Antonio López: “El arte sobrevive si está hecho con la nobleza de la verdad”

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DURACIÓN LECTURA: 15min.

Fotografía: María López

 

Antonio López nació en Tomelloso el día de Reyes del año que abortó la guerra civil. Tiene 85 girasoles y un estudio lleno de proyectos: dos paisajes de Sevilla, unas flores al lienzo, una exposición en Valencia, las puertas de Burgos, un autorretrato escultórico del artista que fue bebé… Su casa está llena de marcas verdes para orientar la composición, porque también está retratando los espacios de su vida. Sereno, pinta y esculpe a cinco bandas mirando por el retrovisor, como de lejos, el apocalipsis de la pandemia.

Manchego universal. Más Sancho que don Quijote. Un realista coherente que lleva trabajando con pasión desde hace 72 primaveras. Al pan, pan. Al vino, vino. Ni oráculos, ni dramas. Ni idolatrías, ni ego. Sensato. En forma. El artista de nuestra época es una buena persona. Un pacífico peleón. Un sonriente genio. Una Gran Vía con escaparates de virtudes en toda su gama de colores.

Es viernes tarde y acaba de terminar su jornada laboral. En zapatillas de pintar por casa, con un mandil de chef de arte, abre la puerta un hombre que lleva décadas subrayado en los libros de texto. En mesa de camilla, conversamos con un veterano jovial buscando los colores más apropiados para esbozar cada palabra. A su izquierda, una foto de su difunta esposa, Mari. A su espalda, la bella espalda sin límites de La Venus del espejo. A sus pies va y viene Leona, su perra fiel. Y en frente, preguntas.

— Está esculpiendo su infancia.

— A partir de una fotografía de estudio que me hicieron a los seis meses, unos días antes de empezar la guerra civil. La he visto toda mi vida y no sé por qué, después de tanto tiempo, he pensado que ahí había una escultura. Hacer niños pequeños siempre me ha resultado muy emocionante.

— ¿En ese proceso de esculpir sus primeros pasos hay algo de balance metafórico vital?

— No hago las cosas así. No programo, no proyecto, no tengo un guion muy claro. Sencillamente, deseo hacerme yo.

— Habla del arte como trabajo bien hecho.

— El trabajo es vocación, servicio a la sociedad, enriquecimiento personal. Es un don extraordinario que nos aporta mucho. Disfrutar del trabajo mejora la vida. En el caso del arte, puede ser un alivio, una fuente de conocimiento o una riqueza para los demás.

— ¿Ve el trabajo como un motor de felicidad?

— La palabra “felicidad” no la empleo nunca… [risas]

— Pero usted ha sido feliz.

— Me gusta vivir, me gusta trabajar, me gusta lo que hago. Pero el arte también genera inquietud, incluso angustia y frustraciones. Observar la grandeza en el arte precedente me estimula a seguir creciendo, a hacer cosas que tengan sentido, que embellezcan el mundo, que transmitan emociones sanadoras… Pero la verdad es que el arte es muy difícil en este momento.

— ¿Por qué?

— Porque somos libres. Ya no hay un canon. Antes había un lenguaje artístico que marcaba el camino. Ahora no. Ahora prima la libertad de hacer lo que uno quiera, porque tenemos la obligación de hacer lo que queramos. Desde los impresionistas, parece que el deber del artista es dar medida de su visión del mundo. De ahí ha surgido un arte libre de una diversidad como nunca jamás ha existido. Y eso añade dificultad a nuestra tarea.

“Hay un arte hermoso que tiene que ver con la mirada inteligente, trascendente, profunda y verdadera de la vida”

— ¿Usa la palabra “belleza”?

— Sí.

— ¿En qué sentido?

— Desde los griegos hasta la pintura académica el siglo XIX, el canon estaba claro. Ahora, ¿qué es la belleza? Eso es lo que quisiéramos saber todos… Hay un arte hermoso que tiene que ver con la mirada inteligente, trascendente, profunda y verdadera de la vida. ¿Podemos hablar de belleza en Francis Bacon? No lo tenemos tan claro, aunque nos resulte interesante y emocionante, porque alberga algo muy verdadero, que son las sombras de la vida y del ser humano. Buena parte del arte moderno se centra en esa parte negra, dura, porque el hombre se encuentra perdido, desorientado, y sufre. En el mundo antiguo los dioses estaban muy cerca de los hombres y lo explicaban todo. Hoy todo es más sombrío, pero queda el amor a las personas, a la vida, al trabajo… Eso es lo que nos rescata y nos eleva de la oscuridad, lo que aporta luminosidad a nuestros días. La vida es mucho más que copular y morir, como decía precisamente Bacon.

