El futuro del capitalismo pasa por la ética

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Paul Collier (Foto World Economic Forum)

Paul Collier (Foto: World Economic Forum)

 

En los últimos tiempos el capitalismo está creando sociedades muy divididas, en las que cada vez más gente ve su futuro con ansiedad. Esta desigualdad hace que algunos lo consideren un sistema fallido, que debe ser más controlado por el Estado.

Pero no hay por qué elegir entre mercado o Estado. El economista Paul Collier reconoce que las desigualdades se han acentuado últimamente, pero cree que no son algo inherente al capitalismo, sino un mal funcionamiento que puede y debe ser corregido.

Collier, profesor de Economía en la Universidad de Oxford, que ha dedicado particular atención al desarrollo de las economías africanas, ya demostró su capacidad de análisis en El club de la miseria (2007), libro que obtuvo un gran éxito. Allí estudió por qué todavía mil millones de personas siguen atrapadas en la pobreza en países que no logran desarrollarse.

Tres brechas

En El futuro del capitalismo (Debate) se enfrenta a fenómenos que son más propios de los países occidentales, donde destaca tres brechas importantes: una brecha geográfica entre metrópolis florecientes y ciudades estancadas; una brecha de clase, entre profesionales con buena educación y habilidades demandadas, y gente con escasos estudios y empleos amenazados o perdidos por la globalización y el progreso tecnológico; y una brecha mundial entre países ricos y la pobreza desesperada de países africanos.

En la segunda parte del libro presenta los fundamentos éticos en que se basan las políticas que luego propone. Aunque se adhiera al capitalismo, Collier no cree que la abstracción del homo œconomicus, guiado solo por la búsqueda del beneficio personal, refleje bien la motivación humana. Apela más bien al Adam Smith de La teoría de los sentimientos morales y al pragmatismo de David Hume. Piensa que el capitalismo funcionó especialmente bien entre 1945 y 1970, cuando en las sociedades occidentales se advertía un fuerte sentido de la identidad compartida, las obligaciones mutuas y la reciprocidad. Luego ese consenso se perdió: los intelectuales de izquierdas abandonaron la socialdemocracia práctica y comunitarista en favor de las ideologías utilitaristas y rawlsiana, y los partidos de centroderecha fueron encandilados por la revolución conservadora de Reagan y Thatcher.

Obligaciones recíprocas

Frente a las tendencias individualistas de derechas y de izquierdas, Collier propone volver a los valores morales comunes que fundamentan la responsabilidad social. Aplica este enfoque a los tres grupos que dominan nuestras vidas: Estado, empresas y familia, y se plantea qué políticas pueden adoptarse en ellos para crear obligaciones recíprocas que den un fin ético al capitalismo.

El Estado cumplió bien su papel en la postguerra con la universalización del Estado de bienestar y la creación de organismos multilaterales, que funcionaron como un seguro de ayuda mutua. Luego adoptó un enfoque paternalista y controlador, que desbordaba sus capacidades y que llevó a aflojar en la sociedad los lazos de confianza y las obligaciones recíprocas. Hoy, dice Collier, necesitamos un Estado activo, pero con un papel más modesto. “El Estado ha adquirido responsabilidades que exceden sus capacidades, que solo pueden cumplir de forma adecuada las empresas y las familias”.

Para que la empresa cumpla su función, su objetivo no puede reducirse a maximizar el beneficio para el accionista (y el bonus para el consejero delegado). Según Collier y muchos otros, el objetivo de la empresa pasa por cumplir las obligaciones con los clientes y los trabajadores, mientras que la rentabilidad es la condición para lograr esos objetivos de manera sostenible.

Collier sugiere algunas políticas que pueden favorecer que en los organismos de control de las empresas esté representado el interés público y se tenga más en cuenta el largo plazo. También propone diferenciar el impuesto sobre los beneficios en función del tamaño de la empresa, para evitar la excesiva concentración.

Superar el individualismo

La familia es el más influyente de los grupos para superar el individualismo, reconoce Collier. Nada estimula más las obligaciones 

recíprocas que los vínculos familiares. Pero la resaca de la revolución sexual y la exaltación de la autonomía personal han creado también una brecha entre clases.

Atendiendo sobre todo a los datos de EE.UU. y del Reino Unido, Collier advierte una fractura social. De una parte, están las familias de hombres y mujeres de educación universitaria y buenos ingresos, que se casan entre ellos, tienen tasas de divorcio más bajas, y se dedican más a la educación de los hijos. En cambio, entre los de abajo es más fácil que se den las familias desestructuradas, más inestables, con más cohabitación que matrimonio, con padres en empleos poco productivos y mal pagados, e hijos que a menudo viven con un solo progenitor.

Para atajar esta desigualdad, Collier cree que no basta una política fiscal redistributiva, sino que hace falta reforzar los vínculos familiares. A veces los intelectuales de izquierdas han temido afrontar este problema, como si hablar de la importancia del matrimonio fuera una postura conservadora o un pretexto para enmascarar conflictos de poder económico. No es el caso de Collier, quien piensa que el matrimonio –religioso o civil– funciona como una “tecnología del compromiso” que “obtiene su fuerza de la aceptación pública y explícita de las obligaciones mutuas”.

Preocupación ética y pragmatismo

Collier se arriesga en la tercera parte del libro a sugerir soluciones concretas. Así, para afrontar la brecha entre las metrópolis florecientes y las ciudades estancadas, propone una tasa impositiva mayor para las rentas generadas por el mero “efecto aglomeración” en las grandes ciudades, que se utilizaría para fortalecer las ciudades arruinadas.

Para fortalecer a las familias en riesgo de ruptura, Collier sugiere un abanico de ayudas prácticas, provenientes más de la sociedad civil que del Estado. Los actores de este apoyo serían parejas mayores con experiencia que pudieran ser mentores de las más jóvenes, ONG, escuelas, centros de formación…

Finalmente, para superar la brecha entre países ricos y pobres, propone reforzar el papel de las organizaciones internacionales.

Esta tercera parte es la que puede resultar más discutible en los detalles. Pero también muestra que Collier es un economista atento a la complejidad, que no se conforma con denuncias ideológicas ni con clichés.

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