La enfermería sin fronteras

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Países con medicina de vanguardia acuden al extranjero para resolver su déficit de enfermeras
Un hospital, aun dotado de los últimos adelantos técnicos, no puede funcionar sin suficiente personal de enfermería. Las enfermeras (son mujeres casi siempre) prestan una cooperación imprescindible a los médicos, son quienes están más cerca de los pacientes y dan gran parte del calor humano que es parte necesaria de la atención. Pues bien, varios países como Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña, que cuentan con buenos sistemas sanitarios, se encuentran ahora con que les faltan enfermeras, y tienen que recurrir al extranjero para cubrir el déficit.

Estados Unidos, según los últimos cálculos del gobierno, necesita contratar a un millón de enfermeras antes de 2010 para cubrir las necesidades sanitarias del país. Muchas tendrán que ser extranjeras, pues las escuelas de enfermería norteamericanas no «producen» a ritmo suficiente. De hecho, el número de enfermeras del país ha disminuido un 20% de 1996 a 2001, y ya hay un déficit de unas 110.000.

De la India a Estados Unidos

Para conseguir el personal de enfermería que necesita, Estados Unidos está acudiendo preferentemente a países de habla inglesa, sobre todo Filipinas -que tiene un fuerte superávit de enfermeras-, Irlanda y Canadá.

Otra fuente de personal es la India, donde se gradúan alrededor de 30.000 enfermeras al año. Para bastantes de ellas es un sueño poder ir a trabajar a Estados Unidos, donde tienen más posibilidades de desarrollar su profesión y pueden disfrutar de mejor nivel de vida, cobrando casi 50 veces más que en su país.

Para ejercer la profesión en Estados Unidos, las enfermeras indias solo tienen que aprobar unos exámenes. Por eso, en los últimos años han surgido en la India algunas empresas que ofrecen cursos de preparación para optar a puestos en hospitales norteamericanos. Logran entrar 500 al año, que es la cuota fijada por Washington; pero los hospitales de Estados Unidos presionan para que se suba el cupo.

Al mismo tiempo, algunas escuelas de enfermería han descubierto que puede haber muchos candidatos potenciales en el propio país, y se han hecho campañas de promoción dirigidas a dos canteras poco aprovechadas: las minorías (el 13,4% de los enfermeros, aunque son el 30% de la población) y los varones (5,4%). Por ejemplo, la Escuela de Enfermería de la Universidad de Nebraska ha logrado subir un 43% la incorporación de estudiantes pertenecientes a minorías (hispanos, sobre todo) y un 77% la de hombres; en la Universidad de Maryland, los estudiantes de minorías han pasado del 15,2% al 22,7% (cfr. Los Angeles Times, 23-II-2003).

El paciente inglés necesita paciencia

En Gran Bretaña, el gobierno ha empezado a afrontar el problema de la escasez de personal sanitario, que se nota especialmente en las abultadas listas de espera. Actualmente, en este país de casi 60 millones de habitantes hay más de un millón de personas en cola para recibir algún tipo de tratamiento clínico. Por término medio, cerca de 200.000 tienen que esperar más de seis meses y 20.000, más de un año.

Entre las medidas tomadas por el gobierno británico se encuentran el aumento del presupuesto sanitario, dar facilidades para que más jóvenes cursen los estudios de medicina y enfermería, u ofrecer a los pacientes la posibilidad de ser atendidos en hospitales distintos de los que les corresponden si llevan esperando más de seis meses para una intervención quirúrgica. La mesa de operaciones puede estar incluso en el extranjero, aunque hasta ahora han sido muy pocas las personas que han cruzado la frontera -a Francia, Bélgica, Holanda o Alemania- para ser intervenidas.

