¿Se podrá cuestionar a Biden?

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El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Foto: Casa Blanca

 

De un medio de comunicación que aspire a ser contrapeso al poder, cabe esperar una actitud de atento escrutinio al gobierno de turno. Es lo que hicieron con Donald Trump los principales diarios y cadenas de televisión estadounidenses. Pero el mordiente crítico de algunos de esos medios ya se ha disuelto en la complacencia con la Administración Biden-Harris, a la que agasajan con panegíricos prematuros.

La vigilancia mediática a Trump fue realmente exhaustiva. Sirva como botón de muestra la lista que hizo The New York Times de los insultos que el ya expresidente profirió en Twitter desde que anunció su candidatura, en enero de 2015, hasta hace unos días, cuando la plataforma cerró su cuenta: “incompetente y corrupto”, “odioso y codicioso”, “uno de los hombres más tontos y desleales del Congreso”, “bastante estúpido y desagradable”… Registros como ese sirvieron para mostrar a las claras cómo el mandatario contribuyó a degradar el debate público.

Al mismo tiempo, siempre hubo algo inquietante en la facilidad con que los grandes medios progresistas mordieron el cebo de las provocaciones de Trump. ¿Hasta qué punto hubo complicidad? Lo planteó Jill Abramson, editora ejecutiva de ese diario entre 2011 y 2014, en una entrevista en que apeló a la responsabilidad de los medios: “¿Estamos hablando tanto [de Trump] porque cada noticia tiene realmente interés periodístico o estamos persiguiendo audiencia?”.

Previsiblemente, los tuits de Biden no darán tanto que hablar. En la era de la política espectáculo, que tanto dominaba Trump, el tono comedido del demócrata será un jarro de agua fría para quienes aspiran a hacer caja con la crispación. Pero eso no significa que traiga un programa tan puro y tan conciliador que sitúe al nuevo presidente “más allá de la política o la ideología”, como sostuvo The New York Times en el editorial de respaldo a su candidatura.

La misma idea de que Biden viene a “sanar las heridas” de una nación dividida refuerza en la opinión pública su imagen de mesías contra la polarización. Ejemplo de este enmarcado es la metáfora de David Chalian, responsable de la cobertura política de la CNN, que ve en las luces puestas a lo largo del estanque del National Mall en Washington DC “la prolongación de los brazos de Joe Biden abrazando a Estados Unidos”.

Bajo la presidencia de Biden, habrá que insistir en que cuestionar las ideas de una persona no es atacarla

Culto al líder

Llama la atención la insistencia de los partidarios de Biden en su personal decencia. Desde el punto de vista de la estrategia electoral, se entiende que los demócratas quisieran presentar las presidenciales del pasado noviembre como un duelo de caracteres antes que de programas. Pero una vez conquistada la Casa Blanca, da la impresión de que se le quiere blindar contra toda crítica, como insinuando: si criticas las medidas de este hombre decente, eres cruel. Bajo la presidencia de Biden, seguramente habrá que insistir en la distinción básica de que cuestionar las ideas de una persona no es atacarla.

Otra forma de blindaje sutil frente a las críticas podría ser la presentación de las decisiones de la Administración Biden-Harris como el resultado inevitable de la racionalidad científica. La propia Kamala Harris, nueva vicepresidenta, adelantó esta narrativa el 7 de noviembre, cuando ya era clara la victoria del tándem: “Habéis elegido la esperanza, la unidad, la decencia, la ciencia y, sí, la verdad”.

El culto al líder que tanto se reprochó a los seguidores de Trump sigue vivo entre los de Biden. Sorprende que el veterano columnista del New York Times David Brooks, a menudo equilibrado e impulsor de la reconciliación bipartidista, se descuelgue con unos elogios tan faltos de sentido crítico: “Solo por ser quien es, Biden sienta las bases para un renacer moral. Sus valores trascienden la guerra cultural izquierda-derecha, urbano-rural, que hemos padecido durante una generación”, escribió el 21 de enero, un día después de la toma de posesión.

Al día siguiente, en el 48.º aniversario de la sentencia Roe v. Wade, Biden y Harris reiteraron el compromiso de su Administración de blindar en una ley federal el divisivo fallo del Tribunal Supremo y de nombrar jueces que lo defiendan. También han revocado la llamada “Mexico City policy”, que prohíbe dar fondos públicos a las organizaciones que promueven el aborto en el extranjero, una política que implantó Ronald Reagan, revocó Bill Clinton, restableció Bush hijo, volvió a anular Obama y volvió a restablecer Trump.

Salud democrática

Que Biden y Harris tengan una agenda ideológica propia –como la tuvieron sus predecesores– no extraña a nadie. Lo llamativo es que experimentados periodistas quieran hacerla pasar por los valores de todos los estadounidenses. ¿No sería más honrado admitir que Biden es el nuevo comandante en jefe de la izquierda en las guerras culturales que enfrentan a demócratas y republicanos?

Si se aplica un “cordón sanitario” intelectual para proteger las ideas y las acciones de la Administración Biden-Harris se estará haciendo un flaco favor a la democracia que se supone vienen a salvar. Desde el punto de vista de la salud democrática, siempre será mejor que los medios sirvamos de contrapeso al poder. Sobre todo, cuando hay tanto poder en manos del Partido Demócrata: la Casa Blanca, la Cámara de Representantes y el Senado, además de la simpatía de Silicon Valley.

Sobre la Administración Biden-Harris cabe afirmar lo que escribió el periodista de El País Antonio Caño sobre el gobierno de PSOE y Unidas Podemos, en un momento en que los simpatizantes de Pedro Sánchez pedían apertura de mente para dejar atrás la crispación y el bloqueo político: “Es una invitación tan tentadora como tramposa y, desde mi punto de vista, hipócrita. (…) Tan legítimo es este Gobierno como el derecho a criticarlo. Ni cabe en el debate la más mínima sugerencia de abortar este Gobierno por vías que no sean estrictamente las establecidas en la ley, ni es aceptable que se descalifique toda crítica –incluso las más despiadadas– como un intento fascista o golpista de revertir la voluntad popular”.

En la era Trump, no faltaron conservadores que se decidieron a ser conciencia del poder, yendo a contracorriente entre los de sus propias filas. En los próximos años, hay que esperar que también veamos disidentes contra la conformidad ideológica en la izquierda.

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