El Papa sembró una semilla de libertad

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Cuba: entre Fidel y Juan Pablo II
Al menos una cosa ha quedado clara en el viaje a Cuba: la capacidad de magisterio del Papa. Juan Pablo II ha demostrado ser un buen maestro, y los cubanos -que han captado lo más esencial de su visita-, buenos interlocutores. «Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba». Medio centenarde personas elegidas al azar por las calles de La Habana respondían con esta frase a un corresponsal francés que les preguntó cuál había sido el aspecto más importante del mensaje papal. Pero los cinco días de su estancia en la isla grande han dado para mucho más.

Ha sido, ante todo, una visita pastoral. «El Papa va obstinadamente ofreciendo por el mundo los valores de la religión católica. Eso es lo que viene a hacer a Cuba». Esta afirmación de su portavoz Joaquín NavarroValls es la clave más profunda del viaje, y a la hora de los análisis debemos recordarlo. Y como el mismo Navarro-Valls dice, los resultados -si se quiere medirlos de algún modo- serán pastorales: «El balance último de su viaje será si ha aumentado la conciencia cristiana en el país, si aumenta la asistencia dominical a Misa, si aumenta el conocimiento de la exigencia ética del cristianismo en la vida familiar, en la vida pública, en la vida privada; es decir, una valoración que por su propia naturaleza es religiosa».

Los oscuros caminos de Dios

Con frecuencia los caminos del Señor son oscuros, pues Dios escribe derecho con renglones torcidos. También esto se ha cumplido. Tras tantos años de espera, a pesar de todo el viaje ha llegado, y en el mejor momento para la Iglesia. En los últimos tiempos, el dogal que asfixiaba a los cristianos de Cuba fue perdiendo fuerza, ser practicante dejó de ser un estigma, entre los jóvenes ahora hay un creciente interés por la religión. Aumentan los bautizos, las iglesias se ven frecuentadas, se vuelve a los sacramentos, la Virgen de la Caridad del Cobre peregrina por la isla. «No me había ocurrido nunca: gente de mediana edad, cuarenta y ocho o cincuenta años, que no había confesado nunca, estaba allí, en el confesonario, es la cosa más grande del mundo…», explicaba en vísperas del viaje un párroco de La Habana. No se puede decir que de repente los cubanos se hayan convertido en masa, pero al menos hay un cambio.

Sintonía con el Papa

El tono de la visita fue el que se podía esperar en un país de raíces católicas y latinas. Afecto, consideración hacia el Pontífice, calor y sintonía. Treinta y ocho veces interrumpieron al Papa en su homilía del domingo en La Habana. Y la plaza de la Revolución no estaba llena sólo de católicos practicantes. Pero una vez más se produjo esa comunicación entre el Papa y el pueblo, tan frecuente en Iberoamérica. Por su parte, las autoridades actuaron con buen estilo, y hasta con generosidad en algún aspecto. No hubo salidas de tono, se retransmitieron las tres misas del Pontífice -en principio sólo iba a ser una-, la televisión actuó con corrección (los periodistas que suelen cubrir los viajes papales todavía recuerdan cómo en la época comunista, la televisión polaca censuraba las imágenes de grandes masas en las misas del Papa). Y tanto el régimen como la oposición fueron prudentes: sólo el domingo en La Habana se oyeron algunos gritos de «libertad, libertad». El Vaticano había advertido a Fidel que no quería espectáculos como el de las masas sandinistas de Managua, y Castro tomó buena nota. Tampoco se vieron los actos pontificios transformados por los asistentes en manifestaciones contra el poder, como en Polonia o Chile, con carreras y cargas de la policía incluidas.

El mensaje del pontífice

Reconciliación entre todos los cubanos, espacio para la Iglesia que vaya más allá de la libertad de culto, un sistema político respetuoso con las libertades que no excluya a los de distinta opinión y que conjugue a la vez la libertad y la justicia social. Esto es, en síntesis, lo que Juan Pablo II ha pedido a Castro. Significativamente, ya de nuevo en Roma, Juan Pablo II comentó que esperaba que los frutos de su visita fueran similares a los obtenidos en su peregrinación a Polonia en 1979: muchos han visto en aquel viaje el inicio de la caída del comunismo y la democratización polaca. En contrapartida, el pontífice denunció el embargo que pronto cumplirá cuarenta años y que tanto ha perjudicado a la población de la isla, pidió a los cubanos del exilio que eviten enfrentamientos inútiles, ofreció la colaboración de la Iglesia para la apertura de Cuba y propuso un sistema social que evite caer en el enfrentamiento de sistemas: marxismo/neoliberalismo.

