La Europa de las soberanías compartidas

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Robert Schuman

Primero el Brexit, luego las disputas en torno a las ayudas para los países más afectados por la pandemia, ahora la sentencia del Tribunal Constitucional alemán contra la compra de deuda nacional por parte del Banco Central Europeo. Parecen signos de que la Unión Europea se resquebraja. Pero, sin negar la existencia de disensiones, todo eso no resulta tan catastrófico si se recuerda que los Estados miembros nunca se han diluido al asociarse, sino que han puesto en común algunos ámbitos de soberanía, y eso es la idea original de la Unión y lo necesario para que subsista.

El 70 aniversario de la Declaración Schuman, que dio lugar a la creación de CECA, la primera de las Comunidades europeas, ha sido recordado en medio de la crisis global del Covid-19. En apariencia, esto serviría para deslucir un aniversario en el que no faltan los reproches por la falta de solidaridad entre los países del norte y del sur de Europa. Si ya el auge de los nacionalismos y populismos, finalmente no tan representados en el Parlamento Europeo, o el triunfo del Brexit parecía cuestionar la propia existencia de la Unión, el tiempo de pandemia ha servido para fomentar el euroescepticismo.

Ese euroescepticismo asegura representar una Europa más real, arraigada en los respectivos territorios y, en consecuencia, da toda la importancia a las naciones. Desde esa perspectiva, se asegura que la Europa nacida en 1950 no deja de ser una construcción ideológica abstracta, que no ha valorado las fronteras y las diferencias, y que solo es un instrumento para la globalización del planeta.

Fuera hace mucho frío

Sin embargo, todos estos sentimientos y percepciones resultarán insuficientes para quebrar el edificio de la construcción europea, pese a la presencia de grietas visibles, algo que tampoco es novedoso en su historia. En la crisis de 2008, algunos pensaron que había vida más allá de la UE, aunque pronto se dieron cuenta de que las soluciones nacionales eran una alternativa limitada. Con mayor motivo, la opinión pública, y de paso los gobiernos, tendrán que ser conscientes de que en la crisis actual nadie vendrá a salvarnos fuera de Europa, y menos todavía una China que vela exclusivamente por sus intereses.

En estos momentos habría que recordar una frase atribuida al que fuera ministro de Asuntos Exteriores español, Francisco Fernández Ordoñez. Aquel político encontraba comprensible el sentimiento de desafección de algunos ciudadanos hacia Europa, pero al mismo tiempo subrayaba que fuera de la Unión Europea hace mucho frío.

Es bueno mirar a la historia y volver a los orígenes para recordar que 1950 era también una época de crisis y de incertidumbres. Tiempos de posguerra, de penurias económicas y tensiones sociales, con la incertidumbre de un mundo en el que la guerra fría alimentaba el miedo de una conflagración nuclear. En esos difíciles momentos, la creatividad y la iniciativa eran las mejores armas para combatir temores reales o imaginarios.

Una solidaridad de hecho para asegurar la paz

Los biógrafos de Jean Monnet, el cerebro gris del primer proyecto de integración europea, recogen que el 28 de abril de 1950, Robert Schuman, ministro francés de Asuntos Exteriores, antes de partir en tren de París a Metz para el descanso de un prolongado fin de semana, recibió una documentación que le entregó el jefe de su gabinete, Bernard Clappier. Aquellos papeles contenían el esbozo del plan para crear una comunidad del carbón y del acero entre Francia y Alemania, a la que podrían incorporarse otros países europeos.

La novedad de la CECA era que establecía obligaciones jurídicas por medio de órganos supranacionales dotados de autoridad propia

No era una idea que surgía fruto de una improvisación sino algo muy madurado por la mente de Monnet que a la vez era teórico y hombre de acción, partidario de lo que vino en llamarse el método funcionalista. Podría afirmarse que la idea fue de Schuman, pero el proyecto lo materializó Monnet.

