La monarquía de Isabel II: capacidad de resistencia y símbolo de la nación

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.
Isabel II

Los setenta años de reinado de Isabel II, fallecida ayer, es un récord no igualado por ningún otro monarca en la historia, aunque Gran Bretaña tenga precedentes de reinados largos como el de Jorge III (1760-1820) y, sobre todo, el de Victoria I (1837-1901), ambos de la dinastía actual, los Hannover, que en la Primera Guerra Mundial pasaron a llamarse Windsor. Un período tan extenso en el tiempo permite un repaso a la historia y reflexionar sobre la caducidad de las políticas y de los gobiernos, que pasan mientras la monarquía inglesa sigue en pie.

Hay una anécdota muy difundida del rey Faruk de Egipto, perteneciente a una breve dinastía de nuevo cuño y que fue derrocado en 1952 por la revolución de Nasser. Desde el exilio, Faruk señaló que al cabo de un siglo solo habría cinco reyes en el mundo: el de Inglaterra y los cuatro de la baraja.

Su pronóstico casi se ha cumplido, aunque aún persistan más monarquías que la inglesa. Unas pocas, sostenidas por sus recursos energéticos, tienen carácter absoluto. Otras están insertas desde hace tiempo en la dimensión de la monarquía parlamentaria, en la que les precedió el sistema político inglés, y esto ha contribuido a su permanencia, en algunos casos acompañada de un cierto carácter religioso que unió la Reforma protestante a la reafirmación de la soberanía e independencia nacionales. En cambio, otras monarquías no tienen garantizadas su continuidad, aunque tengan carácter parlamentario. Sin ir más lejos, un republicanismo muy activo y crítico de la actuación de los monarcas en la política interna se acabó llevando por delante a las monarquías de Italia y Grecia después de la Segunda Guerra Mundial.

Por encima de los vaivenes políticos

La monarquía inglesa parece estar libre de los vaivenes de la política, sin duda porque el país no ha tenido ninguna revolución desde el siglo XVII. La dialéctica se ha desarrollado desde entonces en los ámbitos parlamentario y ciudadano, y pese a que no han faltado actitudes radicales frente al sistema, nadie ha tenido posibilidades de cambiarlo por medio de la violencia. Al acabar el siglo XVII concluyó también la monarquía absoluta de los Estuardo y los reyes que les sucedieron se adaptaron a un régimen parlamentario sin perder al mismo tiempo el carácter sagrado y reverencial que tenía la monarquía desde la época medieval.

La monarquía británica ha sabido vincular su existencia con la de la nación, de modo que una y otra han llegado a constituir un todo inseparable

Otro aspecto influyó, sin duda, en la perdurabilidad de la corona, y es su vinculación a la Iglesia anglicana. Los reyes siguieron llevando los títulos de Defensor de la Fe y Gobernador de la Iglesia de Inglaterra, ostentados por Enrique VIII y su hija Isabel I. No sería exagerado calificar a esta monarquía como una teocracia parlamentaria. También hay que tener en cuenta el éxito de la monarquía al vincular su existencia con la de la nación, de modo que las dos han llegado a constituir un todo prácticamente inseparable. Nunca han faltado voces de políticos e intelectuales en Inglaterra que han criticado a los reyes y han exigido el fin a la institución, pero siempre han sido voces minoritarias y en ocasiones esas voces han cambiado de parecer, o simplemente se han callado, en el transcurso de los años.

Isabel II ha gozado de admiración tanto dentro como fuera de su país, y en esto ha influido su capacidad de resistencia frente a situaciones difíciles. En 1936, con tan solo diez años, su vida cambió para siempre, desde el momento en que su tío Eduardo VIII renunció a la corona para casarse con una divorciada norteamericana. Fue, por tanto, su hermano Jorge, el sexto rey de este nombre, el que ascendió al trono, y es conocida su condición de tartamudo, aunque también su entereza en los años de la Segunda Guerra Mundial, paralela a la del primer ministro Churchill.

Pero lo inesperado también irrumpió en la vida de su hija Isabel, pues el fallecimiento repentino de su padre en 1952, la llevó a ser reina a los veintiséis años. Su primer ministro de entonces era Churchill, nacido en 1874, del que la soberana siempre destacó su sentido del humor. Ahora ejerce el cargo la conservadora Liz Truss, nacida en 1975, y que no oculta sus pretensiones de emular a Margaret Thatcher, una primera ministra que, según muy variadas informaciones, no sintonizó del todo con Isabel II.

La pérdida del Imperio

En lo referente a la política exterior, suele destacarse que durante el reinado de Isabel II Gran Bretaña perdió la mayor parte de su Imperio. Esa pérdida estaba anunciada desde la constitución de la Commonwealth en 1931, que consagró los estatutos políticos particulares de países como Canadá, Australia o Nueva Zelanda; pero la oleada de descolonizaciones que se produjo desde 1945 aceleró la independencia de las colonias británicas. No lo comprendió del todo Churchill, aunque sí los gobiernos laboristas o el del conservador Macmillan. De ahí la necesidad de afianzar una comunidad británica de naciones para mantener la influencia del país en el mundo. Esta pretensión nunca se ha logrado enteramente, pues muchas de las antiguas colonias cayeron bajo la influencia de otras potencias o bien quisieron diversificar sus preferencias exteriores.

