El cuidado intergeneracional, un plus de bienestar para niños y mayores

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Niños y ancianos parecen ser –solo parecen– dos rectas paralelas que jamás se cruzan, porque ¿qué interacción positiva podría tener una persona que, con unos cuantos achaques sobre sí, ya avista el final de su existencia, y una que empieza a calentar motores para la vida que tiene por delante?

Habiendo resuelto tantos conflictos en una vida prolongada, los mayores pueden ayudar a los más jóvenes a solventar disputas y a mirar al bien mayor

Con toda seguridad, algo pueden aportarse. Así lo creen en los más de 100 centros mixtos para niños y ancianos, dispersos por toda la geografía de EE.UU., en los que se pone en práctica el cuidado intergeneracional. La idea, que surgió en Japón hace cuatro décadas, está también muy difundida en los Países Bajos y en el Reino Unido –la organización británica United for All Ages planea crear 500 centros de este tipo para 2023– y persigue que ambas partes saquen experiencias fructíferas de esa interacción.

Ashley E. McGuire, colaboradora del blog del Institute for Family Studies, pudo comprobar in situ, en un centro de cuidados compartidos para niños y adultos mayores en Washington, cómo funciona la relación. Durante una visita, una anciana “tomó a mi hija de seis años, la llevó consigo a su apartamento, y pacientemente se puso a enseñarle cómo tocar el chelo. Otro se pasó un largo rato sentado en el suelo con mi hijo de cuatro años, explorando con él una bola del mundo. Después otra se llevó a mi hija para que la ayudara a arreglar el jardín, y estuvo allí recogiendo hojas felizmente durante una hora y aprendiendo sobre la historia del lugar, donde se celebró la victoria estadounidense en la II Guerra Mundial. Esa interrelación, aunque solo ocasional, sin duda alguna enriqueció la vida de mis hijos”.

El criterio positivo de McGuire bien puede ser el de muchos estadounidenses. En junio de 2018, la organización Generations United publicó el resultado de un sondeo, realizado de conjunto con la Eisner Foundation, el cual reveló que el 92% de los consultados afirmaba que las actividades conjuntas de niños y ancianos pueden ayudar a reducir el sentimiento de soledad en todas las edades, mientras que el 89% entendía que unir a ambos grupos en un mismo centro era hacer un buen uso de los recursos.

Curiosamente, apenas el 26% de los entrevistados conocía que ese tipo de instituciones ya existía en sus localidades.

Con paciencia infinita

Los niños que han participado de programas intergeneracionales presentan habilidades cognitivas y motoras más señaladas que quienes se han mantenido al margen, y muestran más empatía

Un estudio de la Universidad de Stanford se acercó al tema de la interacción entre niños y ancianos en esos sitios y concluyó que el beneficio es bidireccional: mientras los adultos mayores contribuyen al bienestar de los jóvenes al ayudarlos a desarrollar competencias necesarias para su desarrollo, cultivan su propia autoestima y el sentido de contar con un propósito en la vida.

Según la investigación, los niños que han participado de estos programas presentan, como resultado, habilidades cognitivas y motoras más señaladas que quienes se han mantenido al margen, y además, muestran más sensibilidad hacia otras personas. De hecho, una madre contaba a los expertos que notaba a su hija “más empática que lo normal a su edad”.

La doctora Laura Carstensen, quien lideró el estudio, menciona, entre las competencias que puede desarrollar la interacción de los niños con los adultos mayores, el pensamiento crítico, la resolución de problemas, la conexión social y el aprender a fijarse objetivos. “Todas son clave para triunfar en la escuela y en el trabajo, e impulsan a las personas a contribuir de modo significativo a la sociedad”.

¿Y los padres? Claro que importan, precisa Carstensen, pero la investigación muestra que hay un plus de beneficios para aquellos niños que, además del apoyo de sus padres, han contado en su educación con el de personas mayores. Estos últimos, por su parte, cuando aparcan sus dolencias y se sientan con los pequeños a jugar o a enseñarles, con paciencia infinita, tal o cual habilidad, ven disminuir su sensación de soledad y experimentan menores niveles de ansiedad y mejorías de su salud.

Pareciera que los ancianos vienen de vuelta de todo, pero siguen aprendiendo con los niños, pues además de adentrarse en el mundo de las nuevas tecnologías, retoman una perspectiva de la realidad que habían “abandonado” hace tiempo, y la miran a través de los ojos de los menores.

El valor de las canas

En opinión de la inmensa mayoría de los consultados en un sondeo, las actividades conjuntas de niños y ancianos pueden ayudar a reducir el sentimiento de soledad y a optimizar el uso de los recursos

La percepción de que los ancianos son consumidores netos de recursos es únicamente eso: una percepción. La realidad es que ellos mismos constituyen un “recurso” al que la sociedad puede sacar partido.

La doctora Carstensen apunta: “Está comprobado que, con la edad, se incrementa la sabiduría, la experiencia de vida y la estabilidad emocional, y todo ello se puede transmitir a otros de manera significativa”.

Según subraya su investigación, el proceso de envejecimiento del individuo trae consigo un desarrollo de la capacidad para reconocer las limitaciones y, en consecuencia, aprender a adaptarse a ellas para seguir adelante y utilizar sus habilidades en dependencia de los desafíos que se le van presentando. Si esa adaptación ayuda, efectivamente, a vencer las dificultades, la persona aumenta su sentido de la resiliencia y su sensación de bienestar. Y un menor de edad que reciba estas experiencias de primera mano tendrá, razonablemente, un plus de destrezas respecto a otros de su edad.

Asimismo, los ancianos pueden ayudar a los menores a enfocarse en lo verdaderamente importante de las cosas. La propia convicción de los adultos mayores de que el tiempo es finito, les impulsa a dedicar sus esfuerzos a lo que realmente puede compensarlos positivamente en el plano emocional, y a sopesar con mayor serenidad los pros y los contras para tomar decisiones acertadas. Sin distracciones.

Por último, habiendo resuelto tantos conflictos en una vida prolongada, y desarrollado una mayor tendencia a perdonar, los mayores pueden ayudar a los más jóvenes a solventar disputas y a mirar al bien mayor. Son “excelentes candidatos para servir como facilitadores a los diferentes miembros de un grupo, de modo que vean la foto desde una perspectiva más amplia”, afirma la doctora Carstensen.

Juntar, pues, en un mismo sitio a niños y ancianos no parece mala idea. “Cada niño necesita de al menos un adulto que esté completamente loco por él”, aseguraba el psicólogo rusoamericano Urie Bronfenbrenner, y muchos que peinan canas pueden estar deseando ahora mismo encarnar ese papel.

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