Rusia en Siria o el arte de explotar la debilidad del adversario

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.

Un año después del establecimiento de una coalición de 60 países, encabezados por EE.UU., para combatir al Estado Islámico (EI), no hay signos esperanzadores en el conflicto sirio. Pese a la campaña de bombardeos que “degrada”, pero no destruye a los islamistas, Siria tiene cada vez más los rasgos de un “Estado fallido”, en el que el gobierno no ejerce la autoridad sobre la mayor parte de su territorio. De hecho, se ha originado una partición de facto entre el débil régimen de Asad, los grupos suníes de la oposición y el EI.

Las sucesivas y fracasadas negociaciones de Ginebra, con la búsqueda infructuosa de una oposición más o menos moderada al régimen de Damasco, y los intereses contrapuestos de las potencias regionales y mundiales en la región no permiten vislumbrar soluciones a corto plazo. En consecuencia, los discursos y la posterior reunión entre Putin y Obama en la sede de la ONU, apuntan a una escalada en la guerra, no tanto para frenar al EI como para apuntalar al gobierno de Asad.

Según Putin, la situación se ha vuelto tan peligrosa que el gobierno de Asad forma parte de la solución, y no del problema

Soberanismo ruso y defensa del régimen de Asad

La intervención de Vladimir Putin en la Asamblea General presentó, como tantas veces, a una Rusia partidaria de una concepción del Derecho Internacional, basada primordialmente en el respeto a la soberanía de los Estados. El presidente ruso hizo hincapié en que no existe un modelo único de desarrollo, político o económico, para todos. Fomentar ese modelo, o intentar imponerlo, sería una violación del sacrosanto principio de la soberanía estatal. No se pueden exportar los sistemas, tal y como hacía la antigua URSS, recordó el nacionalista Putin. Precisamente la violación de dicha soberanía por las potencias occidentales, en los casos concretos de Irak y Libia, sería la causante de la inestabilidad que ahora se vive en Oriente Medio.

Respecto a Siria, Putin no tenía muy clara la diferencia entre la oposición “moderada” siria y el EI, pues muchos de esos moderados se habrían unido a los radicales. Según el presidente ruso, los islamistas no surgieron de la nada. Fueron, en principio, una herramienta occidental contra un régimen secular como el sirio que les resultaba indeseable. Pero ahora, según Putin, la situación se ha vuelto tan peligrosa que el gobierno de Asad forma parte de la solución, y no del problema.

No es extraño, por tanto, que los primeros bombardeos rusos en Siria se hayan dirigido contra la oposición a Asad. Moderados o no, sus intereses confluyen con los del EI. Además, y aunque no lo haya dicho con todas las palabras, en la mente del mandatario ruso está, sin duda, la preocupación por la amenaza a la seguridad de su país que implica la presencia de unos tres mil combatientes rusófonos en las filas del EI.

La principal novedad del discurso de Putin fue la propuesta de una “genuina y amplia coalición internacional” contra el EI, una coalición similar a la formada contra el nazismo, que despreciaba, como los islamistas radicales, toda humanidad. Pero además añadió que en esa coalición deberían jugar un papel primordial los países musulmanes, algo que también repitió en su momento la Administración Obama y que ha llevado a un destacado analista como Joseph S. Nye a pedir “botas suníes sobre el terreno”. Pero es difícil que las palabras de Putin encuentren eco en Estados suníes como Arabia Saudí o Turquía, que siguen temiendo el crecimiento de la influencia iraní en la región o que simplemente recelan de que la evolución del conflicto favorezca el Independentismo kurdo.

EEUU y Francia no dejan de repetir la misma consigna: “ni Asad, ni EI”

Una improbable coalición

No cabe imaginarse a la supuesta coalición, patrocinada por Moscú, a la espera de una nueva resolución del Consejo de Seguridad, pues bastaría el amparo jurídico en la resolución 2170 contra el terrorismo, de 18 de agosto de 2014. Y menos todavía que Washington quisiera ceder protagonismo en la coalición que ahora encabeza contra el EI. En realidad, los norteamericanos bien podrían preguntar a los rusos: ¿Queréis una alianza contra el EI, o bien vuestros propósitos están encaminados a salvar el régimen de vuestro aliado, Bachar el Asad?

Por mucho que el propio Putin, junto con algunos analistas políticos, hayan dicho que esto podría ser una alianza comparable a la de EE.UU. y la URSS durante la II Guerra Mundial, lo cierto es que los rusos buscan ventajas estratégicas en el conflicto sirio. Su ambición parece ir más allá del despliegue de aviones, carros de combate y militares en Latakia o de los bombardeos sobre las posiciones del EI. La divulgación de la noticia de que Moscú compartirá información con las inteligencias siria, iraquí e iraní, apunta a que Rusia aspira a un papel de mayor protagonismo en Oriente Medio.

