Xavier Montsalvatge (1912-2002): melodía en una época de atonalismo

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Semblanza

El compositor catalán Xavier Montsalvatge, fallecido el pasado 7 de mayo, ha dejado más de cien obras, y aún tenía otras en el telar. Desde que en 1945 deslumbrara con una composición aparentemente poco ambiciosa, las Cinco canciones negras, su prestigio no cesó de crecer. Un estilo en constante evolución y una rara capacidad para comunicar con el gran público -sin dejar de lado las innovaciones de la música de su tiempo- han hecho de Montsalvatge una figura admirada y querida por la crítica y por los aficionados. Uno de sus mayores logros ha consistido en aprovechar el potencial de la melodía en una época -como señaló él mismo- en la que «se ha encontrado un ritmo y una instrumentación propios, pero la melodía cuesta más trabajo».

Xavier Montsalvatge

Un recorrido por la producción de Montsalvatge podría empezar por las Canciones negras, que pertenecen al denominado periodo «antillanista» del músico. La Guerra Civil española y la II Guerra Mundial sumieron Barcelona en las sombras. El compositor hubo de buscar aire fresco en otras latitudes, y lo encontró en el folclore cubano. Cuba dentro de un piano y, sobre todo, la Canción de cuna para dormir a un negrito, insuflan vida en la música española de posguerra con el aliento del canto popular. De estas canciones existe una grabación (Pavane Records, 1993) en que la soprano Lina Castellanza brinda una interpretación sentida e intimista, si bien -en ocasiones- con un aire operístico inapropiado. Este CD tiene la ventaja de incluir además las Tonadillas en estilo antiguo de Granados y las Siete canciones populares de Falla, lo que permite entroncar las piezas de Montsalvatge con la tradición de la canción española.

Las Canciones para niños (1953), al igual que las anteriores, no emplean el folclore para colorear la música, sino para construirla, extrayendo de los giros y ritmos populares nuevos recursos técnicos para la composición. Por otro lado, la influencia de la música francesa va desplazando al antillanismo. Largos acordes, figuras sinuosas crean atmósferas sonoras que evocan el impresionismo francés de Debussy. En estas canciones, basadas en poemas de Federico García Lorca, Montsalvatge recrea el mundo infantil, otra de las constantes de su obra. En un disco de EMI (1999), Montserrat Caballé comprende y canta esta música a la perfección, renunciando a la potencia en pro de la dicción y la expresividad. Completan el CD ocho canciones de Rodrigo, lo que ayuda de nuevo a mostrar el contexto.

Partita 1958 marca el inicio de un proceso de abstracción y reflexión sobre los elementos musicales. Montsalvatge, que afirmaba que no se puede enseñar a componer, sino sólo a emplear «fórmulas compositivas», recurre a una forma típica barroca para desentrañar las técnicas de construcción musical. Al incluir en el título el año de composición, indica que no pretende repetir la tradición, sino traerla al presente. La Desintegración morfológica de la Chacona de Bach (1962) lleva al extremo este proceso de inmersión en los entresijos de la técnica compositiva, en un forcejeo con la música atonal que no resulta nunca abstruso o frío, y que le ha valido el calificativo de «politonal». El Canto Espiritual (1958), inspirado en el poema de Joan Maragall, opta valientemente por los medios tradicionales de expresión musical, en una época en que eran puestos en entredicho. Es una obra marcadamente tonal, que se basa en la melodía, y que acopla orquesta y coro en una sonoridad diáfana. De estas tres composiciones hay una versión (Auvidis, 1995) dirigida por Edmon Colomer, que recrea magistralmente las sutiles texturas orquestales de unas piezas en las que el timbre es un factor esencial.

A partir de los años ochenta, Montsalvatge deja de comprometerse con un estilo -antillano, tonal, politonal…-, y se dedica a experimentar con todos ellos. Es, podríamos decir, una etapa lúdica en su producción, que se prolonga hasta sus últimas composiciones. Pero este juego puede ser muy serio y legarnos una obra tan compleja como la Sinfonía de réquiem (1985). La melodía del «Dies irae» funciona a modo de leitmotiv en esta obra llena de luces y sombras, que prescinde de la palabra para transmitirnos la reflexión del compositor ante la muerte.

El Concierto Breve (1953), para piano y orquesta, nos devuelve a la primera etapa del compositor. Pero el folclore antillano está aquí muy diluido, y los problemas formales -en este caso el juego entre solista y orquesta- ocupan el primer plano. Es una de las obras más hermosas y accesibles de Montsalvatge, con guiños al jazz, que compensa la densidad de la Sinfonía de réquiem. La interpretación del director Antoni Ros Marbà (disponible, junto con la Sinfonía, en un disco del sello Marco Polo, 1994) extrae todo el jugo a esta música, con un brillante Leonel Morales al piano.

David Armendáriz Moreno

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