Sin beso de buenas noches

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Dejar el trabajo para dedicarse a criar a los hijos es, entre los hombres, una tendencia aún minoritaria, pero que en los últimos años ha ido suscitando simpatías. Puede ser muy reconfortante –y para nada un privilegio exclusivamente materno– estar para escucharles decir las primeras palabras, cambiarles el pañal, verlos sonreír…

 

 

La pregunta es si todos los padres que lo desean pueden permitírselo. La profesora Natasha J. Cabrera, de la Universidad de Maryland, sabe quiénes, con toda seguridad, no pueden: aquellos que perciben bajos ingresos y tienen que aferrarse al puesto de trabajo –a veces a más de uno– para poder llevar el sustento a casa.

Si no hay modificaciones de los horarios laborales, el modesto asalariado seguirá estando muy limitado para interactuar con sus hijos

En un artículo publicado en el blog del Institute for Family Studies, Cabrera narra brevemente algunas historias que encontró en su pesquisa con padres de clase trabajadora en EE.UU. Como la de un señor que encadenaba tres trabajos muy modestamente remunerados y llegaba a casa tarde en la noche. Iba entonces a la cuna de su bebé de un año, la despertaba y se ponía a jugar con ella; si no lo hacía, hasta el domingo no había otra oportunidad.

“La niña estaba cansada al día siguiente, pero era la única manera que el padre veía para poder conciliar su responsabilidad de ser el apoyo financiero de su hija y pasar tiempo con ella”, dice la autora, que recuerda además el caso de un progenitor que llegó a enfadarse después de media hora de conversación sobre su dedicación a los hijos: “¿Y cuándo va a preguntarme usted cuántos trabajos tengo para poder mantener a mi familia?”.

Los que, por su parte, tienen menos apuros económicos –o ninguno– sí que pueden dar un portazo en la oficina e irse a pasar el tiempo velando y jugando con sus pequeños. Según un sondeo del Pew Research Center, un cuarto de los padres estadounidenses que dicen haberse decantado por la opción de dejar el trabajo “para cuidar de mis hijos” tienen estudios superiores, mientras que los también universitarios que lo hacen “por otras razones” constituyen el 17%. Como se observa, hay un buen porcentaje al que no amenaza ninguna penuria financiera y puede estar disponible para dedicarse a los niños.

Cuanto más tiempo, mejor

De la mencionada interacción padre-hijo se recogen, sin duda, buenos “dividendos”. Cabrera cita algunos, como el sentido de seguridad en sí mismos que los hombres van aportando a sus vástagos, a veces mediante juegos más rudos y desestructurados que los que tendrían con las madres.

“Los padres pueden llegar a ser ‘compañeros de juego’ de sus hijos, con el añadido de que estos retozos ayudan a los niños a desarrollar las aptitudes que necesitan para la escuela”. La especialista añade que los padres varones suelen contribuir al desarrollo del lenguaje de los pequeños, a medida que estos les hacen preguntas sobre los objetos y realidades que van descubriendo.

“Un padre puede llegar a ser ‘compañero de juegos’ de sus hijos, y así ayuda a los niños a desarrollar las aptitudes que necesitan para la escuela”

“A mediados de la etapa infantil, los padres a menudo les lanzan retos a sus hijos e hijas para que prueben cosas nuevas, y tienden a estimularles la autonomía más que las madres. Tales actuaciones construyen la confianza y promueven la independencia, que sirven a los hijos para aprender a resolver problemas y salir airosos en las actividades académicas y sociales”.

Ahora bien, si el asunto es dedicar a la relación paterno-filial “cuanto más tiempo, mejor”, quien depende de un salario más humilde lo tiene difícil: si recorta la actividad remunerada, puede poner en peligro la manutención de los niños; si se vuelca en el trabajo, les deja un déficit de atención lúdica y emocional. Falta lograr un equilibrio, pero este se decide mucho más arriba de la fábrica, del taller o de la cafetería en que el hombre ve amanecer y atardecer durante seis días a la semana.

