Erdogan y Santa Sofía: la reafirmación de un nacionalismo islamista

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Santa Sofía. CC: Omar David Sandoval Sida
Santa Sofía. CC: Omar David Sandoval Sida

El pasado 24 de julio tuvo lugar la primera plegaria musulmana en Santa Sofía, ochenta y seis años después de su conversión en museo por Mustafá Kemal Atatürk (1881-1938), fundador de la República de Turquía. La vuelta de la gran basílica bizantina al estatus de mezquita forma parte de una voluntad política, con toda clase de repercusiones interiores y exteriores.

Quien haya seguido la trayectoria política de Recep Tayyip Erdogan desde el triunfo de su partido, el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), en las elecciones de 2003, se habrá preguntado más de una vez cuánto tiempo tardaría el ahora presidente turco en convertir de nuevo a Santa Sofía en mezquita. No han faltado indicios de que sería en una fecha no muy lejana, pues en 2016, poco tiempo después del fallido golpe militar contra Erdogan, la voz del muecín pudo escucharse de nuevo desde los minaretes de la grandiosa construcción.

No hace mucho se especulaba de que la decisión sería adoptada definitivamente en 2023, con motivo de una doble conmemoración centenaria: la del tratado de Lausana, que restableció parcialmente la soberanía territorial turca tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, y la de la proclamación de la República de Turquía. La fecha tiene un gran simbolismo, pues algunos la interpretan como el final de un ciclo histórico: Erdogan sería equiparado al sultán Mehmed II, conquistador de Constantinopla en 1453. La era kemalista quedaría así clausurada y el laicismo occidentalizador de Atatürk habría sido un paréntesis de menos de un siglo en la historia de Turquía.

El nacionalismo de Erdogan se fundamenta en las raíces religiosas islámicas, asociadas a mil años de historia del Imperio otomano

Pero esta interpretación no deja de ser una interesada puesta en escena de carácter nacionalista, en este caso de nacionalismo islamista, bien diferenciado del nacionalismo laicista del fundador de la República. De hecho, Erdogan nunca ha renegado públicamente de Atatürk. Sigue siendo un referente para el nacionalismo, pero dicho nacionalismo no tiene los antiguos rasgos jacobinos, propios de un laicismo que tomaba como modelos la Francia republicana y el positivismo. Por el contrario, el nacionalismo de Erdogan se fundamenta en las raíces religiosas islámicas, asociadas a mil años de historia del Imperio otomano. El transformador de Turquía en una república presidencialista ha adoptado los rasgos de un “sultán” otomano. En opinión de muchos analistas, el régimen turco, aun conservando los rasgos formales de una democracia multipartidista, estaría evolucionando hacia una democracia iliberal, marcada por el autoritarismo y el culto a la personalidad.

Oportunismo político

La conversión de Santa Sofía en mezquita forma parte de este escenario político y parece responder a criterios de oportunidad política. Turquía ha sido castigada por el coronavirus, si bien en menor medida que otros países de la región, con poco más de 5.000 víctimas, y por una crisis económica y financiera, iniciada en 2018. Faltan todavía tres años para las elecciones parlamentarias y presidenciales, pero Erdogan ha apresurado el gesto simbólico de Santa Sofía. Según las encuestas más difundidas, las tres cuartas partes de la población aprueban la decisión del presidente, si bien este no habría actuado arbitrariamente sino en cumplimiento de una decisión del Consejo de Estado, un órgano consultivo cuyos miembros son nombrados desde 2010 por el jefe del Estado.

Además, Erdogan ha asegurado que no se trata de un atentado contra la libertad religiosa, pues los cristianos seguirán teniendo acceso al recinto, aunque, en ningún caso, se plantea que pueda haber otro culto que el musulmán. Cosa muy diferente son las expresiones de algunos grupos radicales islamistas que presentan el hecho como una victoria sobre los “cruzados” y los sionistas. Desde su perspectiva, Erdogan viene a ser el nuevo conquistador de Constantinopla.

Las tentativas de establecer un liderazgo turco en el mundo musulmán se han visto saldadas con el fracaso

Hay que subrayar que estamos ante una decisión de carácter político, asociada a la religión. En Turquía se han escuchado voces, más bien minoritarias, de políticos de la oposición y de algún que otro líder islámico, que han acusado a Erdogan de oportunismo. Sin embargo, los aliados exteriores del presidente turco como Qatar, Hamás y los Hermanos Musulmanes han aplaudido la medida. Tampoco es extraño que haya sido criticada por los adversarios de Erdogan, como Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Esta división refleja la existencia de dos bloques definidos en Oriente Medio: los regímenes militares y monárquicos, y los regímenes islamistas. Paradójicamente estos últimos aplauden la islamización de Santa Sofía, mientras que los primeros, incluyendo a los saudíes, abogan por la libertad religiosa.

Liderazgo turco

Por otra parte, se ha especulado con el hecho de que Erdogan aspira a convertir a Turquía en la cabeza del mundo islámico, sustituyendo a Arabia Saudí. Sobre este particular, y aunque no se habla mucho del asunto, cabe preguntarse si el presidente turco pondrá en marcha algún plan para conmemorar en 2024 el centenario de la abolición del califato por Atatürk. Esta medida la tomó aquel presidente tras haber suprimido el sultanato un año antes, pero enseguida se dio cuenta de que era inútil separar el poder político del religioso, tan vinculados en el islam. Mientras existiera un califa, la república laica turca no quedaría consolidada. Casi un siglo después, el islam está más dividido que entonces y toda decisión de establecer un poder religioso centralizado resulta problemática.

En el ámbito político las cosas no son mejores. Las tentativas de establecer un liderazgo turco en el mundo musulmán, en una especie de revival del Imperio otomano, se han visto saldadas con el fracaso, sobre todo después del golpe militar en Egipto en 2013 que derrocó a los Hermanos Musulmanes, aliados del presidente turco. Si a esto añadimos el desenlace del conflicto en Siria, que favoreció a Asad, enemigo de Erdogan, y el incierto pronóstico de la guerra civil en Libia, en el que los turcos apoyan al gobierno de Trípoli, encabezado por Fayez al Sarraj, cabe concluir que las aventuras exteriores son arriesgadas, y conllevan impopularidad en un tiempo de crisis económica.

Todo indica que Santa Sofía es un instrumento para preservar la popularidad de Erdogan en tiempos difíciles, pero los tres años que aún faltan para 2023 –fecha para la prevista consagración del presidente turco– conllevan la posibilidad de que la histórica decisión quede en un cierto olvido.

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