Apaciguar la convivencia escolar

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Planes para prevenir la violencia en centros educativos
Agresiones -incluso con muertes- a profesores o estudiantes, por parte de alumnos; vigilantes y detectores de metales a las puertas de los colegios…: por las noticias que llegan a menudo, parece que las escuelas sufren una epidemia de actos violentos. Sin embargo, salvo excepciones, la violencia escolar no es un problema de pistolas y navajas. A los responsables de la enseñanza les preocupa más la indisciplina de los alumnos y el declive de la autoridad del profesor, porque eso trae males peores. De ahí el cariz preventivo, más o menos riguroso, de los planes que en Francia, Gran Bretaña, España o en las instancias correspondientes de la Unión Europea, persiguen reforzar el clima pacífico en la escuela.

En el último semestre los expertos en enseñanza de la UE se han reunido en varias ocasiones para tratar de la violencia escolar. En febrero, el Comité de Enseñanza celebró en Utrecht la primera conferencia comunitaria sobre este asunto, con expertos de todos los países. Y el 26 de junio, en Luxemburgo, el Consejo de Seguridad Escolar ha recopilado las propuestas de los países y ha adelantado algunas medidas todavía poco concretas.

Otro enfoque experimentado, y más preciso, es el de Bernard Charlot, profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad París-VIII, que ha dirigido las investigaciones de un comité a las órdenes de los Ministerios de Educación e Interior en Francia.

Antes de que la bola sea montaña

El comité francés no mete en el mismo saco todo tipo de violencia. Al contrario, sugiere que la preocupación que recogen ampliamente los medios de comunicación (ante la violencia física que acaba en heridos e incluso muertos) no es el principal problema. Para este comité, lo cotidiano son otros fenómenos «menos espectaculares, más incontrolables, inquietantes y frecuentes». Pone varios ejemplos: alumnos que se quejan de sus compañeros por faltas de respeto (48%), trabajos estropeados (28%), extorsiones (16%), golpes (16%), racismo (10%) y agresiones sexuales (3%). El incivismo, las transgresiones leves, la brutalidad y la grosería, sólo en algunos casos se transforman en violencia llamativa. Pero conviene no tenerlos en poco. Como afirma el propio Charlot, «la trivialización de estas transgresiones diarias mantiene el temor de las faltas más graves».

El informe llega a tres conclusiones (Le Monde de l’Éducation, febrero de 1997): uno, que la mayoría de los alumnos se sienten a gusto en sus centros. Aunque no es una opinión unánime, así lo confirman el 62% de los entrevistados en 82 escuelas e institutos. El segundo, que la violencia física es escasa y está disminuyendo. Por último, que la escuela es un entorno menos afectado por la violencia que el resto de la sociedad.

El profesor frente a la indisciplina

En España otros expertos confirman que el caballo de batalla es la indisciplina: «La violencia grave, con armas, es algo muy aislado. Lo que domina a los escolares es la abulia y la indisciplina», señala Santiago Ortigosa, profesor en un instituto de Madrid y en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense. «Ese es -dice- el mayor problema, con causas diversas que no pocas veces se acumulan en la misma persona: el consumo de drogas -especialmente drogas de diseño-, el alcoholismo de fin de semana, las frustraciones personales y académicas, y algunos desajustes familiares como la convivencia violenta en casa, las separaciones o los divorcios».

Para Ortigosa, la mejora de la disciplina escolar está en buena parte en manos de los profesores, porque todos los alumnos adolescentes buscan personalidades que imitan más o menos conscientemente: «Los adolescentes -afirma- buscan modelos mayores que ellos sobre todo en su familia, entre los profesores o en la televisión. Si no los encuentran en su familia, muchos los buscarán entre los profesores. Por eso es fundamental que el profesor sea virtuoso, en el sentido clásico y moral del término. Serviría de poco un asignatura transversal («Educación para la paz») que obliga a hablar de la paz en clase de Matemáticas o de Física, por decir algo, si el profesor no es capaz de ejercitar la paciencia».

Y no son pocos los profesores que han de pasar esa prueba de paciencia. Según el Informe de España 1996, de la Fundación Encuentro, más de la mitad de los docentes de enseñanza primaria y secundaria (el 53,8%) declaran haber afrontado situaciones violentas con sus alumnos y casi tres cuartas partes (72,4%) han perdido en alguna ocasión el control de la clase, lo que no siempre desemboca en una agresión física.

