El cambio social necesita visiones que inspiren

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Foto de Sebastian Steines en Unsplash

 

¿Cómo llevar esperanza a una sociedad abrumada por las malas noticias y las divisiones ideológicas? La pregunta se la acaba de hacer una veintena de actores, cantantes y otros artistas, con los que se ha reunido el Papa Francisco. La iniciativa se suma a otras similares que buscan articular nuevas pautas culturales.

Las informaciones sobre las sequías, los incendios o la incertidumbre por la inflación, la guerra de Ucrania o la pandemia, van contribuyendo a crear un clima de abatimiento al que algunos analistas tratan de poner nombre. Mary Harrington habla de “apocalipsis” para referirse no al fin del mundo, sino al “fin de una visión del mundo”. Héctor García Barnés lo llama “futurofobia”, que no es tanto miedo al futuro –aclara– como “miedo ante la incapacidad de pensar futuros mejores al presente que tenemos”. Nathan Gardels y Kathleen Miles lo describen como una “ruptura” con el orden que hasta ahora reinaba en las sociedades abiertas…

Cualquiera de esas palabras sirve para describir el malestar latente, una especie de desconcierto colectivo que podría resumirse en una pregunta: ¿qué ha sido de ese progreso que se nos vendió como inevitable?

Afortunadamente, a veces la pregunta viene acompañada de llamamientos a imaginar futuros alternativos. Ese era el objetivo de la primera edición de Vitae Summit, celebrada en el Vaticano el 31 de agosto y el 1 de septiembre: reunir a personalidades de la cultura y el entretenimiento “para juntos iniciar una conversación sobre cómo volver a poner la esperanza y el bien común de moda a través de las artes” en un momento en que abundan los mensajes pesimistas y la polarización, explica el productor Luis Quinelli, presidente y fundador de la organización convocante, Vitae Global, con sede en Argentina.

El plantel de participantes era variado: los británicos Jessica y David Oyelowo, el italiano Andrea Bocelli, el mexicano Eduardo Verástegui, la canadiense Alessia Cara, el estadounidense Jonathan Roumie, el colombiano J Balvin, el mexicano Alexander Acha… El segundo día, el Papa se reunió con ellos durante más de dos horas para preguntarles cómo ven el mundo y qué pueden hacer para mejorarlo a través de su arte. “La belleza hace bien, la belleza cura”, les dijo.

Encuentros encarnados

El evento recuerda a otras iniciativas de inspiración cristiana que ven en la cultura y el arte dos ámbitos donde personas con distintas visiones del mundo pueden encontrarse y hacer palanca sobre puntos comunes, por mucho que discrepen en otras cuestiones: el Atrio de los Gentiles, creado por el Consejo Pontificio de la Cultura; el Meeting de Rímini y EncuentroMadrid, organizados por miembros de Comunión y Liberación; el Festival de la Belleza, promovido en Francia por el movimiento Diaconía de la Belleza; el espacio O_LUMEN, abierto por los dominicos en Madrid; el Movimiento Internacional de las Artes, impulsado por el pintor Makoto Fujimura; la tertulia de poesía Esmirna; las Jornadas Humanísticas, organizadas por la Fundación Tajamar, etc.

El elemento común a estas iniciativas es que ofrecen oportunidades de encuentro encarnado; esto es, cara a cara. Lo que permite humanizar a quienes una opinión pública dada a los estereotipos se ha encargado de caricaturizar.

Además, estos espacios son un antídoto contra el victimismo que imputa a los demás la supuesta nefasta marcha de la sociedad hacia ninguna parte. En vez de complacencia, este tipo de eventos sacuden y espolean a los asistentes, para que se conviertan en agentes de cambio, por pequeñas que sean sus acciones. Es en este contexto propositivo donde brillan, en todo su esplendor, los regalos asociados al arte: creatividad, capacidad de asombro, curiosidad, imaginación, generosidad, sorpresa…

Vivir en modo “generativo” es aspirar a llevar belleza, sentido y esperanza allí donde no las hay

Ver de otra manera

A los artistas se les da bien imaginar caminos alternativos. Si les espanta el pensamiento dicotómico no es por esnobismo, sino porque realmente ven que existen más opciones: ¿por qué obligarnos a escoger entre A o B cuando todavía no hemos explorado C, D, E…? ¿Por qué limitarnos a reaccionar cuando podemos proponer?

No hace falta ser un surrealista como René Magritte para suponer que nuestra conversación pública seguramente saldría ganando si incorporásemos su idea de “desterrar del pensamiento lo ‘ya visto’ y buscar ‘lo todavía no visto’”.

Ver de otra manera no es negar el conflicto, pero sí trascenderlo. Es ver más que las inevitables controversias de las sociedades plurales. Estas habrán de afrontarse, pero sin perder de vista a favor de qué estamos.

Es lo que propone Makoto Fujimura cuando exhorta a pasar de un modelo de debate público centrado en la escasez a otro que regale abundancia. Ver de otra manera es dejar de entender la cultura como “un territorio a conquistar” y empezar a entenderla como “un jardín a cultivar”; un recurso común del que extraer frutos que beneficien a todos.

Canciones que hagan cantar

En su libro Culture Care, Fujimura concede mucha importancia al papel mediador de los artistas. Muchos de ellos –explica– se sienten incómodos en grupos demasiado homogéneos y eligen vivir a caballo entre varios. Esta capacidad de moverse en las fronteras les permite aportar nuevas perspectivas a debates que llevan tiempo encallados. En cierto sentido, se parecen a terapeutas de familia que ayudan a bajar las barreras de la incomunicación.

Los artistas mismos tienen la experiencia de la incomprensión. A menudo son vistos como “personas difíciles”, que no terminan de encajar en los ambientes en que se mueven. En parte, por su natural resistencia a dejarse encasillar. Y en parte por su sensibilidad e idealismo que, si bien a veces les juegan malas pasadas, también les confiere un don especial para “conectar la justicia con la belleza”.

Por eso, cuando los artistas consiguen trascender el lenguaje tribal, son capaces de crear imágenes, palabras, “canciones que conectan a las personas más allá de las fronteras”; “canciones que todo el mundo puede cantar”. A la vez, los artistas no tienen por qué renunciar a alzar la voz y ser profetas de su tiempo, sobre todo para denunciar ataques a la dignidad de las personas.

Un río que lleva vida

Fujimura completa su alegato a favor del papel mediador de los artistas con una sugerente metáfora. La cultura es como un río, dice. Un río capaz de llevar vida a todas partes. Pero ese río deja de ser un bien para todos cuando lo contaminamos, cuando anteponemos el conflicto a la cooperación: “El trabajo cultural constructivo empieza no en la oposición, sino en el compartir ideales generosamente argumentados, visiones para las generaciones futuras, oportunidades para encontrarse y dialogar con el otro”.

Este modo de situarse ante lo que fácilmente puede percibirse como declive cultural ayuda a vivir no en modo combate, sino en modo “generativo”, una palabra que Fujimura emplea a conciencia. Generar es sembrar “una visión expansiva de la vida”; es aspirar a llevar –aunque sea en dosis muy pequeñas– belleza, sentido y esperanza allí donde no las hay.

Visto así, se comprende por qué la ilusión –y no el miedo– es la emoción que mejor les va a quienes se han propuesto dejar de ir a la zaga en los debates públicos de su tiempo.

Un comentario

  1. Es muy bueno que existan iniciativas como las que se mencionan en el artículo y que ayudan a alimentar la llama del optimismo, aun cuando hay razones para no estarlo. Esa llama se aviva todavía más en el caso del creyente.

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