El problema de las listas de espera tiene su origen en la escasez de personal sanitario, como nos explica Giles Dickson, primer secretario de la Embajada Británica en España para asuntos de empleo. El déficit comenzó en los años ochenta y se fue acentuando hasta finales de los noventa. «En aquellos momentos -señala Dickson- cometimos el gran error de no invertir suficiente dinero en la sanidad. Aumentamos el presupuesto, pero el porcentaje del PIB se quedó bastante estancado. En esa época se engrosaron las listas de espera». A la vez, las promociones de nuevos profesionales resultaban insuficientes: «Las notas de corte para acceder a las carreras de medicina o enfermería eran bastante elevadas. Había mucha gente que quería formarse para trabajar en los hospitales pero no podía. Ahora hemos dado marcha atrás en esta política y estamos ampliando la capacidad de las universidades. Pero vamos a tardar muchos años hasta conseguir que salgan de la universidad las promociones de enfermeros y médicos que necesitamos para cubrir las vacantes de nuestro sistema sanitario».

De ahí el convenio de colaboración entre Gran Bretaña y España, en vigor desde 2001, al que tienen acceso todas aquellas enfermeras españolas que quieran trabajar durante dos años en el sistema sanitario público británico. «Tenemos a corto y medio plazo un déficit de personal sanitario -dice Dickson-. Estamos tomando varias medidas para atraer a enfermeras y médicos británicos que abandonaron la profesión. Además estamos contratando a personal sanitario de todos los países del mundo. Sin embargo, España es el único Estado con el que tenemos un convenio».

Enfermeras españolas para Gran Bretaña

El convenio hispano-británico ofrece a las enfermeras españolas un contrato inicial de dos años, con posibilidad de promoción y permanencia en el sistema sanitario británico; clases de inglés; ayudas para encontrar alojamiento, y un sueldo base de unos 26.000 euros al año, muy superior a la retribución media en España. (Más detalles en www.ukinspain.com/nurses/).

¿Por qué se eligió España? «La calidad de la formación que los médicos y enfermeras reciben en España -contesta Dickson- es tan buena o mejor que en Gran Bretaña. Los profesionales españoles han sido muy bien acogidos en nuestros hospitales. También a los pacientes les gusta cómo trabajan las enfermeras españolas, no solo por sus conocimientos técnicos sino también por el aspecto humano, el cariño».

Además, los mercados laborales español y británico en el sector de enfermería parecen complementarios. Cuando empezó el programa, en Gran Bretaña faltaban 20.000 enfermeras, y en España había 40.000 en paro o subempleadas. Como dice Dickson: «Sabíamos también que podríamos encontrar gente interesada que no tenía empleo fijo en el sistema sanitario español y que estaría dispuesta a trabajar en nuestro sistema. Por estos motivos tomamos la decisión hace dos años de venir aquí y organizar el programa».

La sanidad británica hace todo lo posible para que las profesionales españolas encajen rápidamente en sus nuevos puestos. «Ofrecemos a cada enfermera un apoyo muy completo. Se trata no solo de tener un contrato con un buen sueldo, sino también de que el hospital donde va a trabajar le busque alojamiento amueblado. Además, organizamos redes de apoyo para las enfermeras. En cada hospital hay una persona que se dedica a atender las necesidades tanto materiales como espirituales de las enfermeras. Las tareas que realiza van desde ayudar a abrir una cuenta corriente o facilitar el horario de misas».

Como las nacionales

La oferta resulta atractiva para las enfermeras españolas. Por una parte, el sueldo es bueno, comenta Victoria Rubini, coordinadora del programa en España: «Se puede vivir bien. Pueden alquilar una casa e incluso comprarse un coche. Con ese dinero pueden venir a España bastante a menudo».

Pero el salario no es el único motivo. Las enfermeras españolas aprecian también las posibilidades de promoción interna y de formación en el sistema británico: las mismas que tiene cualquier enfermera nacional. «El contrato inicial es de enfermero de grado D -explica Rubini-. Es fácil ascender y en unos pocos meses alcanzar el grado E, que permite hacer otras tareas como la supervisión de equipos. Tienen bastantes posibilidades de promoción interna». Junto a esto, en los hospitales británicos hay una amplia oferta de cursos de perfeccionamiento. De hecho, comenta Rubini, «cuando vuelven a España, no solamente han adquirido un idioma y una experiencia laboral, sino que además vienen con una formación más amplia».

El idioma no constituye gran dificultad: basta tener un nivel de inglés medio, como señala Rubini. «Nadie espera que la persona que quiere ir a Inglaterra sepa inglés técnico perfectamente, pero sí que se pueda comunicar».

