Europeización de las Américas en natalidad

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Puerto Rico,
my heart’s devotion,
let it sink back in the ocean.
Always the hurricanes blowing,
always the population growing…
(Mi Puerto Rico querido, allá te hundas en el océano. Siempre azotado por huracanes, siempre creciendo la población…)
— West Side Story (1961), Duelo musical de chicas y chicos boricuas

There is nothing more American than mom and apple pie
(Nada hay más americano que mamá y la tarta de manzana)
— Dicho popular tradicional en Estados Unidos

 

Hace algunas décadas, la fecundidad en las Américas era muchísimo mayor que en Europa. Ahora, las dos orillas del Atlántico y la del Este del Pacífico tienden a igualarse a la baja. El frío invierno demográfico ha cruzado el charco de Este a Oeste. Ya hay unos cuantos países americanos con un nivel de hijos por mujer que les coloca en terreno de “suicidio demográfico”, en el que no se llega al nivel reproductivo que permite el reemplazo de la población, situación en la que se encuentran todos los más poblados y extensos, y algunos más. Incluso hay países americanos –o equivalentes, como Puerto Rico, entrañable nación hermana de estatus político único en el mundo– con niveles de natalidad tan bajísimos como solo un hijo por mujer “a secas” en 2019. Hasta hace no muchas décadas, con una tasa de fecundidad mucho mayor, la población portorriqueña (o boricua, como dicen allí, en la Isla del Encanto) crecía continuamente, pese a la abundante emigración hacia Estados Unidos.

Por debajo del umbral de reemplazo

En los años 60 del siglo XX, según la ONU, casi todos los países al sur del río Grande, a partir de México, tenían entre 4 y 7 hijos por mujer, con excepciones como Argentina y Uruguay, si bien todavía entonces con una fecundidad superior a la de reemplazo. En la actualidad, y con datos pre-pandemia de covid, Sudamérica en conjunto está ya en un nivel de natalidad claramente por debajo del umbral de reemplazo (que es de 2,1 en países con muy baja mortalidad infantil y juvenil, y más elevado si la mortalidad de niños y jóvenes es mayor), por Brasil, Colombia, Chile, Uruguay y Argentina, en tanto que los demás países de la región tienen ya niveles de fecundidad comprendidos entre 2,2 y 2,6 hijos por mujer, y bajando.

América Central y el Caribe, incluyendo México, están ahora en niveles de fecundidad ligeramente inferiores a los de reemplazo (en torno a 2,0 a 2,1 hijos por mujer en la región, pero como su mortalidad infantil y juvenil aún no es tan baja como en los países desarrollados, aunque afortunadamente se esté acercando, esto supone ya un poco menos de los bebés necesarios para el relevo generacional). En esa zona geográfica, los “farolillos rojos” en fecundidad son Puerto Rico, con apenas un hijo por mujer, y Cuba, que en 2019 registró su mínimo histórico en este indicador vital, con 1,57 hijos por mujer.

Al norte de México, los Estados Unidos, que tuvieron un baby boom desde 1940 a mediados de los 60 (1), vieron caer su nivel de fecundidad por debajo del umbral de reemplazo en 1972, con un repunte del número de hijos por mujer a partir de 1983 que los llevó a recuperar el nivel de reposición a mediados de la primera década del nuevo milenio, en gran parte gracias a la inmigración hispana. Pero desde 2007, la fecundidad está de nuevo en descenso continuado en EE.UU., alcanzándose un mínimo histórico en el país de 1,7 hijos por mujer en 2019, y en torno a 1,6 en el caso de los blancos.

Aún no hay datos completos para 2020, pero todo apunta a un nuevo descenso, que continuará seguramente en 2021 por el zarpazo del covid-19. Lamentablemente, ya no es cierto lo de que no hay nada más americano que “mamá y la tarta de manzana”, y no es por la tarta ni por las manzanas. En Canadá, más parecido a Europa que EE.UU. en muchas cosas –también en fecundidad–, donde el nivel de reemplazo se traspasó a la baja en 1972 y desde entonces no ha habido repuntes como los ocurridos hace unos 30 años en su gran vecino del sur, se registró igualmente su mínimo histórico de hijos por mujer en 2019, con 1,47.

Tendencias mundiales

¿Por qué se están dejando de tener niños también en las Américas, y qué consecuencias tendrá esto para ellas? En general, cabe decir que les son de aplicación las mismas tendencias de todo el mundo a la caída de la natalidad, ligadas a cambios sociodemográficos que han entrañado una fuerte pérdida de valores familiares y pro-natalidad. Y en particular, probablemente tuvo mayor efecto en el tradicional “patio trasero” de Estados Unidos que en otras partes del mundo la acción del gobierno norteamericano en contra de la fecundidad en los países entonces llamados “subdesarrollados”, sistematizada oficialmente desde el llamado “Informe Kissinger” de 1974 (2) (inicialmente secreto, desde hace tiempo desclasificado, y que vale la pena leer a quien le preocupen estos temas).

