Robert Nozick: ¿liberal o libertario?

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Semblanza

El filósofo norteamericano Robert Nozick, fallecido el 27 de enero a los 63 años de edad, produjo una obra de interés inusitado, por no estar dirigida solo a especialistas y afrontar los problemas más acuciantes de nuestra civilización.

Como muchos de su época, Nozick se vio influido por el marxismo, al que se alistó en su juventud y primeros estudios en la Universidad de Columbia en los años cincuenta del pasado siglo. Pero el caso de Nozick es el de una tajante conversión intelectual. En el primer lustro de los años 60, las contradicciones del marxismo le llevaron a dar un vuelco hacia el liberalismo, que ejerció originalmente y con la furia del converso, y que ya no abandonaría durante el resto de su vida.

El liberalismo de Nozick es una constante crítica al intervencionismo estatal, como reacción contra el Estado de Bienestar tan cacareado por la izquierda radical americana. Nozick es partidario de tolerar el libre juego de los intercambios económicos, con las mínimas limitaciones posibles. Para él, el Estado debe respetar los acuerdos tomados libre y legítimamente; no debe favorecer a los débiles ni a los necesitados; no se han de adoptar políticas redistributivas por medio de los impuestos, etc.

Quizá su obra más importante, donde expone todas estas ideas, sea Anarquía, Estado y Utopía, publicada en 1975. La fecha es significativa, pues el libro supone una fuerte oposición a la Teoría de la justicia de John Rawls (1971), de corte socialdemócrata y que en esencia procuraba adoptar unos principios de justicia que abrieran el máximo de oportunidades a los más desfavorecidos. La coincidencia de ambos profesores en la Universidad de Harvard durante los últimos treinta años ha dado lugar a un debate continuado que permite constatar tensiones irresolubles entre la versión libertaria y la versión socialdemócrata en el seno de las democracias actuales. La debilidad de ambas teorías de la justicia estriba, a fin de cuentas, en la ausencia de un concepto de bien común que constituya un referente u orientación para el ejercicio de la libertad.

También el punto de partida de la filosofía de Nozick -con claras influencias de John Locke- ha sido criticado por muchos autores. Se trata de una situación inicial de una sociedad en la que todos partieron con las mismas posibilidades, y en la que ya no se puede intervenir para corregir desigualdades o posiciones de ventaja a las que algunos llegaron mediante acciones legítimas. Quizá esta composición de lugar nos pueda ayudar a corregir los excesos intervencionistas del Estado, pero no proporcionará necesariamente una sociedad más justa. Porque el problema de esa situación inicial es precisamente que se trata de una situación imaginaria. En realidad, las ventajas o desventajas que disfrutamos o sufrimos son parte de una herencia donde se mezclan las adquisiciones legítimas con las fortuitas y las injustas. Y tampoco las facultades que cada uno posee se deben exclusivamente al mérito personal: siempre hay otros que nos han sustentado y ayudado. A ellos nos debemos, no solo por benevolencia, sino por justicia.

Pero nos quedaríamos cortos si redujéramos la filosofía de Nozick a su dimensión social. Este autor ha explorado múltiples dimensiones del saber y prueba de ello es que, en sus 33 años en Harvard, jamás repitió el tema de un curso. La filosofía de los indios norteamericanos, la observación científica o la experiencia mística, han sido asuntos de su interés. «Elaboro mi pensamiento a través de las clases que imparto. Mucha gente cree que se da un conflicto entre su trabajo intelectual y sus clases, pero yo no lo veo así. Una de las razones por las que pienso que la filosofía no es una técnica es que siempre me centro en cuestiones que se pueden enseñar a estudiantes que no son profesionales» (New York Times, 20-IX-1981).

Muchas son las limitaciones de la filosofía Nozick, pero al margen de todas ellas, es indudable que, en unos tiempos donde nuestras leyes pugnan por establecer el baremo de la calidad docente, nos ha dejado muy alto el listón del verdadero profesor universitario.

Manuel García de Madariaga

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