No habrá escasez de agua, si se evita el despilfarro

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La Conferencia Internacional del Agua, que acaba de celebrarse en París con representantes de 84 países, ha elaborado un «Programa de acción» para controlar en los próximos diez años la disponibilidad de agua.

El criterio de que el usuario pague y de que el que contamina pague los daños se abre camino. Según las Naciones Unidas, la escasez de agua es una de las mayores amenazas para la humanidad del próximo siglo. Pero la amenaza puede conjurarse si se remedia el actual despilfarro.

Los delegados acordaron incrementar de manera progresiva el precio del agua para evitar el despilfarro, sobre todo en los países desarrollados. Esta medida permitiría además financiar la mejora del servicio de distribución y saneamiento. Los delegados han mostrado interés en que los inversores privados contribuyan a la creación de los sistemas de distribución y han convenido en el criterio de que quien contamina está obligado a pagar por los daños.

Desde hace tiempo la ONU amenaza con la penuria de agua que está por venir. Para impresionar dice que el ritmo de aumento del consumo de agua casi duplica el del crecimiento de población, con lo que disminuye la cantidad disponible por habitante.

Los datos que maneja la ONU proceden del Water Resource Institute, que estima que actualmente hay 232 millones de personas de 26 países (principalmente en África del Norte y subsahariana, Oriente Próximo y Medio) en situación de «penuria», esto es, que disponen de menos de 1.000 m³ por habitante y año. Pero esa cifra no puede aplicarse a todas las situaciones. Por ejemplo, Israel, que dispone sólo de 500 m³, ha conseguido desarrollarse a pesar de todo. Otros 400 millones de personas consumen más agua de la que se repone naturalmente en sus zonas. Por lo que se ha repetido en París que en treinta años podría haber 1.500 millones de personas sin suficiente agua dulce.

Pero el problema no es la escasez global de agua, sino el despilfarro y la costosa distribución o el saneamiento en las zonas donde hay menos, cuestiones que también se han tratado en la Conferencia.

El despilfarro es especialmente notorio en la agricultura, que absorbe el 70% del consumo de agua (el 22% se dedica a la industria y el 8% a la alimentación y la higiene). Pero sólo en países o zonas donde el agua es realmente escasa (Israel es un caso ejemplar) se toman medidas para no malgastarla. También en las ciudades se pierde un alto porcentaje por fugas. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, cerca de un tercio del agua se desperdicia en Europa por una distribución deficiente.

Cualquier alarma ahora sería excesiva. En 1990 la media disponible por habitante fue de 8.000 m³, y en dos o tres décadas descenderá a 4.000 m³. Pero hacer proyecciones funestas sin contar con la capacidad del hombre para resolver problemas, parece poco científico. Y más en una cuestión que depende del clima, no siempre predecible. En enero de 1997, por ejemplo, una semana de lluvias acumuló en España una reserva de agua suficiente para el consumo de toda la Comunidad de Madrid (cinco millones de habitantes) si hubiese cuatro años de sequía absoluta.

Más problemática que la disminución de la cantidad de agua, es la degradación de su calidad, así como el derroche y el reparto desigual. Mientras se dice que a un ciudadano estadounidense le corresponde un gasto medio diario de 600 litros de agua, un africano gasta sólo 30.

Los problemas sanitarios más graves corresponden a los países en desarrollo. Según la OMS, las enfermedades derivadas de la contaminación del agua cuestan la vida de unos 30 millones de personas por año.

Pero el agua muchas veces también es causa de conflicto en países industrializados. En la Conferencia de París se ha acordado que la gestión y protección de las aguas dulces transfronterizas se haga por cuencas, en lugar de hacerlo país por país.

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