Hasta ahora han participado en el programa más de 700 enfermeras españolas. En su mayoría son bastante jóvenes o tienen poca experiencia laboral y quieren poner en práctica lo que han estudiado. «Generalmente -dice Rubini-, la gente está contenta, se queda los dos años. Ahora están volviendo a España algunas de las primeras enfermeras que se marcharon cuando comenzó el programa. Otras se han quedado allí y no tienen planes de volver».

Pero las españolas son solo una pequeña parte de las enfermeras que llegan del extranjero. De marzo de 2001 al mismo mes de 2002, la sanidad británica contrató 15.000 profesionales de fuera, la mitad del personal nuevo que se incorporó en ese periodo.

Otro convenio de colaboración entre los dos países es el de contratación de médicos. Desde el año pasado han empezado a llegar a Gran Bretaña también médicos de familia y especialistas españoles. De momento son 70 los que se han acogido al programa.

Otro convenio en Francia

También Francia ha decidido recurrir a enfermeras españolas. Hace casi un año y medio, en diciembre de 2001, las Federaciones Hospitalarias francesas firmaron un convenio con la Office des Migrations Internationales (OMI) para gestionar la contratación de enfermeras españolas que deseen trabajar en los hospitales públicos franceses. La OMI se encarga de seleccionar el personal cualificado y vela para que los hospitales cumplan las condiciones laborales establecidas.

Las enfermeras españolas que se acogen al programa tienen los mismos derechos -salario, promoción y formación profesional- y obligaciones que las colegas francesas. Después de un año de trabajo en Francia, pueden alcanzar la cualificación profesional de funcionario de la administración pública. El contrato es indefinido y el horario, de 35 horas semanales. El sueldo, 1.442 euros netos al mes, permite un nivel de vida medio, aunque no es suficiente para una familia.

Las recién llegadas pasan el primer mes en el centro de formación de Dourdan (París), donde reciben un curso de adaptación, con clases de francés incluidas. Durante ese tiempo, la organización facilita el alojamiento; luego cada cual se busca vivienda definitiva, con ayuda del hospital.

Hasta ahora han participado en el programa 250 enfermeras y 50 fisioterapeutas procedentes de España.

Alemania, Italia, Suecia

Hay más países que recurren a enfermeras del extranjero, pero a diferencia de los anteriores, no tienen convenios de colaboración con otros Estados ni una oferta nacional por parte de los sistemas sanitarios públicos. Las convocatorias provienen de algunos hospitales públicos o de organizaciones sanitarias privadas.

En Alemania, por ejemplo, la cadena de hospitales del grupo Schön-Kliniken ofreció 14 puestos a enfermeras extranjeras en febrero pasado. El contrato inicial es indefinido, a condición de permanecer al menos un año, con una retribución media de 1.900 euros mensuales en trece pagas.

El año pasado, en Italia, un hospital lombardo y los servicios sanitarios públicos de Modena ofrecieron empleo para 70 enfermeras extranjeras en total, por un año renovable. La retribución es a partir de 1.032 euros netos al mes.

También algunos centros sanitarios suecos han buscado personal de enfermería en el extranjero: el Hospital Universitario de Lund, por ejemplo, ha ofrecido 40 plazas en la última convocatoria. En este caso, el idioma requerido es el inglés, aunque la oferta incluye clases de sueco. Los hospitales pagan el viaje y un salario medio de 2.400 euros brutos al mes.

Javier TáulerLos países pobres pierden a sus enfermeras, atraídas por los ricos

La reducción de las listas de espera en los hospitales de Estados Unidos o Gran Bretaña puede parecer una cuestión independiente de la atención de los enfermos de malaria en Ghana. Pero sí tiene que ver. Los países industrializados tienen un déficit de enfermeras y suficiente dinero para atraer a las de fuera, sobre todo cuando las diferencias de sueldo son abismales. La consecuencia es que los países en desarrollo se están viendo afectados por un creciente éxodo de su personal de enfermería, lo que redunda en una peor atención a sus propios pacientes.