— ¿Si la belleza no se puede definir, se puede disfrutar bien?

— Yo sé el arte que me gusta, las comidas que me gustan, las flores que me gustan, las personas que me atraen… ¿Eso es belleza? No lo sé. La belleza es una manera de presentar al mundo vivo. Los griegos crearon un concepto que ha resistido demasiado tiempo, porque ha llegado hasta nosotros a costa de la verdad. La belleza y la verdad no pueden vivir separadas. Si son independientes, se crea una mentira.

— La verdad, a veces, interpela hasta el punto de resultar anti estética…

— El arte, durante siglos, fue una verdad revestida de belleza y, a veces, ha sonado a impertinencia. El trabajo de Van Dyck era más cómodo que el de Velázquez en una misma época. Si Van Dyck hubiera pintado a Felipe IV habría aderezado esa figura patética con ángeles para aliviar al espectador de la acritud. Velázquez no lo hace, aunque tampoco se ensaña. No es burlón, ni exagera, pero pinta la verdad sin miedo a que alguien la digiera mal y no la acepte. Yo siento que trabajo en esa zona. Un cuarto de baño o unos desnudos pintados de una determinada manera, a lo mejor no son lo más agradable, no lo sé, pero son verdad.

— ¿Usted busca la belleza?

— No. Busco contar realidades con una visión cambiante y móvil. ¿Velázquez buscaba belleza cuando pintó a unos enanos? No. Seguramente buscaba la belleza en la luz que incide sobre los enanos. Y como es un hombre noble, lleno de talento y de sabiduría, y un gran pintor, ahora consideramos que sus obras transmiten belleza, aunque, probablemente, en su época el canon fuera el que se observa en la obra de Rafael.

— ¿Inocencio X es un cuadro bello?

— Para nosotros, sí, porque lo identificamos con algo muy grande, muy alto, muy elevado, muy espiritual, muy limpio… La belleza es una certidumbre acompañada de una relativa confusión, porque nada está claro, nada es nítido, y eso nos permite acceder a unos lenguajes inéditos. Si la belleza fuera un imperativo normativo no existirían Van Gogh, Cézanne, y todos aquellos pintores que nos hablan con sus pinceles como nunca se había dicho y de una manera tan rotunda. El arte de nuestra época se ha desenganchado de todo lo anterior para conseguir algo nuestro y de nuestro momento. Ya no hay dogmas. Cada cual navega como puede hasta que encuentra su espacio, y nunca sabe si ha llegado a una meta volante o a un destino definitivo. Así lo siento yo.

“En el arte encontramos un eco de lo bueno de la vida y del mundo. Es un placer enorme contemplar la nobleza creativa del hombre”

— ¿No cree que el artista contemporáneo está muy seguro de sí mismo?

— No. No creo que Velázquez o Rubens vivieran en esta confusión tan enorme.

— ¿El arte nos sigue haciendo mejores?

— El arte ha aliviado la vida al espectador. Nunca ha sido un aguafiestas. Siempre ha generado asombro. Ha sabido ofrecer a la sociedad algo magnífico que tiene que ver con la magia y que nos engancha. En el arte encontramos un eco de lo bueno de la vida y del mundo. No es que el arte nos mejore, es que es un placer enorme contemplar la nobleza creativa de la inteligencia del hombre y el poder de su sensibilidad. Hablamos de un cuadro, de una jota, de una canción flamenca, o de Chavela Vargas, que no era ni Maria Callas, ni Bach, pero transmite emociones auténticas contagiándonos prodigiosamente a través de su voz y de sus gestos.

— ¿Con qué artistas ha disfrutado más ese placer?

Eusebio Sempere me decía que el arte moderno había bajado muchísimo el listón, que no tenía la grandeza del antiguo. Ambas categorías no se pueden medir, pero a mí el arte moderno me parece maravilloso, y me apasiona, porque está muy cerca de mí y lo siento muy hermanado con mi forma de sentir la vida. Valoro cada vez más el arte popular, el que hace el pueblo. En Tomelloso no ha habido ningún Foster, ni ningún arquitecto de postín construyendo sus casas, pero yo miro esas calles y contemplo las viviendas hechas por el pueblo y me parecen tan maravillosas como el Partenón. Francamente. Seguramente sentiría más que derrumbaran el Partenón, pero me emocionan esos hogares populares bien hechos y me entran ganas de pintarlos. Me maravilla cómo la inteligencia y la sensibilidad del hombre ennoblecen cualquier cosa.