Un amplio programa que, como siempre, el Papa brinda a quien quiera escucharle. ¿Será Fidel un buen oyente, o como piensan muchos cubanos, una vez terminada la visita, todo seguirá igual, o casi? Es pronto todavía para saberlo, aunque un viejo sacerdote cubano recuerda cómo en noviembre de 1959 «la Iglesia organizó una misa en la misma plaza de la Revolución. Había tanta gente como cuando la misa del Papa, o incluso más. Todo estaba en carne viva. Castro había ya empezado a mostrar sus dientes. Él no estaba invitado, y sin embargo, al final se presentó y se sentó, como ayer, en la primera fila. La gente coreó, durante veinte minutos: ‘Cuba sí, Rusia no’, y también ‘Cristo sí, comunismo no’. Esto le debía haber bastado para tomar conciencia del poder de la Iglesia. No fue así, sino todo lo contrario. Poco después empezó la persecución».

Una nueva etapa

La Jerarquía no se hace ilusiones sobre Fidel, pero intentará ampliar la brecha de libertad que se ha abierto con el viaje del Papa. A lo más, alguna mayor atención hacia el cardenal Ortega -Juan Pablo II dejó bien claro que el interlocutor del gobierno es el primado y la Conferencia Episcopal, no el Vaticano-, permiso de entrada a más sacerdotes, la construcción del tercer seminario (ya aprobado). No es pensable que, de la noche a la mañana, Castro devuelva los colegios religiosos -incautados en la década de los sesenta- o conceda a la Conferencia Episcopal una radio o un periódico: sería el principio del fin. Sí en cambio confían en que el viaje marque -como dijo el cardenal de La Habana- «una nueva etapa en la afirmación del renacer religioso que transforma Cuba».

Volviendo a Fidel, un comentarista decía que Castro «es consciente de que no puede reconocer la primera de las libertades, la religiosa, sin correr el riesgo de que las restantes irrumpan en aluvión». No es una afirmación sin fundamento. Varios años antes de 1989, Milovan Djilas, el disidente yugoslavo, predijo que el comunismo del Este caería por consentir la libertad religiosa. Y los sucesos posteriores parecen confirmarlo. «Mi comportamiento fue el de un pastor, el de una persona que siente la responsabilidad del Evangelio, y ciertamente el Evangelio contiene muchos principios de orden moral, de orden socio-moral y de derechos humanos», contestó Juan Pablo II a un grupo de periodistas que le preguntaron por su papel en la caída del Muro. Quizá, sin saberlo, Castro haya abierto las compuertas y el agua de la libertad está ya empezando a correr por Cuba.

Balance del viaje en la prensa internacional

Quienes se oponen al obsoleto embargo comercial de Estados Unidos a Cuba han encontrado un elocuente aliado en el Papa Juan Pablo II durante su reciente visita a la isla. No se trata de la crítica de Juan Pablo II al embargo -que ya había manifestado antes-sino la atención que prestó a las necesidades humanitarias de Cuba y que Washington ha despreciado cretinamente. El embargo es un anacronismo embarazoso. Si ha logrado algo es ayudar a Fidel Castro a conservar el poder dándole un lugar común para unir a los cubanos, y algo para echar las culpas de sus privaciones. La preocupación del Papa se centra en el impacto del embargo en los pobres de Cuba. Como las firmas norteamericanas tienen las patentes de muchos productos farmacéuticos y aparatos sanitarios, la ley de 1992 que prohíbe prácticamente todas las ventas de artículos médicos por sus sucursales en el extranjero ha sido especialmente dañina. Ahora que Estados Unidos pretende dar más alimentos a Irak y Corea del Norte, no hay justificación para impedir la venta de alimentos y medicinas a los cubanos.

La Administración debe conseguir la aprobación de las leyes del Congreso presentadas el año pasado que permitan la venta de medicinas y alimentos a Cuba. Gozan del apoyo de demócratas y republicanos, e incluso de la aprobación de algunos grupos del exilio. Nadie tiene mejores credenciales anticomunistas que Juan Pablo II. Si él puede echar una mano a los cubanos, también puede hacerlo Estados Unidos. (The New York Times, 26-I-98).