A este respecto, Ibrahim al Amin, editor del periódico libanés Al Akhbar y simpatizante de la milicia chií Hezbolá, calificó de bloque 4+1 a la confluencia de intereses entre Rusia, Irán, Irak, Siria y Hezbolá. Y todo ello a pesar de que Rusia afronta las sanciones por el conflicto de Ucrania, la caída de los precios del petróleo y la debilitación de su economía. Quizás precisamente por todo eso, Rusia necesita una vía de escape, ahora proporcionada por el conflicto sirio, y no solo por intereses políticos y económicos sino además para abrir una cierta vía de cooperación con Occidente, tras los efectos de ese otro “conflicto congelado” que es Ucrania.

Los divergentes intereses de rusos, norteamericanos y turcos

Tampoco la intervención de Obama en la ONU arrojó novedades sobre la postura norteamericana en el conflicto sirio. Es cierto que el inquilino de la Casa Blanca indicó que Washington está preparado para cooperar con cualquier nación, incluyendo Rusia e Irán. Sin embargo, EE.UU., juntamente con Francia, la potencia europea con mayores intereses en Siria, no deja de repetir la misma consigna: “ni Asad, ni EI”. Para Moscú, es un error estratégico. Aunque los franceses acusen al presidente sirio de crímenes contra la humanidad, Putin considera al régimen sirio, como un aliado indispensable en la lucha contra los terroristas del EI.

Putin utiliza en Siria la misma táctica que le ha dado buenos resultados en Ucrania: explotar la debilidad del adversario

Por otra parte, los rusos no comparten los mismos intereses que el presidente turco Erdogan, obsesionado por derrocar a Asad. Por lo demás, Putin podrá calificar a su vecino Erdogan de aliado y socio comercial, pero no le secundará en Siria. A esto cabe añadir que no es el EI sino los kurdos, que controlan territorios en el noreste y noroeste sirios, la principal amenaza a la seguridad turca. En consecuencia, la postura de Ankara no deja de ser incómoda, pese a las facilidades concedidas a la aviación norteamericana para bombardear a los islamistas radicales.

También Washington ha de moverse con cautela. Los kurdos de Irak e Siria serían sus socios preferentes en la lucha contra el EI, pero tampoco le conviene a EE.UU. empeorar su relación con su viejo y susceptible aliado turco. Por si fuera poco, la repetición de las elecciones parlamentarias turcas, previstas para el próximo 1 de noviembre, en las que los islamistas gobernantes del AKP buscan una improbable mayoría absoluta, solo pueden servir para alimentar el comportamiento errático de la política exterior turca, sobre todo si el partido pro-kurdo HDP mejora sus resultados.

El modelo Primakov y la debilidad del adversario

Los aviones de Rusia no tienen el menor inconveniente en atacar a la oposición a Asad, con independencia de su “moderación” o no, pues Moscú quiere evitar la caída de su aliado estratégico, por mucho que el territorio controlado por éste solo sea una cuarta parte del país: Damasco, Homs, Hama, una parte de Alepo y la costa mediterránea, donde está precisamente la base naval rusa de Tartus. El régimen se retira y refuerza sus posiciones. ¿Hasta cuándo podrá hacerlo? También esto explica la intervención rusa.

Tampoco es comprensible que algunos políticos occidentales se sorprendan por la testarudez de los rusos en la continuidad del régimen de Damasco. En este sentido, hay una clara continuación entre la política exterior rusa y la soviética.

El recientemente fallecido ex primer ministro Yevgueni Primakov, con un destacado historial en el KGB y la diplomacia soviética, bien podría estar satisfecho con la estrategia rusa en Oriente Medio. Adversario decidido del unilateralismo estadounidense y defensor de una alianza con China, este experto en temas orientales, amigo de Sadam Hussein y del clan de los Asad, ha sido, sin duda, un modelo para Putin.

El presidente ruso utiliza en Siria la misma táctica que le ha dado buenos resultados en Ucrania: el arte de explotar la debilidad del adversario. No es muy difícil convencer a una gran parte de la opinión pública norteamericana y a no pocos responsables políticos que EE.UU. no tiene intereses vitales en Siria. ¿Por qué implicarse en una intervención militar sobre el terreno, bien sea contra el EI o en la guerra civil siria? Los ejemplos de Irak, Afganistán y Libia están muy recientes, y el propio Putin se encargó de recordarlos en su discurso en la ONU. El hecho de que la Administración Obama no lograra consolidar una fuerza de oposición “moderada” en su lucha contra el ejército sirio ha contribuido a extender la idea de que el cambio de régimen no es una alternativa viable. Otro ejemplo más de vacío de poder en Oriente Medio, que los rusos se han apresurado a llenar.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.