La filosofía política de Friedrich von Hayek

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Antes de morir el pasado marzo a los 92 años, Friedrich August von Hayek tuvo la satisfacción de ver el hundimiento del socialismo real, que él siempre había combatido, y la revalorización del credo liberal. Pero aunque el premio Nobel de Economía de 1974 sea especialmente conocido por su crítica del socialismo, su extensa obra abarca también importantes cuestiones de filosofía política sobre la moral, el derecho y la justicia, que son el centro de este artículo.

Para Hayek, la fundamentación última de la justicia no es un criterio moral sino una razón de eficacia

Aún tendremos que esperar años para apreciar la trascendencia del pensamiento de F.A. Hayek, nacido austriaco, nacionalizado británico en los años treinta y siempre fiel al credo liberal. Sin embargo, no cabe duda de que puede detectarse su influencia en algunos de los gobiernos más decisivos de los últimos años, tales como los de Margaret Thatcher o Ronald Reagan. Perteneciente a la Escuela Austriaca de Economía y discípulo predilecto de Ludwig von Mises, su aportación intelectual no gozó siempre de la misma aceptación. Tras el éxito inicial, vio sus propuestas desplazadas por los planteamientos de Keynes y por posturas que abogaban por una mayor intervención del poder público. Debió esperar al final de su vida para ver reconocida la relevancia de su pensamiento.

Variedad de liberalismos

En el liberalismo pueden encontrarse tendencias de pensamiento muy diferentes, unidas entre sí tan solo por la apelación a la libertad. Y aun así, lo que unos y otros entienden por libertad varía notablemente. Precisamente en esa diversidad radica la multiplicidad de liberalismos existentes, según se persiga un ideal de libertad en sentido político, civil o económico.

El liberalismo económico, en su vertiente clásica, se apoya, como es sabido, sobre el convencimiento de que la intervención del poder público debe ser reducida al mínimo imprescindible. Para ello se basa en un criterio de eficacia económica, en el sentido de que la actividad libre de los individuos se ha demostrado habitualmente más eficaz que la que está condicionada por la autoridad.

Sin embargo, el liberalismo tiene también su razón de ser en un empeño de justificación moral y su núcleo esencial gira alrededor de la autonomía del hombre respecto de cualquier instancia externa.

De la economía a la filosofía política

Como representante de la moderna ideología liberal, Hayek recoge las notas fundamentales del liberalismo tradicional acomodándolo a los nuevos tiempos; y, por la influencia que ha tenido en sus contemporáneos, puede decirse que ha sabido crear escuela.

Aunque en un primer momento Hayek se dedicó a cuestiones de tipo económico, no tardó mucho en darse cuenta de que los planteamientos liberales que mantenía precisaban un sólido sustrato filosófico y sociológico. A partir de ese momento buena parte de sus escritos abordaron cuestiones de tipo filosófico, político, histórico… Muestra de ello son sus obras más conocidas: Camino de servidumbre (1944), Los fundamentos de la libertad (1960), Derecho, legislación y libertad (1973-1979), y la última de todas, La fatal arrogancia. Los errores del socialismo (1989).

El empeño de Hayek en dotar de fundamentación filosófica a una teoría económica es lo que le lleva a ocuparse del carácter ético de los principios de actuación que propone. Por ello afronta el estudio de la ideología liberal desde campos tan diversos como la interpretación histórica, la metodología de las ciencias, la historia de las ideas, la teoría del conocimiento, etc., y construye como consecuencia una teoría de la justicia, la moral y el derecho a la medida de los postulados económicos que sustenta.

Ambigüedad de lo “social”

Parte como principio de la existencia de un concepto de libertad no finalizada. Es una libertad autónoma, cuya única pauta de comportamiento es colaborar al recto desarrollo del juego del mercado. En ese sentido puede decirse que lo esencial del liberalismo económico no es el aspecto liberal, sino el económico: desde el momento en que el máximo criterio de actuación es la eficacia, esta ideología constituye un reduccionismo ya que considera al hombre como mero maximizador de riqueza.

