Carta del Papa a los sacerdotes: un testimonio de gratitud y de ánimo

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En un momento en que los sacerdotes pueden sentirse desanimados y culpabilizados por abusos cometidos por otros, el Papa Francisco ha querido dirigirles unas palabras de ánimo en una carta con ocasión del 160.º aniversario de la muerte del Cura de Ars, patrón del clero.

El Papa afirma que en sus encuentros con sacerdotes “muchos de ellos me manifestaron su indignación por lo sucedido, y también cierta impotencia, ya que además del desgaste por la entrega han vivido el daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza”. Por eso, “sin negar y repudiar el daño causado por algunos hermanos nuestros, sería injusto no reconocer a tantos sacerdotes que, de manera constante y honesta, entregan todo lo que son y tienen por el bien de los demás”.

Gracias por la fidelidad

El primer sentimiento que quiere expresar el Papa es de gratitud. Francisco recuerda que “la vocación, más que una elección nuestra, es respuesta a un llamado gratuito del Señor. Es bueno volver una y otra vez sobre esos pasajes evangélicos donde vemos a Jesús rezar, elegir y llamar ‘para que estén con Él y para enviarlos a predicar’ (Mc 3,14)”.

“Cada vez que nos desvinculamos de Jesús o descuidamos la relación con Él, poco a poco nuestra entrega se va secando”

Hay que mantener la mirada agradecida del paso del Señor por nuestra vida, les dice el Papa, especialmente “en momentos de tribulación, fragilidad, así como en los de debilidad y manifestación de nuestros límites, cuando la peor de todas las tentaciones es quedarse rumiando la desolación”.

El Papa da las gracias a los sacerdotes por su “fidelidad a los compromisos contraídos. Es todo un signo que, en una sociedad y una cultura que convirtió ‘lo gaseoso’ en valor, existan personas que apuesten y busquen asumir compromisos que exigen toda la vida”.

“Gracias por la alegría con la que han sabido entregar sus vidas, mostrando un corazón que con los años luchó y lucha para no volverse estrecho y amargo y ser, por el contrario, cotidianamente ensanchado por el amor a Dios y a su pueblo; un corazón que, como al buen vino, el tiempo no lo ha agriado”.

“Gracias por buscar fortalecer los vínculos de fraternidad y amistad en el presbiterio y con vuestro obispo, sosteniéndose mutuamente, cuidando al que está enfermo, buscando al que se aísla, animando y aprendiendo la sabiduría del anciano, compartiendo los bienes, sabiendo reír y llorar juntos, ¡cuán necesarios son estos espacios!”.

El Papa les da las gracias también por “el testimonio de perseverancia y aguante en la entrega pastoral”; “por celebrar diariamente la Eucaristía y apacentar con misericordia en el sacramento de la reconciliación, sin rigorismos ni laxismos, haciéndose cargo de las personas y acompañándolas en el camino de conversión”; “por anunciar a todos, con ardor, ‘a tiempo y a destiempo’ el Evangelio de Jesucristo”; “por las veces en que, dejándose conmover en las entrañas, han acogido a los caídos, curado sus heridas, dando calor a sus corazones, mostrando ternura y compasión como el samaritano de la parábola”.

Que se sientan animados

El segundo gran deseo que tiene el Papa Francisco es “acompañarlos a renovar nuestro ánimo sacerdotal, fruto ante todo de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas. Frente a experiencias dolorosas todos tenemos necesidad de consuelo y de ánimo”.

“Un buen test –afirma el Papa– para conocer como está nuestro corazón de pastor es preguntarnos cómo enfrentamos el dolor”. “Como el profeta Jonás, siempre llevamos latente la tentación de huir a un lugar seguro que puede tener muchos nombres: individualismo, espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos…, los cuales, lejos de hacer que nuestras entrañas se conmuevan, terminan apartándonos de las heridas propias, de las de los demás y, por tanto, de las llagas de Jesús”.

Francisco quiere que los sacerdotes renueven el ánimo frente a experiencias dolorosas

En esta misma línea señala otra actitud sutil y peligrosa que, como decía Bernanos, es “el más preciado de los elixires del demonio”. Dice el Papa: “Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o con nosotros mismos, podemos vivir la tentación de apegarnos a una tristeza dulzona, que los padres de Oriente llamaban acedia”. Esa tristeza “lleva al acostumbramiento y conduce paulatinamente a la naturalización del mal y a la injusticia con el tenue susurrar del ‘siempre se hizo así’. Tristeza que vuelve estéril todo intento de transformación y conversión propagando resentimiento y animosidad”.

Francisco reconoce que “todos necesitamos del consuelo y la fortaleza de Dios y de los hermanos en los tiempos difíciles”. “Esa alegría no nace de nuestros esfuerzos voluntaristas o intelectualistas sino de la confianza de saber que siguen actuantes las palabras de Jesús a Pedro: en el momento que seas zarandeado, no te olvides que ‘yo mismo he rogado por ti, para que no te falte la fe’ (Lc 22,32). El Señor es el primero en rezar y en luchar por vos y por mí”.

El Papa recuerda a los sacerdotes que “Jesús, más que nadie, conoce nuestros esfuerzos y logros, así como también los fracasos y desaciertos. Él es el primero en decirnos: ‘Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrar alivio’ ( Mt 11,28-29)”.

Dos vinculaciones

¿Cómo mantener animado el corazón a pesar de las dificultades? El remedio, dice Francisco, es no descuidar dos vinculaciones constitutivas de la identidad sacerdotal. La primera, con Jesús. “Cada vez que nos desvinculamos de Jesús o descuidamos la relación con Él, poco a poco nuestra entrega se va secando y nuestras lámparas se quedan sin el aceite capaz de iluminar la vida”. En este sentido, el Papa les anima a “no descuidar el acompañamiento espiritual, teniendo a algún hermano con quien charlar, confrontar, discutir y discernir en plena confianza y transparencia el propio camino; un hermano sapiente con quien hacer la experiencia de saberse discípulos”.

El Papa da las gracias a los sacerdotes “por la alegría con la que han sabido entregar sus vidas”

La otra vinculación la resume el Papa en acrecentar y alimentar “el vínculo con vuestro pueblo. No se aíslen de su gente y de los presbiterios o comunidades”. También porque “el pueblo tiene ‘olfato’ en encontrar nuevas sendas para el camino, tiene el sensus fidei”.

El Papa termina su carta con una invitación a mirar a María. “Si alguna vez nos sentimos tentados de aislarnos y encerrarnos en nosotros mismos y en nuestros proyectos protegiéndonos de los caminos siempre polvorientos de la historia, o si el lamento, la queja, la crítica o la ironía se adueñan de nuestro accionar sin ganas de luchar, de esperar y de amar… miremos a María para que limpie nuestra mirada de toda ‘pelusa’ que puede estar impidiéndonos ser atentos y despiertos para contemplar y celebrar a Cristo que Vive en medio de su Pueblo”.

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