Mi estilo de vida es sagrado

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A propósito de una sentencia laboral dictada en Gran Bretaña, Frank Furedi comenta en Spiked la tendencia actual a dar carácter cuasi-religioso a convicciones como las ecologistas.

El caso que motivó el comentario de Furedi es el de un hombre que trabajaba en el departamento de medio ambiente de una compañía inmobiliaria. Firmemente convencido de que la Tierra está gravemente amenazada por el cambio climático, tenía conflictos con sus superiores, a los que reprochaba no tomarse en serio el problema, y se negó a hacer un viaje en avión que consideraba superfluo, para no contribuir al consiguiente consumo de combustible. Por esos motivos, hace un año y medio la empresa lo despidió. Él recurrió a los tribunales, y finalmente un juez dictaminó que el despido era contrario a la ley de igualdad laboral, que prohíbe discriminar a los empleados por su religión o sus creencias filosóficas. Según la sentencia, la opinión del despedido sobre el cambio climático es una creencia filosófica que merece la protección de la ley.

Primero, Furedi hace afirmaciones dudosas comparando fe y ciencia. Al final de su largo artículo se refiere a las tesis implícitas en el fallo del juez como síntoma de una tendencia, más general, a “sacralizar los estilos de vida”. El empleado despedido sostiene con honda convicción que el cambio climático pone en peligro a la humanidad y al entero planeta, de modo que es absolutamente necesario y urgente que reduzcamos drásticamente las emisiones de gases con efecto invernadero, cambiando radicalmente la economía y adoptando todos un régimen de vida de bajo consumo energético. Según Furedi, esa postura, a la que la sentencia concede la misma protección que la fe religiosa, no es en sí una filosofía, sino lo que se llama un estilo de vida: ideas y prácticas de motivación moral sobre cómo se debe vivir.

“Nos tomamos muy en serio nuestro estilo de vida: lo que comemos, nuestro aspecto, cómo viajamos o con quién compartimos cama define la identidad de muchos. Pero en un mundo en que hay multitud de estilos de vida, y todos han cobrado gran trascendencia, no es posible tratarlos como cuasi-religiones”.

No todas las creencias son respetables

Para que una creencia filosófica merezca protección, la ley de igualdad laboral exige que sea “sostenida sinceramente”, se refiera a un aspecto “relevante y sustancial” de la experiencia humana, tenga “seriedad, coherencia e importancia”, y sea “digna de respeto en una sociedad democrática”. Y ¿quién decide, plantea Furedi, que una firme convicción es digna de tal respeto? “Ciertamente, nuestras elites jurídicas y culturales tienen ideas muy claras sobre qué opiniones son dignas de respeto y cuáles no. Así, la semana pasada nos enteramos de que, según una nueva propuesta del gobierno del Nuevo Laborismo, los padres contrarios a que se dé educación sexual en la escuela no son ‘dignos de respeto’, pese a que sus opiniones se fundan en sinceras y profundas convicciones; por tanto, se les restringirá la posibilidad de retirar a sus hijos de las clases de educación sexual.

”Unos estilos de vida son protegidos, o al menos sacralizados, por la ley, mientras otros son estigmatizados. Así, los cristianos que, en conformidad con sus creencias, rehúsen oficiar matrimonios homosexuales tienen poca probabilidad de obtener protección, aunque su postura es expresión de convicciones religiosas tradicionalmente reconocidas. En cambio, aquellos a quienes su conciencia no les permite volar con Ryanair disfrutarán desde ahora de privilegios y exenciones que no se otorgan a sus colegas moralmente inferiores. La sacralización de estilos de vida aprobados por las elites crea un doble rasero que contradice directamente las normas democráticas”.

Un ejemplo que pone Furedi es la indulgencia con que a veces se trata a los activistas que, en el curso de actos de protesta contra actividades consideradas por ellos perjudiciales para el medio ambiente, invaden y dañan propiedades ajenas. “Hoy día, quienes tienen firmes convicciones ecologistas tienen hasta una concesión semioficial para violar la ley. A los que protestan contra los alimentos trasgénicos o la energía nuclear se los pinta a menudo como jóvenes idealistas que actúan ‘en nombre de todos’. En realidad, como son parte de la oligarquía política británica, tienen una libertad para protestar que se suele negar a los comunes mortales. Por eso tales activistas que violan la ley tantas veces son tratados con simpatía en los juicios y son absueltos”.

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