Los movimientos de protesta coinciden en su rechazo de los grandes partidos, acusados de convertir la lucha por el poder en un fin en sí mismo
En el caldo de cultivo de la crisis económica surgen en diversos países europeos movimientos ciudadanos expeditivamente etiquetados de populistas. En países del norte y centro de Europa –Finlandia, Holanda, Austria– constituyen partidos que alcanzan una representación parlamentaria significativa. En Francia, el Frente Nacional no es una nueva realidad, pero en las municipales del mes pasado se llevó una buena tajada de los votos del centro-derecha. En España acaba de salir a la calle un movimiento de “ciudadanos indignados”, que ha manifestado su protesta contra la clase política establecida.
Son grupos heterogéneos, con mayor o menor implantación, aunque comparten algunos rasgos, centrados sobre todo en lo que denuncian: su rechazo de los partidos tradicionales, acusados de convertir la lucha por el poder en un fin en sí mismo y de no escuchar al pueblo; su aversión a los poderes económicos y a las élites que se han beneficiado de una creciente desigualdad; la denuncia de la corrupción política rampante; su apelación al pueblo, al ciudadano corriente, a quien dicen representar; la atención a problemas de la vida cotidiana, al margen de las ideologías…
Algunos de estos rasgos les asemejarían al otro tipo de populismo de moda en EE.UU., el Tea Party. Este, con su reacción contra el establishment de los dos grandes partidos y la sensación de que el americano medio no cuenta para el gobierno federal, invoca también el “we, the people”. Pero así como los partidarios del Tea Party americano hacen hincapié en el freno a los impuestos, la responsabilidad fiscal, el gobierno limitado y la defensa del libre mercado, entre los europeos no se cuestiona el Estado del bienestar. Lo que se critica es que la acción del gobierno no sea capaz de garantizar unos servicios básicos a los que han quedado descolgados por la crisis (jóvenes sin empleo ni vivienda, parados, gente que no puede pagar la hipoteca…), mientras se somete a las exigencias de esos “mercados” sin rostro.
Si el malestar en los países nórdicos se descalifica como populista, en España los “indignados” reciben un certificado de legitimidad democrática
Los grandes partidos, contestados
En cualquier caso, no todos estos movimientos se indignan por las mismas cosas ni enarbolan las mismas banderas. En Alemania, los llamados “Wutbürger” (ciudadanos airados) organizan manifestaciones, sentadas y protestas para llamar la atención sobre problemas que afectan a su vida cotidiana: contra el ruido que supondrá un nuevo aeropuerto internacional cerca de Berlín, contra una nueva estación de ferrocarril en Stuttgart, contra la energía nuclear… Muchos alemanes tienen también la impresión de que están corriendo con los gastos de la crisis de la deuda de los países con finanzas maltrechas (por el momento, Grecia, Portugal, Irlanda), y piden que el Parlamento asuma más control sobre los planes de rescate.
A diferencia de los movimientos pacifistas, antinucleares y ecologistas, que surgieron en Alemania en las décadas finales del siglo XX, los Wutbürger no tienen ese cariz ideológico de izquierdas. Son gente educada, más bien del centro del espectro político, que está en contra de un cierto estilo de política de partido, y que acusa tanto a los democristianos como a los socialdemócratas de haber perdido el contacto con la base y de no haber sabido crear un foro de debate ciudadano. Quizá por eso la participación en las elecciones federales y regionales está en baja. La tarea pendiente es pasar de la protesta a la actuación política.
Nórdicos inesperados
Este es el paso que han dado en Finlandia los “Sannfinländarna”(Finlandeses Auténticos), que al alcanzar el 19% de los votos en las últimas elecciones (apenas un poco por detrás de los socialdemócratas) se han convertido en la tercera fuerza política. Y aunque no han entrado en el gobierno con los conservadores, su influencia se va a hacer notar en la vida política.
