Jugar es algo muy serio

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Lo de dejar a un lado temporalmente el móvil para poder centrarse en la vida real es algo que va teniendo cada vez mejor prensa. Y si a los adultos parece hacerles bien, por descontado que también a esos niños pequeños que se quedan boquiabiertos ante la tableta, en un tiempo en que deberían estar interactuando con el mundo real: tomando en sus manos una rama a modo de espada, intentando atrapar una paloma, aprendiendo a saltar a la comba…

Los juguetes electrónicos “imponen sonidos y ruidos. Los bebés se entusiasman unos pocos días, pero luego se aburren”

La importancia de los juegos y los juguetes de toda la vida para favorecer el desarrollo de destrezas en el menor, queda demostrada en una investigación tras otra. Una de las más recientes, de un equipo de la Purdue University, se interesó por la repercusión de una actividad como el juego con piezas de Lego en la adquisición de habilidades matemáticas como la enumeración y el reconocimiento de formas geométricas, así como en la flexibilidad cognitiva.

Los expertos seleccionaron a 59 niños de entre 3 y 6 años, de hogares de diferente nivel socioeconómico. La mitad de ellos participó del experimento, mientras los otros constituyeron el grupo de control. Así, los primeros se agruparon de tres en tres, y se les invitó a distraerse con las piezas del mencionado juego, en 14 sesiones a lo largo de 7 semanas. 

Al término, se les aplicaron, tanto a ellos como a los que no estuvieron en el experimento,  varias pruebas para evaluar sus habilidades matemáticas y cognitivas. Los investigadores concluyeron que, comparativamente, los participantes sacaban una ventaja promedio de 0,25 en la puntuación final sobre el grupo de control. El número es pequeño, pero según la American Statistical Association, denota un avance a todos los efectos.

De igual modo, sobresale el dato de que no todos los chicos del Lego se beneficiaron en la misma medida: si los que provenían de hogares más acomodados apenas exhibieron una mejoría en su desempeño, los hijos de padres con menor nivel de educación tuvieron un resultado más notable respecto a su preparación inicial.

“Lo que esto significa –dice a Quartz Sarah Schmitt, autora principal del estudio– es que la intervención podría tener un impacto en el cierre de la brecha en la preparación escolar para aquellos chicos que proceden de familias con un bajo nivel económico”.

Desarrollar un sentido del espacio

La vuelta a los juguetes de antaño, como manera de estimular en los menores la creatividad y la capacidad de exploración del mundo, ha quedado acreditada por otras investigaciones. Tres años atrás, la web de la Association for Psychological Science se hacía eco de un experimento desarrollado por psicólogos del Rhodes College de Memphis (EE.UU.), con una muestra más amplia: 847 niños de 4 a 7 años.

Los expertos accedieron a los hogares para observar con qué tipo de juguetes pasaban el tiempo libre los chicos: si con el Lego y los clásicos rompecabezas, o con videojuegos. Tras un período en el que vieron desenvolverse a los muchachos, les aplicaron el test de encajar figuras de diversas formas en espacios concebidos al efecto, y constataron que aquellos que habían tomado en sus manos los juguetes tradicionales unas seis veces por semana, superaban la prueba con más facilidad que los de las pantallas.

Los hijos de padres con menor nivel de educación obtuvieron un resultado más notable en cuanto a habilidades matemáticas que los de padres más preparados

“Los resultados muestran que el juego espacial está relacionado con las habilidades de razonamiento espacial de los niños –apunta Jamie Jirout, una de las autoras–. Esto es importante, porque darles este tipo de experiencias puede ser una manera sencilla de estimular su desarrollo espacial, especialmente a aquellos menores que normalmente exhiben un desempeño menor, como los niños y niñas de hogares de menos ingresos”.

¿Y quién balbucea más?

Pero la cuestión también va de habilidades lingüísticas. Otro estudio, este de la Dra. Anna Sosa, de la Universidad de Arizona, publicado en el Journal of the American Medical Association, tuvo como punto de partida la grabación de las reacciones de 26 bebés de 10 a 16 meses de edad a tres variantes de distracción, en cada una de las cuales participaron los progenitores: la lectura de un libro, el juego con juguetes tradicionales, y el recurso al ordenador infantil y a móviles de juguete.

Según comprobó la especialista, los padres que acompañaron a sus niños en la primera actividad pronunciaron un promedio de 67 palabras por minuto; 56 en la segunda y 40 en la tercera. En consecuencia, los pequeños también balbucearon menos en esta última actividad (unas 2,9 veces), mientras que lo hicieron casi en 4 ocasiones durante la lectura de libros.

La Dra. Sosa concluyó que el juego con dispositivos electrónicos está asociado con un descenso de la calidad y cantidad del input lingüístico, en comparación con la recreación con libros y juguetes de los de toda la vida. “Se deben desestimar los juguetes electrónicos para promover el desarrollo temprano del lenguaje. Si la lectura no es la actividad preferida, los juguetes tradicionales constituyen una valiosa alternativa para que padre e hijo pasen el tiempo”.

“No se puede hacer demasiado con los juguetes electrónicos”, apunta por su parte la Dra. Irina Verenikina, profesora de Psicología Educacional en la australiana Universidad de Wollongong. En apoyo a la tesis de Sosa, Verenikina subraya en The Age que esos artefactos “imponen sonidos y ruidos. Los bebés se entusiasman unos pocos días, pero luego se aburren”.

Además, afirma, esos dispositivos tienen el hándicap de que no involucran en el juego todos los sentidos del  niño –un límite inexplicable a su conocimiento del medio–, pese a lo cual, algunos padres los utilizan como una especie de niñeras: si garantizan que el chico esté tranquilo, pues mejor.

A cada progenitor le tocará preguntarse si es ese el tipo de persona que le interesa formar, o si no será mejor una que interactúe con el medio, aunque termine desperdigando las piezas de Lego o destruyendo un cochecito para averiguar qué hay adentro.

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