Fue en la década de 1960 cuando algunos políticos británicos pusieron su mirada en la Europa continental, en el proceso de integración europea, aunque en realidad solo les interesaban las posibilidades de un área de libre comercio. La tenacidad del conservador Edward Heath, pese a la resistencia de algunos miembros de su partido, llevó al ingreso en la Comunidad Económica Europea en 1973; pero las tensiones políticas y sociales respecto a Europa continuaron. El último acto en este escenario fue el referéndum del Brexit en 2016, cuyo rechazo a la Unión Europa era tanto de afirmación nacionalista, una reminiscencia de la splendid isolation de la diplomacia del siglo XIX, como de una llamada a revitalizar la Commonwealth por medio del eslogan, que gustaba a Boris Johnson, de Global Britain.

La monarquía no fue afectada por los grandes cambios sociales desde los años 60, porque supo mantenerse al margen de cualquier polémica social o política

Lógicamente, Isabel II no expresaba abiertamente sus preferencias políticas, pero, según bastantes testimonios, tácitamente debió de estar de acuerdo con el Brexit, entendido, tal y como lo hicieran muchos electores, como una reacción a la dependencia de las normas de la UE y a un detrimento progresivo de la soberanía nacional. Una monarquía de tradición secular como la inglesa, que se identifica como el alma de la nación, representa una poderosa carga emocional que contrasta con la burocracia de Bruselas, aunque los gobiernos británicos siempre fueron muy cautelosos a la hora de ceder soberanía, por más que un laborista como Tony Blair insistiera, sin mucha capacidad de persuasión, en que se trataba de una soberanía compartida.

Cambios sociales

El reinado de Isabel II coincidió con una progresiva evolución de la sociedad británica. La era victoriana fue quedando progresivamente atrás, no solo en los aspectos políticos, económicos y militares, sino también en los sociales. El pasado reciente se asociaba con el puritanismo, la hipocresía o la injusticia. En su lugar irrumpía una cultura transgresora de las viejas normas, presente en los intelectuales de entreguerras como el grupo de Bloomsbury o en la década de 1950 con los escritores conocidos como los angry young men. Poco después llegaría la cultura pop, de la mano de la música y la protesta, y muchas de las convenciones sociales se debilitaron. Era un escenario en el que la crítica a instituciones como la monarquía estaba servida.

Sin embargo, la monarquía no fue afectada porque supo mantenerse al margen, como había hecho desde el siglo XVIII, de cualquier polémica social o política. No reaccionó con una mayor apertura a la sociedad para ganarse la simpatía de las masas, sino que, consciente de su papel casi sagrado o reverencial, se mostró imperturbable a las tormentas externas al ofrecer una imagen de lo perdurable, de continuidad histórica y de afirmación nacional frente a situaciones pasajeras.

Ni siquiera los escándalos vinculados a la familia real en las últimas décadas han podido deteriorar por completo la imagen de la monarquía, y en esto ha jugado un papel decisivo la propia Isabel II. De hecho, ha ejercido sus funciones hasta el último momento con su recepción a la primera ministra Liz Truss. Los acontecimientos como el annus horribilis de 1992, cuando tres de sus cuatro hijos decidieron divorciarse o separarse de sus parejas, los llevó con gran entereza, demostrando, por encima de todos los acontecimientos, ser madre, pese a que ello pudiera conllevar dar una imagen de mujer deshumanizada y fría. Con todo, Isabel II hizo algunos gestos de apertura a la sociedad en aquel 1992 como abrir el palacio de Buckingham al público o pagar voluntariamente el impuesto sobre la renta, poniendo así fin a más de medio siglo de exención fiscal. Estos y otros gestos posteriores tendrían siempre un alcance limitado, y en ningún caso contemplarían que la monarquía perdiera, o debilitara, su aspecto reverencial y casi sagrado.

Se diría que marcar una cierta distancia pasa a ser una garantía de supervivencia de la monarquía inglesa. A esto se añade un exigente sentido del deber en el ejercicio de la realeza. Recordemos que Eduardo VII, al ocupar el trono en 1901 a los sesenta años tras la muerte de su madre Victoria, dejó atrás una vida privada marcada por excesos y escándalos para centrarse en sus nuevas responsabilidades, aunque su reinado solo duró hasta 1910. Shakespeare describió un caso parecido en Enrique V: el príncipe Hal, al convertirse en rey, rechaza la amistad con sir John Falstaff, su compañero de juergas en el pasado. Un ejemplo de que la monarquía británica es algo que hay que tomarse muy en serio.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.