Aunque tiene un carácter indudablemente populista, su perfil político no se puede reducir a la etiqueta de partido xenófobo y derechista con que se le ha presentado. A los Finlandeses Auténticos, liderados por Timo Soini, les indigna la obligación de contribuir con 1.400 millones de euros al Fondo de salvamento de los países de la UE con deuda desbocada. Pero también piden la reducción de la brecha entre ricos y pobres, y la lucha contra la corrupción en la financiación de los partidos.
Igualmente se indignan por innovaciones sociales que consideran negativas, como el matrimonio gay o el abuso de drogas, fenómenos antes desconocidos en Finlandia. Están preocupados por poner freno a la excesiva acogida de refugiados, pero Timo Soini insiste en que no tienen nada que ver con los partidos de otros países nórdicos que han hecho campaña con el rechazo de los inmigrantes.
El problema de la inmigración, especialmente la musulmana, ha atraído apoyos en Holanda hacia el Partido por la Libertad, de Geert Wilders, que en las elecciones de 2010 se convirtió en la tercera fuerza política con el 15,4% de los votos, o en Suecia a los Demócratas Suecos, que por primera vez han entrado en el Parlamento con el 5,7% de los votos. El rechazo de la sociedad “multi-culti” y la convicción de que los inmigrantes musulmanes no se integran forman parte de sus señas de identidad.
Por la democracia real
En España en plena campaña de las elecciones municipales ha sorprendido la irrupción de los ciudadanos indignados que, convocados por la plataforma Democracia Real Ya, han protestando en las calles. La convocatoria por Internet y redes sociales logró un gran éxito en Madrid, con más de 20.000 asistentes en la ocupación de la Puerta del Sol, mientras que en otras ciudades los manifestantes se cuentan más bien por centenares. Pero la atención mediática obtenida ha hinchado la relevancia de una acampada en la que predomina un público juvenil. Junto a un núcleo de organizadores de estilo de izquierda alternativa, por la concentración desfilan parados, jóvenes sin empleo y mileuristas, nostálgicos de la revolución, militantes de colectivos antisistema y gente más variada que al caer la tarde se suma con curiosidad y ánimo festivo.
Les une sobre todo el “estar hartos” de la situación. Descalifican la “dictadura partitocrática” de PP y PSOE, tachados de ser “lo mismo” por estar sometidos a los intereses financieros y empresariales. “Lo llaman democracia y no lo es”, es uno de sus eslóganes favoritos.
El manifiesto que ha publicado la plataforma expresa la indignación de gente que se presenta como “personas normales y corrientes”, de toda ideología, aunque en la realidad el espectro social es más reducido. Están airados por “la corrupción de políticos, empresarios, banqueros” y por “la indefensión del ciudadano de a pie”. Dicen que la democracia actual no es real, que la clase política ni tan siquiera escucha al pueblo, y que atiende “tan solo a los dictados de los grandes poderes económicos”.
Descalifican el “obsoleto y antinatural modelo económico vigente”, que despilfarra recursos y genera desempleo. “Los ciudadanos formamos parte del engranaje de una máquina destinada a enriquecer a una minoría que no sabe ni de nuestras necesidades”. Pero advierten que “somos personas, no productos del mercado”, y propugnan una “Revolución Ética”. El análisis del manifiesto no pasará probablemente a la historia de las ideas políticas, y quizá en otros momentos se hubiera descalificado como tópicos populistas. Pero en la situación actual expresa un malestar extendido frente a la respuesta que se ha dado a la crisis económica, y los sacrificios que está imponiendo a la gente que no la creó. Lo difícil será pasar de la denuncia a las propuestas políticas concretas.
Las recetas económicas no son fácilmente asumibles en un tiempo de austeridad. Pero hay cambios, como la reforma de la ley electoral, la inhabilitación de políticos corruptos o la financiación de los partidos, que solo requieren voluntad política.
Pero, sea un fenómeno pasajero o el germen de una acción estable, ha dado un susto a una clase política demasiado acostumbrada a repartirse el pastel sin dar cuentas a los ciudadanos.