Los pobres están dispuestos a pagar el agua

publicado
DURACIÓN LECTURA: 2min.

El reciente Foro Mundial del Agua, celebrado en La Haya, ha subrayado que hay que poner precio al agua para que no se malgaste y llegue a toda la población; así se podrán hacer las inversiones necesarias en infraestructura, para las que se precisa atraer capital privado. Pero no todo el mundo está de acuerdo en este punto (ver servicio 50/00). Un ejemplo de que esta fórmula funciona se ha podido ver en Sudáfrica. Lo cuenta Brett Kline en un reportaje para International Herald Tribune (7-IV-2000).

La colaboración del gobierno sudafricano, las administraciones locales, el Banco Mundial y la multinacional francesa Suez Lyonnaise des Eaux ha llevado agua potable a más de 600.000 personas en la provincia de El Cabo. En Cisira, donde estuvo Kline, como en otros muchos pueblos de la región, el agua siempre ha sido gratuita, pero insalubre. Los habitantes de Cisira tenían que caminar a diario dos horas para tomarla del río y transportarla a casa. Era frecuente que la gente del pueblo, en especial los niños, enfermaran por beberla.

Ahora, los habitantes de Cisira se aprovisionan de agua de buena calidad en los surtidores automáticos repartidos por el pueblo. Introducen una tarjeta magnética para abrir la válvula, y así pueden llenar sus cubos. El sistema ha sido construido por Suez Lyonnaise, con el apoyo de las otras instituciones implicadas en el plan Amanz Abantu («agua para el pueblo», en lengua xhosa). El agua se extrae del río, es tratada en una depuradora y bombeada hasta los surtidores. Se acabaron las caminatas y las

enfermedades causadas por el agua. Hasta ahora, Suez Lyonnaise ha llevado a cabo unos treinta proyectos como este en el Cabo. El plan Amanz Abantu se propone llegar a un millón de beneficiarios en el año 2005.

Para que los proyectos tuvieran éxito, hubo que convencer a la gente de que tenían que pagar por el agua potable, lo que suponía cambiar la mentalidad adquirida en los tiempos del apartheid. El gobierno racista solo prestaba servicios básicos, como el abastecimiento de agua, a los blancos. Los pocos negros que disfrutaban de agua se negaban a pagar, en señal de protesta. Los responsables de Amanz Abantu tuvieron, pues, que persuadir a la gente de que la tarifa del agua no era un impuesto, sino el precio de un servicio que tiene un coste de mantenimiento. A la vez, se dudaba de que los habitantes, pobres casi todos, tuvieran el dinero necesario.

Se puso un precio asequible, 2-3 dólares mensuales, que supone entre el 2% y el 5% de los ingresos de una familia. Y se ha comprobado que los pobres están dispuestos a pagar para tener agua en buenas condiciones. Thuso Ramaema, director de la subsidiaria de Suez Lyonnaise en Sudáfrica, lo tenía claro desde el principio: «Si la gente puede permitirse comprar una cerveza al día, puede permitirse pagar por el agua. Es una cuestión de prioridades». Los habitantes de Cisira lo corroboran: «¿Se imagina lo que era pasarnos la vida yendo al río para sacar una agua sucia y turbia? -dice a Kline una mujer del pueblo-. Es magnífico. Por supuesto que conseguimos el dinero».

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.