Con todo, la situación española queda aún lejos de la estadounidense. Allí, muchas escuelas tienen un detector de metales a la entrada para evitar que los alumnos introduzcan armas, y uno de cada diez profesores ha sido agredido físicamente en la escuela por un alumno, según datos de la Federación Estadounidense de Docentes.

Propuestas europeas imprecisas

Quitar hierro al problema no significa olvidarlo. Desde luego, las instituciones educativas de la Unión Europea no lo olvidan. Los delegados que fueron a Utrecht y luego a Luxemburgo no pretendían hallar una sola receta contra la violencia.

Hablaron de distintas iniciativas: abrir centros-piloto especialmente diseñados para la prevención; establecer oficinas de información que distribuyan ideas y material para campañas preventivas; o que algunos profesores estén en contacto con instancias extraescolares, como la policía, también atentas a la lucha contra el vandalismo. Se ha creado un equipo investigador que unifique las experiencias de los distintos países y que en junio de 1999, a la vista de ellas, propondrá cuáles son los mecanismos más eficaces.

La ponencia española en Utrecht fue elaborada por Juan Manuel Moreno, profesor de la Universidad Nacional de Educación a Distancia. El profesor Moreno indica que en estos momentos «los comportamientos antisociales en la escuela no pueden ser explícitamente reconocidos como un problema por las autoridades nacionales y regionales en España», y, por otra parte, faltan estudios de ámbito nacional que permitan hacer generalizaciones rigurosas. No obstante, en su informe (La cara oculta de la escuela) recoge datos de institutos y escuelas públicas de Sevilla. Entre otras cosas, destaca que en las escuelas, el 27% de los estudiantes de 12 a 14 años dice que «frecuentemente» sufre agresiones de sus compañeros; el 60%, «algunas veces»; sólo el 18% no fue «nunca» víctima ni agresor. En los institutos, los porcentajes son menores: el 5% fue maltratado frecuentemente; el 33%, sólo alguna vez. De otros estudios se deduce que las agresiones se dan sin diferencias entre alumnos de todas las capas sociales y, de modo general, mucho más por parte de alumnos que de alumnas.

Atender al desarrollo moral del alumno

Como prevención del comportamiento antisocial, el profesor Moreno recomienda a los centros educativos, especialmente los de enseñanza secundaria, que presten más atención a algo ampliamente olvidado: «los aspectos no académicos de la educación (desarrollo moral, integración social, etc.) y los procesos interpersonales de convivencia».

Pero también sostiene que la magnitud de la violencia escolar a veces es exagerada por el tratamiento que recibe en los medios de comunicación (que, a su vez, impulsa a los gobiernos a trazar planes). En esa idea coincide Javier Elzo, catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto y experto en violencia juvenil. En uno de sus estudios sobre drogas y violencia en las aulas, Elzo opina que «no hay más violencia juvenil ahora que, por ejemplo, en los años 50; sí más sensibilidad ante los hechos violentos».

Programas preventivos en España

No obstante, en España se están poniendo en marcha proyectos de prevención de la agresividad juvenil en las escuelas. Por ejemplo, en Madrid, la dirección provincial del Ministerio de Educación ha diseñado un programa -«Convivir es vivir»- que comenzó a funcionar en abril, de modo experimental, en 30 escuelas públicas, y que el curso 1997-98 se extenderá a los colegios que lo soliciten.

El plan crea la figura del «coordinador de la convivencia» -puede ser el propio director, un profesor o el padre de un alumno, elegido por el Consejo Escolar-, cuya función es mantener informada a la policía de los brotes de violencia dentro del centro o en su entorno. También propone aumentar la vigilancia en los recreos, controlar más las entradas y salidas de estudiantes y mejorar los sistemas de alarma y seguridad. Otra faceta del plan es organizar el tiempo libre de los jóvenes (deporte y biblioteca) y fomentar la enseñanza de valores. El programa está abierto a modificaciones por parte de los colegios, y está previsto que sea aplicado por profesionales, no voluntarios, con un enfoque preventivoeducativo.