De la filosofía de Hayek se desprende que el hombre es esencialmente un ser individual que se asocia con otros en función de la utilidad que le reporta. Para él, lo social es un concepto vacío y no tiene mayor sentido que el de expresar lo que sucede en las relaciones entre varios individuos. Pero nunca indicará la pertenencia a un núcleo supraindividual (que no tiene existencia real), y mucho menos la asunción de posibles obligaciones en razón de la pertenencia a ese núcleo.

En la misma línea, Hayek sostiene que expresiones tales como justicia social alimentan esperanzas que realmente no responden a nada. Y que, en caso de ser tomadas en cuenta por los poderes públicos, solo ocasionarían perjuicios para la comunidad.

La sociedad como orden espontáneo

Para Hayek, la justicia es la adecuación a un orden dado, del cual no se conocen ni su origen ni su funcionamiento, pero cuya existencia puede ser percibida a través de un proceso de abstracción a partir de los datos que la experiencia ofrece. En cuanto a la naturaleza de ese orden, no parece otra cosa que una nueva versión de la mano invisible de Adam Smith.

La justicia no establece comportamientos positivos; no se trata de una virtud ni de un ideal, sino de una actitud que consiste en no contravenir el orden establecido. De modo que no puede hablarse propiamente de justicia, sino más bien de injusticia en los casos concretos.

La sociedad constituye un orden espontáneo, regido por leyes que son independientes de la voluntad de los individuos que la forman. En esto se opone a conceptos como los de Estado o gobierno, que son organizaciones creadas por el hombre con una finalidad y unas pautas de funcionamiento. En cambio, un orden no ha sido creado, sino que es el producto de un proceso evolutivo, sometido a tal cantidad de variables que resulta imposible que el hombre pueda conocerlas ni, por tanto, predecir el curso de los acontecimientos.

Esto último es lo que Hayek denomina la intrínseca ignorancia humana, por la que resulta inútil que una sola inteligencia trate de organizar las conductas de los demás. Proceder de esa manera constituiría, en terminología del autor, una postura constructivista, que se caracteriza por su ineficacia. Por el contrario, conseguir que el conjunto social se someta a las normas de funcionamiento del orden conduciría a lograr los efectos beneficiosos de este.

Hayek da un paso fundamental al afirmar que la naturaleza del orden espontáneo de la sociedad es esencialmente económica, o lo que es lo mismo, que las relaciones que ligan a los miembros de la sociedad son exclusivamente de este tipo. En consecuencia, decir que la justicia consiste en adecuar la propia conducta al orden espontáneo, significa que deberá regirse por criterios económicos. Todo esto, unido al principio de libertad, nos conduce a identificar sociedad y mercado.

La moral en la sociedad abierta

La idea de que la norma de conducta básica del hombre en la comunidad se resume en apoyar el funcionamiento del mercado, tiene hondas consecuencias en la concepción de Hayek sobre la moral y el derecho.

Hayek propone una nueva concepción de la moral: se debe abandonar aquella moral arcaica, que pretende que puede salir al paso de las necesidades de cada uno de los individuos con criterios de solidaridad y altruismo. Esto solo es posible y útil en los pequeños grupos primarios. En la moderna sociedad abierta, por utilizar la terminología de Popper, mantener tal categoría moral como idea de conducta sería un intento inútil.

Sin embargo, proponer una nueva moral no deja de parecer presuntuoso. Máxime si se tiene en cuenta la concepción evolucionista de Hayek, según la cual las pautas de conducta están sometidas a un proceso de evolución de tipo selectivo en el que solo perduran las que demuestran su eficacia. No hay ningún motivo para pensar que se haya alcanzado el punto de llegada en el proceso, lo cual lleva consigo la posibilidad de que las normas vigentes sean superadas posteriormente por otros criterios más adecuados a la situación social.