¿Se nota cuando hay nobleza humana detrás de la creación artística?

— Sí. La nobleza siempre tiene que ver con la verdad. Velázquez es más noble que Tiziano. Si los dos fueran médicos, yo no iría a la consulta de Tiziano, porque a lo mejor me engañaba… Es un placer disfrutar un arte que sabes que no te está engañando, que no te está vendiendo nada, que te ofrece algo puro, limpio, noble, te guste más o menos. El arte que no trata de conquistarte y que no abusa de tu buena fe es muy grande.

— ¿Y es una grandeza habitual?

— Existe esa grandeza, pero también existe la constante necesidad de conquistar al espectador, aunque se mienta. El arte tramposo es muy habitual.

“La ciencia nos ha ayudado mucho a mejorar nuestra vida, pero el hombre, en su interior, no es mejor. Y eso se ve en el arte”

— Empezó a pintar en 1949. Desde entonces el mundo ha cambiado mucho y muy rápido.

— Ha cambiado mucho la vida, pero ha cambiado muy poco el hombre, que sigue amando, odiando, que sigue siendo generoso, mezquino, que come, orina, duerme, quiere… Sí, ahora hay luz eléctrica y un cuarto de baño con agua caliente, pero el que se lava las manos es el mismo. El hombre bueno sigue vivo y el hombre malo sigue siendo malo. Ya no hay guerras. Ya no se mueren los niños de una pulmonía. Ahora sabemos más, hemos estudiado carreras, hemos leído, hemos viajado, y seguimos haciendo el bien y el mal. La ciencia nos ha ayudado mucho a mejorar nuestra vida, pero el hombre, en su interior, no es mejor. Y eso se ve en el arte, y en nuestros políticos, y en la vida ordinaria. Se ve en que la sociedad está en manos de personas que no son buenas, porque no buscan el bien de los ciudadanos y se centran en el dinero y el poder.

— ¿El arte detecta al hombre malo?

— Una persona monstruosa puede hacer un arte interesante que refleje algo humano y verdadero. El mal arte tiene más que ver con la trampa, con la mentira. La mentira esteriliza al arte, por eso al tramposo se le detecta enseguida. Quizás a corto plazo consiga impostar, pero pronto todo eso queda arrumbado. El arte que sobrevive, porque sigue vivo, es el que está hecho con la nobleza de la verdad. Hay personas que lo consiguen con autenticidad natural, y otras que tienen que disciplinarse para no dejarse arrastrar por la tentación de la mentira, como sucede en nuestro comportamiento. A algunos, la bondad les sale sola, y a otros nos cuesta, pero sabemos que es un esfuerzo que merece la pena desear, porque es lo que tiene futuro para nuestras vidas.

El taller de Antonio López
El taller de Antonio López (fotografía: María López)

— ¿De dónde surge el arte malo?

— El arte malo nace del ego y del mal. El veneno está en la naturaleza, como vemos en algunas plantas y en algunos animales. En la naturaleza del hombre está lo luminoso, pero también esa capacidad de destruir tan difícil de educar, que tiene mucho que ver con el puro instinto. Al fin y al cabo, somos animales. El arte nos puede ayudar a formarnos como buenas personas.

¿Se puede ser buen artista siendo exclusivamente materialista?

— El artista, por muy negro que sea, siempre desarrolla su esfera espiritual, y también en la esfera espiritual hay una zona luminosa y otra oscura. No es lo mismo una pintura de Fra Angélico que una de Caravaggio, pero ambas obras son profundamente espirituales. Esa luz y esa oscuridad deben convivir y manifestarse, porque incluso el hombre luminoso tiene momentos de oscuridad. Colocarse solo en un extremo sería mentir. El reto es aceptar la condición humana y tratar de elevarla, por nosotros y por los demás, hasta ofrecer algo que tenga la suficiente limpieza y aliente las ganas de vivir bien. Yo creo en eso.

— Cuando habla de luz, ¿habla también de lo divino?

— Van de la mano. Lo divino es un concepto que no ha desaparecido. Quienes lo sienten lejano de la fe quizás lo encuentran en su admiración y respeto por la naturaleza, o en una pasión, o en el asombro ante las cosas maravillosas. ¡La cantidad de cosas maravillosas que el hombre ha hecho y que después ha destruido! De alguna manera, ese es el resumen de nuestra historia: unos hombres hicieron cosas buenas, y otros las han destruido.

— ¿Qué idea agitará la cultura en esta próxima década?

— Sacrificar el deseo de novedad permanente, si hace falta, para servir mejor a la sociedad desde la cultura. El hombre buscará con sus propios medios la cultura que le haga mejor.