En este mundo globalizado, la enfermería es una profesión cada vez más internacional, y el personal sanitario tiende a moverse hacia donde le ofrecen mejores condiciones de trabajo. No es extraño que una enfermera de Ghana, cuyo salario es 75 dólares al mes, se vea tentada por una oferta en Gran Bretaña, donde va a ganar 20 veces más. Esto explica que en 2000 abandonaran el país unas 500 enfermeras, lo que supone más del doble de las que se graduaron ese año (cfr. The Wall Street Journal, 24-I-2001). No es un caso aislado. Miles de enfermeras de Sudáfrica se han ido a Gran Bretaña, Australia o Estados Unidos. La mitad de las de Trinidad y Tobago han dejado el país. El éxodo de las de Jamaica hizo que el gobierno pidiera a Gran Bretaña que dejara de cazar en corral ajeno.

En los países donde hay superávit de enfermeras las oportunidades de trabajo en el extranjero son beneficiosas. Es el caso de España, pero también de países asiáticos como Filipinas, que durante décadas ha exportado miles de enfermeras. El país se beneficia no solo por las remesas de divisas de las enfermeras emigrantes, sino también porque cuando vuelven a casa tienen mejor formación y experiencia.

Pero en la mayor parte de los países en desarrollo esta fuga de cerebros deja desguarnecidos los sistemas sanitarios. Algunos países se quejan ya de que la falta de personal provoca que haya recursos sanitarios inutilizados. Pues de poco sirve que un país rico done varias máquinas de diálisis a un país en desarrollo, si luego se lleva a las enfermeras que deberían hacerlas funcionar. Igualmente, existe el riesgo de que el dinero que va a inyectar en África el Fondo Global para combatir el sida, la malaria y la tuberculosis, no pueda alcanzar sus fines por déficit de personal sanitario.

Pagar la formación

Por otra parte, los países en desarrollo se quejan, con razón, de que paradójicamente son ellos los que están subsidiando a los países ricos, ya que financian la formación de enfermeras nacionales que luego se van a atender a los pacientes de Europa o Norteamérica.

De este modo, los países industrializados con déficit de enfermeras se nutren cada vez más del extranjero. Y si Estados Unidos necesita reclutar un millón antes de 2010, se corre el riesgo de que arrase con sus ofertas en países en desarrollo. El asunto es preocupante y ha dado lugar ya a debates en el seno de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

¿Es posible alguna solución en la que salgan ganando todos? En un artículo publicado en International Herald Tribune (25-VII-2002), Peter S. Heller y Anne Mills, que participaron en la Comisión de la OMS sobre Macroeconomía y Salud, proponen una cooperación de los países industrializados y de los países en desarrollo para la formación del personal médico que unos y otros necesitan.

Los países industrializados deben contribuir a financiar en los países en desarrollo la formación de enfermeras y personal paramédico, ya que muchos acabarán trabajando en los países desarrollados.

Heller y Mills proponen que los países en desarrollo formen distintos tipos de personal sanitario, según las diferentes necesidades. Para la atención de la sanidad primaria, especialmente en distritos rurales donde es más difícil conseguir un doctor, es muy útil la labor del personal paramédico. Con una formación básica, este tipo de personal puede atender problemas de salud ordinarios e identificar a los pacientes con enfermedades más serias que deben ser encaminados a los hospitales. La efectividad de este tipo de trabajadores sanitarios se ha demostrado en muchos países en desarrollo, por ejemplo, los llamados «médicos descalzos» en China. Los países en desarrollo deberían ocuparse de financiar la formación de este tipo de personal sanitario del primer nivel (enfermeras, auxiliares de enfermería y comadronas).

El papel de los países industrializados sería financiar y participar en la formación de personal de enfermería en un segundo nivel, adecuado a los estándares internacionales. Los candidatos a estos programas de formación, impartidos en el país de origen, serían aquellos sanitarios que hubieran trabajado varios años en el sistema de salud y demostrado su competencia. Los graduados de estos programas deberían comprometerse a trabajar varios años en el sistema sanitario de su país y, después, si lo desearan, podrían ser candidatos a puestos en el país industrializado que participó en su formación.

Los autores piensan que una cooperación de este tipo llevaría a mejorar la dotación de personal sanitario de los países en desarrollo y aseguraría que los países industrializados contribuyan a financiar la formación del personal que ahora absorben sin coste. ACEPRENSA.

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