Por otra parte, el hecho de que repetidamente Hayek niegue que deba buscarse la justicia no impide que aluda también al ideal de una sociedad mejor. Aunque critique el constructivismo, no se debe olvidar que él mismo es un teórico de la política, y esta última es por necesidad constructivista.

Pautas de conducta

La defensa de la libertad y de la responsabilidad individual y la desconfianza frente a la “ingeniería social” son puntos claves del pensamiento de Hayek

Su versión del derecho es más compacta. Su pensamiento no puede encuadrarse en absoluto dentro de un esquema positivista ya que, en su opinión, el derecho positivo debe asentarse sobre una realidad fundante. A estos efectos Hayek distingue dos modelos de lo jurídico: la ley y la legislación.

La diferencia entre ambos es análoga a la que existe entre órdenes espontáneos y organizaciones, y radica en el origen de cada uno: en el caso de la ley, es independiente de cualquier voluntad, en tanto que la legislación constituye un invento de los hombres.

A pesar de este aserto inicial, Hayek niega que su postura sea iusnaturalista, ya que no cree que existan parámetros objetivos de actuación válidos para todo tiempo y lugar. Por el contrario, para él las normas de conducta están sometidas a un proceso evolutivo. Curiosamente, al llegar a este punto, afirma que la ley debe quedar cristalizada en la legislación y que esta última puede enderezar los defectos de la ley. Esto supone admitir que el hombre es dueño de corregir las fuerzas del orden espontáneo, o lo que pudiéramos llamar los excesos de la mano invisible. Lo que, si bien matiza su teoría, constituye una afirmación poco coherente respecto al conjunto.

Un paradójico individualismo

Aun reconociendo el esfuerzo de fundamentación global de la obra de Hayek, es posible realizar una crítica de su teoría desde diversos aspectos: unos internos o de coherencia, derivados, como ya se ha visto, de modo especial de su concepción evolucionista y de la falta de consistencia del sistema moral que propone; otros de conjunto y referidos más bien a los planteamientos sobre los que se asienta.

En el segundo orden de cosas, la cuestión que se plantea es si la concepción de justicia que Hayek mantiene guarda alguna relación con lo que es el derecho. En ese sentido, hay que conceder que sí, siempre y cuando se entienda por derecho una parte cualificada de las pautas de conducta que rigen la sociedad como orden espontáneo.

Esto conduce una vez más al núcleo de la cuestión, que es la idea de orden. Para Hayek, la justicia no guarda una relación directa con el hombre sino más bien con el sistema del que el hombre forma parte. No deja esto de ser contradictorio con el principio fundamental del individualismo. Ya que, si bien es cierto que la ideología liberal parte de la noción de individuo, ignorando su carácter social, del conjunto de los postulados hayekianos se desprende que el hombre queda reducido a mera función dentro del todo, hasta el punto de que la justificación del sistema es, no el bien de las personas, sino el máximo beneficio de la mayoría.

Los valores del mercado

Todo ello lleva a deducir que la fundamentación última de la justicia en Hayek, lo mismo que la de la moral y el derecho, se resumen en un criterio de eficacia. Las conductas moralmente buenas, justas y que merecen ser amparadas por el derecho son aquellas que se caracterizan por su utilidad.

En este sentido puede hablarse de un utilitarismo radical del pensamiento de Hayek, a pesar de que él abomine de tal denominación. Por otra parte, la utilidad de las normas y de las conductas se determina en función del mantenimiento del orden social, el cual es equivalente, según hemos visto, al orden del mercado. Se persigue, por tanto, una utilidad económica o de aprovechamiento de recursos.

