Agraviar sin ánimo de ofender

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Una forma de tomar el pulso al grado de tolerancia en una sociedad es ver cómo se resuelven las tensiones entre la libertad de expresión y el respeto a las creencias religiosas, sin necesidad de acudir a los tribunales. En una sociedad verdaderamente tolerante, lo ideal sería que fueran los propios ciudadanos quienes sopesaran si todos los usos de la libertad de expresión son igualmente valiosos.

Pocos días antes de Semana Santa, Lady Gaga volvió a dar que hablar con el lanzamiento de su nuevo single “Judas”. En esta ocasión, la cantante interpreta a una María Magdalena que proclama su amor a Judas.

El single forma parte de su tercer álbum Born This Way, que saldrá a la venta el próximo 23 de mayo. Uno de los temas que plantea el álbum, según la cantante, es la relación entre la cultura pop y la religión.

Pero no una “religión organizada” –explica– sino otra más espiritual e íntima destinada a saciar “la sed de esperanza, de entendimiento, de amor, de ausencia de prejuicios, de aceptación”.

Lady Gaga no quiere ofender a nadie. Por eso, advierte que el single “pretende celebrar la fe, no desafiarla”. Y aunque admite que emplea “metáforas realmente agresivas”, precisa que “sólo se trata de metáforas”.

Curiosa forma de celebrar la fe

La simpatía de Lady Gaga por las metáforas “duras, fuertes y oscuras” contrasta con su apología de las creencias blandas (cfr. Aceprensa, 28-07-2010). En una sociedad pluralista, cada uno es muy libre de montarse su religión a la carta. Pero también es razonable preguntarse si todos los usos de la libertad son igualmente valiosos.

Cuando Lady Gaga sostiene que sólo quiere “celebrar la fe”, ¿está teniendo en cuenta que su particular celebración de la fe puede estar ofendiendo los sentimientos de muchos creyentes?

Siempre se podrá decir que el lanzamiento del single “Judas” en vísperas de Semana Santa fue pura coincidencia. O que la cantante no tiene intención de ofender a nadie. Pero, aun en ese caso, ¿es eso suficiente?

En una entrevista concedida a The Hollywood Reporter, la directora artística de la cantante, Laurieann Gibson, enreda un poco más las cosas. “Para mí fue un signo ver que Dios estaba actuando en una habitación donde creyentes y no creyentes hablábamos sobre la salvación, la paz y la búsqueda de la verdad. El resultado fue surrealista”.

“No cambiamos cosas que no tenemos derecho a cambiar. Pero con la inspiración y el alma y la experiencia de tu propia opresión, de tu oscuridad, de tu ‘judas’… puedes llegar a una luz maravillosa. De eso se trata: de inspiración, de no rendirse nunca. Hemos creado una nueva Jerusalén”.

Desde luego, algo surrealista es. En la “nueva Jerusalén” de Gibson y Gaga, uno puede defender una cosa y su contraria sin preocuparse demasiado por el principio de no contradicción. Hay que forzar mucho las leyes de la lógica para admitir que hay cosas que uno no tiene derecho a cambiar, y luego desmarcarse con una recreación tan curiosa del pasaje bíblico.

Grafito en los Foros Romanos

Puestos a hacer un single como el de Lady Gaga, lo más trasgresor (y sencillo) hubiera sido hacer el video… y punto. O sea: dar por hecho que el single iba a molestar a muchos creyentes; aguantar las críticas; estar dispuesto a perder fans; y mantener el tipo ante las posibles denuncias legales que pudieran llegar. Todo menos decir “te ofendo pero no te ofendo porque no tengo intención de ofenderte”.

En este sentido, los primeros perseguidores del cristianismo fueron ejemplares. Ya entonces los cristianos estaban expuestos a las burlas de paganos. Así lo testimonia un grafito encontrado entre restos arqueológicos del Palatino, en el Pedagogium de Nerón, la escuela de los pajes que entraban al servicio del emperador.

El agravio va dirigido contra un joven cristiano, llamado Alexameno. El grafito representa a un hombre rezando delante de un crucificado con cabeza de asno, y lleva esta inscripción: “Alexameno adora a su dios”. Debajo, con una letra distinta a la anterior, está grabado: “Alexameno fiel”, respuesta audaz del joven cristiano.

Por lo menos, los autores del grafito en el Pedagogium no se molestaron en maquillar su falta de respeto con piruetas lingüísticas. Tampoco se presentaron como los abanderados del amor universal.

Yo lo veo así”

Contra esto se podría argumentar que hoy los autores del grafito podrían haber terminado ante un tribunal. Cierto. Es una de las garantías del pluralismo en un Estado de derecho; si un grupo de ciudadanos no es capaz de discernir cuándo puede estar ofendiendo las creencias religiosas de los demás, los tribunales actúan para proteger el derecho fundamental a la libertad religiosa.

Es lo que ha ocurrido en Madrid con el intento de convocar una manifestación conocida como “procesión atea” en pleno Jueves Santo. Los organizadores estaban convencidos de que no estaban ofendiendo las creencias religiosas de nadie, ya que sólo pretendían “hacer una crítica a la Iglesia como institución”.

Pero el que los organizadores vieran así las cosas no pareció un argumento demasiado sólido a la Delegación del Gobierno, que prohibió la marcha en esa fecha. Decisión que respaldó el Tribunal Superior de Justicia de Madrid.

De todos modos, más que un problema jurídico de conflicto de intereses, parece que estamos ante una cuestión de sensibilidad o de “cultura política”. Si bien uno puede sentirse muy libre de ridiculizar las creencias ajenas (siempre que las autoridades no le frenen los pies), resulta difícil imaginarse cómo sería posible la convivencia pacífica en una sociedad en la que todos se movieran con esa lógica.

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