Profesores y políticos de los barrios económicamente menos dotados de la ciudad han advertido que, para que sea eficaz, el proyecto necesita ir acompañado de la aplicación estricta del decreto «Para la compensación de las desigualdades en Educación», donde se prevé asignar a estas zonas profesores de apoyo, instalaciones adecuadas, e incrementar presupuestos y actividades extraescolares.

También la Consejería de Educación de Andalucía ha presentado un programa de prevención de la violencia en los colegios públicos. Junto con los cursos de formación del profesorado, pretende que los alumnos afectados y sus padres colaboren directamente: entre otras medidas, incluye una línea de teléfono gratuita para hacer denuncias.

Iniciativas en Gran Bretaña y Francia

En Gran Bretaña, los medios de comunicación informan con detalle del sistema educativo, sin omitir los casos más llamativos de violencia. The Daily Telegraph (12-III-97) daba noticia de un informe de la Universidad Keele, realizado con entrevistas a 4.500 alumnos de 25 colegios. Según esa amplia encuesta, el 83% de los niños y el 67% de las niñas admiten haber tenido comportamientos agresivos o haber amenazado alguna vez a sus compañeros a lo largo del curso anterior. Justifican su conducta diciendo que les molesta la apariencia física de algunos compañeros, su modo de vestir, su inteligencia o limitaciones, su desprecio del deporte y, en general, que sean distintos por la raza, religión o manera de hablar. No obstante, el 60% de los niños reconocían también que habían sido tanto agresores como agredidos, y aseguraron que maltrataban a otros como táctica para protegerse, pues así demostraban a los compañeros más violentos que también ellos «eran de la banda».

Zonas especiales para alumnos difíciles

Una de las preocupaciones de las autoridades británicas de enseñanza es cómo reducir las expulsiones de alumnos, que crecen desmesuradamente. El curso pasado fueron más de 10.000, muy por encima de las 4.000 (incuidas 1.215 expulsiones definitivas) que hubo en 1992. Como alternativa a la expulsión, un plan del Ministerio de Educación contemplaba crear dentro de los colegios una zona especial para impartir clase a los alumnos menos dóciles. Así podría ser más fácil corregir al alumno; pero no se sabía con certeza si con este sistema se iba a lograr que el alumno no reincidiera tanto y que se corrigiera pronto, sin perder el ritmo de aprendizaje del resto de la clase.

El gobierno conservador, que confiaba en el proyecto, había dispuesto invertir 3,7 millones de libras (880 millones de pesetas) durante este curso para implantarlo en 23 áreas urbanas, y gastaría otros 18 millones de libras (unos 4.000 millones de pesetas) en los próximos tres cursos. El plan tenía que ser complementado por otros sistemas de formación especial para los profesores encargados de los alumnos más difíciles. Pero, tras la victoria laborista en las urnas, la ejecución o la modificación del plan está en manos del nuevo gabinete, cuyos primeros movimientos se dirigen a reducir a menos de 30 el número medio de alumnos por aula.

Las niñas bajo sospecha

Aunque nadie duda que las alumnas son más pacíficas que los varones, en Gran Bretaña las niñas no están libres de la sospecha de violencia. La muerte de la joven Louise Allen, de 13 años, en una pelea con dos alumnas ha levantado suspicacias e impulsado nuevos estudios sobre los comportamientos antisociales femeninos. Algunos psicólogos destacan que las niñas están cada vez están más influidas por la cultura agresiva y por factores como los papeles de «duras» de algunas actrices en la televisión o en el cine.

Michelle Elliott, que dirige una organización benéfica contra los malos tratos en la escuela (Kidscape), asegura que de 1991 a 1995 han recibido muchas más solicitudes de ayuda y que en 1996, por primera vez, esta organización tuvo que aconsejar a alumnos y padres ante las agresiones de algunas compañeras.

Éxitos parciales

En vista de la experiencia, los programas británicos de prevención de la violencia registran éxitos parciales. Varias escuelas de Sheffield entre 1991 y 1993 lograron reducir las trifulcas entre varones, pero no entre las niñas. En colegios de primaria, el porcentaje de niños que denunciaron agresiones de sus compañeros disminuyó del 19% al 13%, mientras que entre las niñas aumentó del 12% al 13%.