En el caso de Canadá, es un país con un sistema político y de valores muy similar a los europeos. Y en el de los EE.UU., también cada vez más parecidos en muchas cosas a Europa, en la última década y media, factores como la pérdida de sentimiento religioso –en Occidente, en general, la gente más religiosa tiene más niños–, el auge de un feminismo radical que ve en la maternidad un lastre para que mujeres y hombres se igualen, mucho más que una vía de realización personal, o los movimientos antinatalistas por argumentos ecológicos –falaces y anticientíficos, a nuestro juicio– han podido influir para la reciente caída de la natalidad, que también se ha intensificado en Europa en la última década.

Sociedades envejecidas

De cara al futuro, las consecuencias en las Américas de este desplome de la fecundidad serían las mismas que en otras partes del mundo: sociedades cada vez más envejecidas por falta de savia joven, y con tendencia a perder población si su número de hijos por mujer se mantiene de forma persistente por debajo de niveles de reemplazo, con el consiguiente impacto negativo sobre sus economías, con un empobrecimiento afectivo creciente, al tenerse cada vez menos parientes cercanos (hijos, hermanos, nietos, primos, tíos, sobrinos…) y haber en ellas una mayor soledad.

En cuanto al peso demográfico relativo de América en el mundo, y en particular de los EE.UU., su evolución a la larga dependerá sobre todo de si su fecundidad es mayor o menor que la media mundial, siendo actualmente algo menor, lo que conllevaría una pérdida de pujanza en el ámbito mundial, a igualdad de otros factores. En la pugna por la hegemonía mundial, por su mucho mayor tamaño demográfico, China tiene todas las papeletas a su favor para superar a los EE.UU. como primera potencia mundial indiscutible en las próximas décadas. Una vez superado el comunismo –o adaptado al capitalismo de una forma que ha permitido a China salir de la postración en que la había dejado el maoísmo–, la productividad china se va acercando a la de EE.UU. Si lograse igualarla, y va camino de ello, al tener cuatro veces y pico la población en edad laboral que tiene Estados Unidos, su PIB podría ser cuatro veces el de la gran potencia yanqui. Según la OCDE, China ya superaba en un 16% en 2020 a Estados Unidos en PIB en paridad de poder adquisitivo, una diferencia que tiende a incrementarse cada año.

En resumen, es una pena que América, que en muchas cosas fue una inspiración para Europa en los últimos siglos, y que tantas cosas buenas aprendió del Viejo Mundo, esté imitando uno de los peores hábitos de los europeos de los últimos 50 años: tener cada vez menos niños.

Alejandro Macarrón Larumbe
Ingeniero y consultor empresarial
Director de la Fundación Renacimiento Demográfico

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(1) El llamado baby boom de posguerra realmente empezó antes de que los EE.UU. se involucrasen en la Segunda Guerra Mundial, y lo mismo ocurrió en Canadá, así como en otros países occidentales. En 1942 comenzó en el Reino Unido y Francia, pese a la zozobra de la guerra, y la ocupación nazi en el caso de Francia. Un caso idéntico al francés fue el noruego, y muy parecido fue el de Dinamarca, con repunte de natalidad desde 1940 no interrumpido con la ocupación alemana. También en Suecia y Suiza comenzó a crecer con fuerza la fecundidad en 1941. Esto da que pensar sobre la complejidad de lo que motiva o no a tener hijos, y avala la tesis de que los valores y las ganas de tener niños o no son lo fundamental, y las dificultades o facilidad materiales objetivas del momento, lo secundario.

(2) Accesible íntegramente en https://pdf.usaid.gov/pdf_docs/Pcaab500.pdf. Y en español, un resumen en https://es.wikipedia.org/wiki/NSSM_200. En los años 60 y 70, el gobierno de Estados Unidos estaba muy preocupado por el crecimiento explosivo en de la población en los países subdesarrollados (ahora llamados “emergentes”, “menos desarrollados” o “en vías de desarrollo”) desde los años 50. Temía que ello les impidiese salir de la pobreza, al no crecer su economía mucho más que su población –y por tanto no progresar apenas el PIB per cápita–, y que eso llevase a más países a la órbita soviética tras las correspondientes revoluciones, privando a EE.UU. de poder comprar a precios de mercado razonables –y de explorar nuevos yacimientos– determinadas materias primas estratégicas. Esos crecimientos demográficos rapidísimos en el Tercer Mundo, en muchos de cuyos países la población se duplicaba cada 25-30 años a la sazón, se debían a que los descensos de la mortalidad infantil y juvenil que se iban produciendo, al irles llegando parte de los avances occidentales en el campo médico y en la producción de alimentos, no iban acompasados aún de descensos correlativos en el número medio de hijos por mujer.

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