¿Pobre y separado? Menos visitas

Si los padres de bajos salarios hacen malabares para conciliar, hay otros que se las ven peor: los de clase trabajadora y de su mismo grupo salarial que están divorciados. Pero como en el cuento del hombre que se quejaba por comer altramuces y que cuando miró atrás vio a uno que recogía las cáscaras y se las llevaba a la boca, otros lo tienen aun más difícil: los que se separaron de sus parejas sin que su relación se hubiera formalizado jamás como matrimonio.

Según la especialista, en EE.UU. por norma se concede a los hombres divorciados la posibilidad de tener a los niños consigo únicamente dos fines de semana al mes. Si desean más tiempo tienen que tocar a la puerta de los tribunales, y los que perciben sueldos bajos prefieren evitárselo porque, sencillamente, no pueden asumir los costos de una demanda.

Por su parte, los padres pobremente remunerados y que decidieron romper una relación de simple cohabitación, se encuentran con que, aunque están reconocidos como los progenitores legales y se les exige el pago de la pensión por hijo, la ley no les otorga un derecho de visita, con lo cual quedan a merced únicamente de la voluntad de sus exparejas. Si la relación no es buena, el progenitor pierde. Y su hijo más.

Una privación tan drástica del tiempo con los hijos no es la norma fuera de EE.UU. La abogada Paloma Zabalgo, experta en Derecho de Familia, señala que en España los hombres divorciados o separados tienen un régimen ordinario de visitas no condicionado por el tipo de nexo que tenían anteriormente. Según dice a Aceprensa, el régimen más común es el de fines de semana alternos, y dos tardes a la semana sin pernocta, e incluso una semanal con pernocta. “Se entiende que el interés de los menores es tener un mayor vínculo con sus padres. Cuanto más tiempo puedan disfrutar con ellos, más se benefician”.

Tampoco influye el estatus económico del padre para obtener más o menos tiempo. “El costo del procedimiento no tiene nada que ver con los de EE.UU. o Inglaterra, donde son elevadísimos. En España, el presupuesto de un proceso contencioso es más elevado que uno de mutuo acuerdo, pero no estamos hablando de las cifras inabordables de otros países. Ese [aspecto] no es un punto de referencia”.

No solo de pan…

Comoquiera que el impacto de lo económico sea más definitorio en unos lugares que en otros, la procedencia social, muy relacionada con el nivel de ingresos, puede marcar. Un sondeo del think tank británico Centre for Social Justice, efectuado en 2016, revelaba que los hombres de clase trabajadora tienen una probabilidad mucho menor de asistir a las clases de parenting que se imparten antes de nacimiento del niño, en comparación con los de clase media y alta. La proporción es del 31% frente al 71%.

El dato interesante es que, mientras un 65% de los que perciben mayores ingresos dice encontrar “útiles” esas clases preparatorias, un 87% de los de salarios más humildes afirman lo mismo. ¿Por qué van menos entonces? ¿Tal vez porque jornadas más extensas y agotadoras impiden que querer sea poder?

“¿Y cuándo va a preguntarme usted cuántos trabajos tengo para poder mantener a mi familia?”

Si no hay modificaciones de los horarios laborales, el modesto asalariado seguirá estando muy limitado, no ya para ir a que le enseñen “técnicas parentales”, sino para jugar, conversar y dar un beso de buenas noches a sus hijos. La profesora Cabrera pide, por tanto, que políticos y empresarios apoyen a sus empleados de baja calificación para que puedan participar en actividades de esparcimiento con sus pequeños, sin miedo a quedarse en el paro. Y pide también cambiar la tendencia, tan propia de EE.UU., de celebrar a los hombres de clase media y alta que dejan sus funciones para seguir de cerca a sus hijos, pero solo elogiar a los de clase baja si se ocupan de poner pan en la mesa.

Porque no solo de pan vive el hijo del trabajador, sino de poder estar más tiempo en los brazos de papá.

Cuando el trabajo es obstáculo

Un informe de junio de 2017, elaborado por la Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE), precisaba que el 77% de las mujeres dedican a los hijos más de dos horas diarias, mientras que el 36% de los hombres dicen emplear en ello más de una hora, y el 46%, más de dos.

Sin distinguir por sexos, una mayoría de los consultados (el 75%) aseguró que el trabajo seguía siendo el principal problema para poder pasar más tiempo con los chicos.

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