Vuelve Jordan Peterson, más moderado

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Es difícil acercarse a Más allá del orden. 12 nuevas reglas para vivir sin estar dominado por la sensación de que constituye la confesión o testamento de un héroe caído. Jordan Peterson ha conseguido resurgir de las cenizas de la depresión y la adicción a los calmantes con algo más de humildad y con la determinación de alejarse de ese estereotipo mediático que se había labrado.

Antiguo azote de lo políticamente correcto, apenas encontramos rastro en estos consejos que recuerden al superhombre que combatió, con el mismo ímpetu, a la ideología de género y a la pusilanimidad posmoderna. El “Anda erguido” que abría su primer superventas, se ha convertido ahora en “No denigres” a la sociedad, del mismo modo que cierto grado de compasión ha disipado la antigua imperturbabilidad de la que hacía gala.

Otro estilo de autoayuda

Eso no quiere decir que se haya vuelto condescendiente o que muestre connivencia con la debilidad, lo cual le aparta de la mayoría de los libros de autoayuda, esa suerte de género que tiende a mezclar de un modo explosivo narcisismo y resentimiento. Peterson no afirma que el hombre puede realizar todos sus sueños o que esté llamado al éxito, ni dispensa recetas ridículas.

Su estilo es otro. Aunque no abandona el género de la psicología aplicada, imparte lecciones de humilde nobleza, apostando por el esfuerzo y la lucha. Ha superado su primer cinismo y no engaña. Posiblemente no tengas éxito, nos dice, pero eso no es lo importante. Tampoco si fracasas. Lo que cuenta es que lo intentes.

“La vida adquiere sentido de manera directamente proporcional al grado de responsabilidad que estás dispuesto a asumir”

En el fondo del escenario se encuentra esa concepción mítica del mundo según la cual se libra una batalla cósmica entre orden y caos. Y todos, con nuestras minúsculas acciones, podemos contribuir a que la balanza se incline del lado más conveniente. De esto, y no de otra cosa, depende el sentido de la vida.

Asumir la responsabilidad

Al abrir el libro narrando su bajada a los infiernos y su incesante paso por los hospitales, cobra mucho más crédito lo que Peterson afirma. Uno llega hasta sentir simpatía por él, cuando no se puede decir que antes despertara mucha. Si el discurso anterior lo enarbolaba Goliat, ahora quien escribe es un hombre regenerado y humilde que, sabiendo lo arduo que resulta domeñar el caos, incita al lector a cuidar con modestia su pequeño huerto, dejando las epopeyas para individuos más aguerridos.

Dicho de otro modo: la batalla cósmica entre bien y mal la libramos cada día con nuestras decisiones. “Pon empeño en quien quieras ser”; “No escondas lo que no desees” o “Esfuérzate al máximo” son algunos de los consejos que ofrece Peterson para alinearnos con el partido del sentido, tratando no de restar importancia a los fracasos, sino de ensalzar la sencilla heroicidad de quien asume, con todo lo que ello implica, el protagonismo de su vida.

Las reglas de Peterson se dirigen, por tanto, a personas de carne y hueso que saben lo limitado que pueden ser sus esfuerzos, pero que no renuncian a su responsabilidad. “La vida –explica– adquiere sentido de manera directamente proporcional al grado de responsabilidad que estás dispuesto a asumir”.

Para Peterson, el matrimonio es una promesa, y la cohabitación propicia el fracaso amoroso porque en ella falta el compromiso

Sus exhortaciones le mantienen dentro de la incorrección política. Es decir, a tenor de la cultura pública, Peterson sigue siendo un rebelde, un revolucionario, un intelectual que no se arredra a la hora de poner el dedo donde más puede herir. Porque no tiene buenas palabras, sino que recomienda no escurrir el bulto ni endosar a la sociedad, al mercado, o al prójimo lo que es, única y exclusivamente, responsabilidad de cada uno. No encuentra otro camino para superar esas enfermedades tan extendidas hoy: el rencor y el resentimiento.

Terapia de pareja

Sí que hay que destacar las reflexiones sobre el amor y el matrimonio que apunta al abordar el consejo número 10: “Mantén viva la llama de tu relación”. Debemos agradecerle su interés por desmitificar el romanticismo almibarado. En este sentido, puede que no exista nada más perjudicial para la vida de pareja que la sensiblería emocional, porque oculta los factores que hacen que un matrimonio salga adelante, esto es, el esfuerzo y la voluntad.

Para Peterson, el matrimonio es una promesa y tiene un propósito; teniendo esto claro, se pueden superar los momentos difíciles. Cree que la cohabitación es irresponsable y propicia el fracaso amoroso, puesto que en ella el compromiso brilla por su ausencia. Ahora bien, si los cónyuges no asumen su responsabilidad, también su amor puede ser flor de un día.

Pese a moderar su discurso, Peterson es enérgico en su convincente defensa de la maternidad. Según su experiencia, cuando una mujer excluye tener hijos suele surgir, tarde o temprano, el arrepentimiento.

El psicólogo canadiense nos regala, en apenas diez páginas, un auténtico vademécum de la vida familiar, con recomendaciones y pautas sencillas que, según le ha enseñado el ejercicio de la práctica clínica, pueden marcar la diferencia. Entre otras cosas, sugiere dedicar noventa minutos semanales a conversar sobre cómo va la relación.

Por su estilo directo, franco y decidido, este libro puede ayudar a muchas personas a madurar. Es un ensayo indicado indudablemente para una sociedad que tiende a la rabieta y que no parece contar con muchos medios para superar el endémico síndrome de Peter Pan que sufre. Sin ser profundo –me gustaría creer que no lo pretende–, es encomiable el interés de Peterson por abrir los ojos a quienes se empeñan en ver pasar la vida desde el arcén.

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