Con el paso del tiempo, un reproche común sería que el proyecto europeo nacía exclusivamente de la economía y descuidaba otros aspectos como los políticos, sociales y culturales. Sin embargo, esas críticas olvidaban, tal y como subrayaría a menudo Schuman, que el objetivo prioritario no era la economía sino la paz, habida cuenta de que el continente había conocido dos guerras devastadoras en apenas treinta años. Surgió así la Declaración Schuman, presentado en una rueda de prensa el 9 de mayo, y cuyo objetivo era construir “una solidaridad de hecho” entre países europeos, aunque estuviera limitado a dos sectores económicos, el carbón y el acero, estratégicos en aquel momento. Hasta llegar a este anuncio, Robert Schuman actuó con gran discreción y solo estaban informados de sus propósitos Konrad Adenauer, el canciller alemán, y los miembros del gobierno de Francia.

Un nuevo nivel de asociación entre naciones

La Declaración Schuman utilizaba estos términos: “El Gobierno francés propone colocar la totalidad de la producción franco-alemana del carbón y del acero, en una organización abierta a la participación de los demás países de Europa”. A pesar de su alcance restringido, está justificado atribuir carácter fundacional a aquella propuesta, hasta el punto de que el 9 de mayo es hoy el Día de Europa, la “fiesta nacional” de la UE. En la Declaración Schuman había un salto de nivel respecto a otras iniciativas internacionales. No se establecía un órgano de cooperación intergubernamental, que siempre estaría bajo la amenaza del veto de los consejos ministeriales o de los comités de delegados. Tampoco era un órgano de tipo consultivo ni un instrumento para la prevención o el arbitraje de conflictos entre los Estados, tal y como había sucedido con las instituciones de la Sociedad de Naciones. La CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) establecía, en cambio, obligaciones de alcance jurídico por medio de órganos supranacionales dotados de una autoridad propia e independiente. Era, por tanto, una cesión de soberanía en un aspecto específico.

La Unión Europea es una asociación de soberanías compartidas

Paul Reuter, un profesor de la universidad de Aix-en-Provence y asesor de Robert Schuman, sería el autor de la expresión “Alta Autoridad Común”. Lo novedoso era que las decisiones de la Autoridad vinculaban a Francia, Alemania y otros países europeos. Los Estados retenían en muchos aspectos su propia soberanía, pero en otros asuntos se sometían a la autoridad de un órgano común. Frente a los recelos de quienes ven en la Unión un super Estado en ciernes, habría que precisar, aunque haya que hacerlo en bastantes ocasiones, que se trata de una asociación de soberanías compartidas.

El valor de la Unión en tiempos de crisis

En unas recientes declaraciones a Vatican News, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, declaraba que en tiempos de crisis es cuando podemos apreciar el valor de la UE, y añadía: “Para mis padres, Europa significaba paz. Para mi generación, es libertad y estado de derecho. Para la generación de mis hijos significa futuro y apertura al mundo”.

También recordó a otro de los impulsores de la integración europea, Alcide De Gasperi, en una de sus frases lapidarias: “Solo unidos seremos fuertes, solo si somos fuertes seremos libres”. Cabe añadir que estas palabras siguen siendo una realidad en el siglo XXI, en pleno auge de los particularismos nacionalistas, que se han agudizado durante la pandemia. La mayoría de los gobiernos europeos han mirado demasiado a corto plazo, a las futuras convocatorias electorales, próximas o lejanas. Se diría que sus mensajes, y sus actuaciones, responden a una justificación de sus medidas durante la crisis del Covid 19, y algunos se han acordado de Europa para suplir económicamente sus errores y debilidades.

Pese a todo, la UE ha adoptado muchas medidas de apoyo, en particular cambiando las normas sobre las ayudas estatales para permitir a los gobiernos ayudar a las empresas que están en dificultades como consecuencia de la crisis. También se ha introducido una cierta flexibilidad en las normas presupuestarias para permitir a los gobiernos luchar contra la recesión. En las citadas declaraciones, la presidenta de la Comisión ha señalado otros ejemplos de solidaridad, como la ayuda al mantenimiento del empleo con el apoyo al trabajo a tiempo parcial, que supondrá la aportación de cien mil millones de euros. Con todo, lo urgente será acordar un plan de recuperación de las economías, basado en un sólido presupuesto europeo.

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