— ¿Y la idea que moverá la sociedad?

— Espero que no sea el dinero, ni la destrucción de la naturaleza. El hombre tiene ahora tanto poder que puede destruirla y eso tendría unas consecuencias fatales para el futuro de todos. El respeto a la naturaleza es el puente más seguro para unirnos como sociedad, sobre todo en este momento en el que el hombre ha ocupado la tierra de una manera brutal. Si no, nos estaremos suicidando. Puede unirnos mucho pensar juntos en qué hacer para vivir bien sin destruir y en comunión con la naturaleza. Este debería ser el norte real de la sociedad.

— ¿Cuál es su norte personal?

— En estos años tengo muy claro que quiero hacer las cosas bien. No es fácil detallar este propósito, pero no quiero mantener mi criterio, entregar algo que ayude y no ceder ante determinadas demandas. El arte verdadero siempre ayuda a los demás y hace la vida más vivible, aunque hable de algo triste.

— Hay un tópico que habla del artista como una persona a veces excéntrica. Usted ha conseguido un equilibrio. Al menos por lo que se ve…

— Si miraras todos los trastornos del entorno, verías que el artista es uno más… El arte es bueno para la vida del que lo hace y muy sano para la tribu. Nos ayuda a equilibrarnos, a ponernos en sintonía con la vida y nos llena mucho. Entiendo que hay motivos para creer lo contrario, porque el artista también asume, en ocasiones, una gran frustración, y puede llegar a la locura. Pero eso puede suceder en cualquier trabajo.

— ¿Qué le inspira?

— Me inspiran mucho el arte de los demás y la naturaleza. Cada vez me asombran más lo aciertos del arte antiguo, cuando el instinto suplía lo que ahora ocupa la cultura y el conocimiento. El hombre se equivoca más ahora que sabe mucho…

— ¿Alguna obsesión?

— El arte es muy obsesivo. Yo soy obsesivo, aunque tengo cuidado para evitar rozarme con lo peligroso. No me gusta acabar mal. No merece la pena coquetear con cosas que están el filo. Prefiero seguir sano, vivir, trabajar y sanear el mundo que me rodea. Cuando veo algo insano dentro de mí no lo eludo, porque no puedo cambiar mi naturaleza, pero me ando con ojo.

— ¿Asume sus limitaciones?

— Me atraen muchos los artistas que han tenido una enorme facilidad para llegar hasta los límites. A mí me cuesta mucho eso y expresar cómo es el pétalo de una flor, una mirada, la luz… ¡Me cuesta muchísimo trabajo y tiempo! A veces lo paso mal. Peleo una barbaridad, y me gustaría pelear menos, para avanzar más.

— ¿Piensa en la muerte?

— No. No sé por qué. Pienso en la muerte de los demás, y me atormenta esa posibilidad. Pero de la mía no hay rastro mental.

— Entonces, no habrá etapa negra en Antonio López.

— Por esa causa, no; por otra, ¿quién sabe? ¿O se cree que me voy a librar?

— Con esta trayectoria tan uniforme es difícil profetizar algo inquietante.

— Busco la salud física y la salud moral. En mi pueblo siempre vi gente sana, con principios, que trabajaba mucho y bien, y afrontaba la vida con generosidad y optimismo, y ese modo de vida me ha atraído siempre. Cuando veo que asoma dentro de mí algo que puede resultar turbio, difícil o peligroso, trato de no alimentarlo mucho. Pero lo hay: las pasiones, los deseos inalcanzables, las renuncias, las frustraciones… He tenido un trabajo que ha sido para mí una fuente de satisfacción y de conocimiento, y unos compañeros de viaje con quienes he construido la vida, empezando por Mari, mi mujer, que me han enseñado y me han ayudado mucho. Pienso y sueño con ellos. ¡Qué más se puede pedir!

— Y encima duerme con la conciencia tranquila.

— Con alguna pastilla, pero duermo bien… [risas].

— ¿Ha sido un buen marido y un buen padre?

— Lo he hecho lo mejor que he podido, pero no he llegado a los niveles de Mari, que era una persona excepcional, sin trampas, sin cartón, pura verdad. Yo tengo algunas debilidades.

— ¿Tiene la impresión de vida lograda?

— Solo con vivir de la pintura, del trabajo que me gusta hacer, para mí es una vida lograda.

— ¿Se ha vacunado ya?

— Esta semana me ponen la segunda dosis.

— Entonces ya es más eterno.

— A lo mejor somos eternos todos…

Álvaro Sánchez León
@asanleo

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