos recursos técnicos y financieros para cumplir los objetivos globales.

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