Podría pensarse que cabe reducir el planteamiento de Hayek a pura técnica económica, conjugable con un sistema de valores personal. Sin embargo, es mucho más que eso, dadas sus implicaciones morales y antropológicas y el modo en que condiciona el desarrollo del ordenamiento jurídico en la sociedad. El liberalismo económico, así entendido, constituye un reduccionismo en el que el lugar de la moral y el derecho viene ocupado por los valores del mercado.

¿Una realidad intocable?

No cabe duda de que en la obra de Hayek se encuentran ideas atractivas, que se asientan en una buena dosis de verdad: el partir de una concepción del hombre como sujeto emprendedor; el apelar a la responsabilidad individual en lugar de delegarla en una supuesta y diluida responsabilidad colectiva; el desconfiar de la actividad de la burocracia estatal…

Sin embargo, a un nivel más profundo es fácil percibir que esa eficacia se consigue a costa de renuncias no pequeñas. Hayek presenta los ideales de justicia social como un sentimiento que hay que acallar en aras del mantenimiento del orden. Concede que la preocupación social constituye algo presente en el ser del hombre mismo, aunque no significa otra cosa que vestigios de épocas pasadas, algo así como un miembro que tuvo su sentido y que se ha tornado inútil y anquilosado a través del proceso evolutivo.

Hayek parte de un dato que puede tomarse como cierto, que es la existencia de un orden espontáneo, por el cual las acciones de los hombres se encuentran enlazadas unas con otras. Sin embargo, lo que habría que preguntarse, teniendo en cuenta la naturaleza económica de ese orden, es si constituye una realidad intocable, si la libertad humana no tiene dominio sobre él y, sobre todo, si merece la pena respetarlo a costa de otros valores.

La postura de Hayek al respecto es clara: el orden constituye un marco de actuación en el seno del cuál cada uno puede perseguir los fines que prefiera siempre y cuando respete el orden mismo; es decir, no se delimitará cual debe ser su conducta, pero sí hasta dónde debe llegar. Sin embargo, resulta absurdo perseguir una finalidad colectiva.

En definitiva, tanto el derecho como la moral hayekianos no se basan en ideales de deber-ser, sino que, por el contrario, se fundamentan en lo que es, siguiendo un criterio naturalista. La noción de justicia que de ahí se deriva tampoco se fundamenta en un criterio moral o de obligatoriedad de conductas, sino que tiene su razón de ser en un motivo de conveniencia, que puede y debe ser impuesto para todos los miembros de la sociedad en el caso de que cuente con el consenso social necesario.

Caridad Velarde
Profesora de Derecho Natural en la Universidad de Navarra

Obras principales

Camino de servidumbre. En esta obra, publicada en 1944, Hayek advertía que la planificación económica va necesariamente unida a la pérdida de libertades. Identificaba así socialismo con totalitarismo. Es su libro más difundido, con el que comenzó a ser conocido por el gran público en el campo de la filosofía social.

Los fundamentos de la libertad. A lo largo de sus páginas se desarrolla todo un programa acerca de lo que cabe entender como libertad en sentido universal; no se trata de estudiar un momento histórico determinado ni una forma política concreta, sino de establecer lo que el autor denomina “principios que se reputan de validez universal”.

Derecho, legislación y libertad. Compuesto de tres volúmenes, constituye un compendio del conjunto del pensamiento de Hayek. Los temas que plantea son la fundamentación jurídica de su teoría, la idea de justicia y más concretamente de justicia social y, por fin, su concepción de la sociedad.

La fatal arrogancia. Los errores del socialismo. Esta obra supuso una auténtica sorpresa en el mundo intelectual, ya que fue publicada cuando Hayek contaba 90 años. Su idea básica es que el socialismo constituye un error de orgullo intelectual, ya que es imposible disponer de los datos necesarios para organizar la sociedad mediante medidas voluntaristas. Este libro es como un compendio de sus aportaciones en el campo de la ciencia social. Con esta obra la editorial inglesa Routledge comienza la tarea de publicar las obras completas de Hayek, que en España están siendo traducidas por Unión Editorial. 

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