Depende del ejecutivo de Blair que se aplique un documento presentado en noviembre por la Autoridad de Evaluación y Planes de Estudios, órgano asesor del gobierno, donde se propone instaurar, en el próximo plan de estudios nacional, la enseñanza de valores morales (ver servicio 15/96).

Si los éxitos logrados no son rotundos es porque falla el diagnóstico y/o faltan paliativos. Algunas explicaciones de la violencia escolar apuntan que los «matones» suelen ser, a su vez, víctimas de una vida familiar dura, de la que intentan resarcirse con sus compañeros. Otros subrayan el afán de liderazgo de algunos compañeros que no pueden destacar si no es por la fuerza.

En todo caso, el papel de la familia parece clave. Un estudio de la Universidad de Portsmouth, dirigido por Carol Hayden, afirma que al estudiar a fondo el contexto familiar, se encontró que el 90% de los padres de un grupo de 38 alumnos dífiles estaban divorciados o separados, y un 60% vivían en una casa donde sufrían malos tratos o abandono (El País, Madrid, 17-XII-96).

Influye también en los niños la difusión televisiva de modelos de héroes violentos o contestatarios, desde los dibujos animados a las series de TV y películas. Otras claves son la respuesta de la familia ante la violencia del hijo en el hogar, el tipo de ocio de los niños, el fracaso escolar de alumnos que se ven obligados a continuar estudiando sin aliciente, o las adicciones al alcohol y a las drogas.

Respecto a la drogadicción, son llamativas las estadísticas que presenta el estudio Droga y Escuela V, del Instituto de Drogodependencias de la Universidad de Deusto (España): casi cuatro de cada diez jóvenes han probado alguna vez la marihuana, y dos de cada diez la consumen habitualmente. Después del porro, las otras drogas ilegales más probadas son las anfetaminas y el speed. Casi ocho de cada diez escolares las han tomado alguna vez. En cuanto al alcohol, el 35% de los escolares lo consume en abundancia durante el fin de semana; sobre todo, entre los 16 y los 18 años: en esas edades el 51% bebe en exceso. Y, según el informe, se puede decir que los jóvenes que beben demasiado tienen poco interés por sus estudios; mientras que los abstemios (20%) los valoran más.

Francia lanza un programa antiviolencia

En Francia, la última estadística del Ministerio del Interior, de 1993, que se refiere al conjunto de los institutos y escuelas, registra 2.694 denuncias de robos, 771 agresiones voluntarias con herida, 770 casos de deterioro de bienes personales, 167 incendios, 36 violaciones e incluso un homicidio. Sería un consuelo inútil conformarse con decir que la violencia en la calle es todavía peor que en la escuela. Desde hace años se repiten las acciones del gobierno contra la violencia escolar. El plan antiviolencia del gobierno de Balladur se quedó en el tintero por la cercanía de las elecciones presidenciales. En marzo del año pasado, el anterior ministro de Educación, François Bayrou, presentó su programa, de 19 medidas, que empezó a implantarse en septiembre, al iniciarse este último curso académico.

El programa aborda tres áreas: la primera se dirige a mejorar la formación del profesorado de zonas conflictivas y a dotar a los centros educativos del material suplementario para combatir el vandalismo; la segunda concreta normas de funcionamiento interno y aboga por la mejora de las relaciones entre las escuelas y los padres; por último, plantea cuestiones de urbanismo, arquitectura y colaboración con otros ministerios.

Con el plan, el Ministerio de Educación restablece las llamadas zonas de educación prioritaria (ZEP). Para 173 colegios de estas zonas se ha contratado a 250 personas -la mayoría vigilantes (150) y consejeros en educación (50)- y se destinan 2.200 reclutas para reforzar la vigilancia dentro de los centros. Entre otras acciones destaca la construcción de diez internados en áreas urbanas, algunos planes específicos de formación del profesorado para prevenir o contener la violencia, luchar contra el absentismo escolar, experimentar nuevos horarios escolares, castigar la intrusión en escuelas con multas de hasta 10.000 francos (250.000 pesetas) y adoptar una persona con función de «mediador» que se ocupe de integrar en las actividades del colegio a los padres con pocos conocimientos de la lengua francesa.

Un detalle revelador del plan es que el Ministerio de Educación francés se cubrió las espaldas firmando un contrato de seguros cuya póliza cubre por completo los bienes escolares que estropeen los alumnos en actos vandálicos.

José María Garrido

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