El ejemplo del tabaco y la marihuana

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Para acometer acciones de salud pública que sean realmente efectivas, es muy ilustrativo volver la vista a la historia de las estrategias que se han ido desarrollando frente al tabaco. Es una larga historia de más de 40 años plagada de fracasos. El enemigo de la salud pública era una fuerte industria tabacalera que quería proteger celosamente sus ganancias. Durante 40 años la industria del tabaco ganaba y la salud pública perdía. Sólo cuando se adoptó una estrategia de riesgo cero, sin limitarse a la reducción de daños, es cuando se empezaron a contabilizar logros importantes.

Este precedente es un buen argumento para que las acciones de salud pública no se centren en el preservativo (reducción del daño), sino en la promoción de la castidad (abstinencia en los jóvenes, monogamia estable en las parejas) que son las estrategias de riesgo cero.

Del mismo modo, la actitud parcialmente transigente con un comportamiento insano que se mantuvo durante décadas respecto a las drogas se ha visto a la larga que sólo cosechaba frutos amargos. Así, la salud pública parecía estar preocupada sólo por reducir el daño pero no en eliminarlo, y hacía frente sólo a la droga dura (sobre todo heroína inyectada), mientras era tolerante con las mal llamadas “drogas blandas” (marihuana, hachís, anfetaminas, drogas de síntesis). Hoy día hay acuerdo universal en la comunidad científica en que la marihuana y el hachís producen un grave daño psicológico, son factores causales de psicosis. Lamentablemente España está a la cabeza de Europa en su consumo y cunde la alarma por el galopante aumento de casos de psicosis asociados a cannabis. Son ejemplos para escarmentar.

Es contradictorio que un programa de prevención lance a los jóvenes por una parte el mensaje de que vivan la abstinencia del sexo pero a la vez les esté hablando de cómo protegerse cuando tienen sexo. Muchas veces se invierten los términos y se da por hecha la derrota del primer mensaje (abstinencia) para centrarse abundantemente en el segundo. Está claro que está actitud ambigua y conformista, que sólo pretende reducir el daño pero no eliminarlo, no tiene lugar en la prevención del tabaquismo o del uso de drogas. ¿Por qué se tolera en cambio en los problemas relacionados con la sexualidad precoz o promiscua?

Hay estrategias de reducción de daño (fomento o reparto de preservativos) que insisten en seguir llamándose programas de sexo “seguro” (safe sex). Esto no es cierto. Se entiende que es seguro aquello que no tiene riesgos. En todo caso, podrían llamarse estrategias de sexo “más seguro” (safer sex), pues sólo reducen el riesgo, pero no lo eliminan.

Un motivo históricamente importante del fracaso de la salud pública en su lucha frente al tabaco fue dejarse seducir por varios espejismos. El más peligroso fue precisamente la creencia de que los “safer cigarettes” (cigarrillos más seguros) iban a lograr una reducción del daño. Resulta instructivo comprobar el paralelismo que tiene este error con el que se está cometiendo ahora respecto a las infecciones de transmisión sexual, los embarazos imprevistos y los abortos en adolescentes.

Al igual que se incurrió entonces (años 70 y 80) en el lamentable espejismo de pensar que un cigarrillo más seguro contentaría a la poderosa industria del tabaco y evitaría a la vez el daño sanitario, ahora se postula el sexo más seguro que resultaría complaciente frente a la industria del sexo y aparentemente favorecería a la salud pública.

Va pasando el tiempo y se va apreciando que este planteamiento conformista de la reducción de daño resulta contraproducente. Se observan situaciones absurdas. Por ejemplo, se está dando el mismo mensaje (sexo más seguro, uso de condones) a una persona que comercia con el sexo que a un chico de 12 años. Pero las tasas de infecciones de transmisión sexual siguen creciendo cada año en España, lo mismo que los embarazos imprevistos y el número de abortos.

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