Ayudar a los cubanos

Como Fidel podía esperar, el Papa criticó el embargo. Pero, como en Polonia, la crítica del sistema cubano por parte de Juan Pablo II fue devastadora. El pueblo cubano quizá no estaba demasiado familiarizado con los detalles de la Misa, pero cuando el Papa hizo un llamamiento en favor de la libertad de expresión, asociación e iniciativa, la muchedumbre rompió en un aplauso, a pesar de la presencia de las temidas fuerzas de seguridad de Castro.

La conexión que hizo entre el Estado totalitario y la disolución de las familias tuvo eco en los cubanos. La situación económica, explicó, ha provocado «la separación forzosa de las familias dentro del país y la emigración, que ha desgarrado familias enteras y ha sembrado dolor en una parte considerable de la población». Dijo también que la alta tasa de abortos de la isla es «un absurdo empobrecimiento de la persona y de la misma sociedad».

Hace más de tres años, en estas columnas pedimos el fin del embargo contra Cuba. Esta política -escribíamos entonces- no nos parece defendible ni práctica ni moralmente. (…) El Papa, con su presencia y sus palabras, ha señalado el camino de una política de postembargo hacia Cuba. El objetivo es ayudar a los 11 millones de cubanos que, de otro modo, tendrán que seguir viviendo en la desesperación. El objetivo es reconocer que el arquitecto de este desastre es un paria, y que los intereses de Occidente que enriquecen el gobierno de la cleptocracia a expensas de los empresarios cubanos merece ser denunciado. (The Wall Street Journal, 26-I-98).

Encorvado, pero va adonde debe ir

¿Pero cómo está este Papa increíble, encorvado y de lento caminar, que abandona la Plaza de la Revolución con pasos cortísimos, apoyado en su bastón? Está terminando su viaje número ochenta y uno por el mundo. Durante cinco días ha recorrido Cuba de arriba abajo. Ha removido a un país, quizá ha despertado a un pueblo. A la vez que parecía que podía caerse en cualquier momento.

Sin embargo no se cae. Y esta última caminata, tan encorvado que la multitud no logra verle, nos trae a la memoria por contraste el paso fuerte y la figura rocosa con la que Juan Pablo II se presentó al mundo en octubre de 1978 en la plaza de San Pedro.

Este viaje ha sido una paliza tremenda. Pero este hombre, que el sábado por la tarde daba lástima verle, ayer pronunció seis discursos, se reunió con Fidel Castro dos veces, hizo frente durante tres horas a un millón de personas, celebrando la Misa, pero también improvisando y bromeando (…). No dejó de participar en ninguno de los actos. La enfermedad nerviosa que le hace temblar la mano frena su caminar, pero el Papa va adonde debe ir. (Corriere della Sera, 26-I-98).

Fidel, cuestionado

En Cuba, el Papa ha ido tan lejos como le ha sido posible en un análisis sin piedad de la descomposición del sistema. Ha condenado los delitos de conciencia y los atentados contra las libertades, reclamado la liberación de los disidentes y de los presos políticos, flagelado el ateísmo oficial, reivindicado un espacio más grande para su Iglesia. Democracia, derechos del hombre, pluralismo: Juan Pablo II ha podido recitar todos los artículos de su credo.

Firmando un pacto con Dios, Fidel Castro ¿podrá sin embargo salvar su régimen? La repetida denuncia realizada por el Papa del aislamiento internacional de Cuba y del embargo comercial es una bofetada para los norteamericanos. Unida para demonizar a Castro, la comunidad exiliada en Florida está más dividida y desorientada que nunca. En fin, las críticas de Juan Pablo II contra el capitalismo salvaje son pan bendito para un hombre que, a pesar de su patente fracaso, lucha trabajosamente por volver a dar legitimidad a su «modelo».

Fiándose en estas garantías parciales, el número uno cubano podría mañana volver a cerrar las puertas que ha abierto tan servicialmente. Pero esto sería no contar con el movimiento social alentado por la visita del Papa. Las asambleas han sido más fervientes de lo previsto en un país que ha sufrido cuarenta años de enseñanza atea y cuenta con pocos practicantes.

También la cobertura dada por los medios hace difícil volver a imponer el silencio. Mañana, la oposición podría servirse del apoyo de un Papa que ha hablado «alto y claro». De este acontecimiento la Iglesia cubana sale reforzada en su papel de contrapoder y pretende estar presente en el proceso de transición política. Más que nunca, Fidel parece cuestionado. (Le Monde, 27-I-98).

Jalones del mensaje de Juan Pablo IILas palabras del Papa abordaron puntos neurálgicos de los problemas del pueblo cubano. Destacamos algunos pasajes.

Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba, para que este pueblo que, como todo hombre y nación, busca la verdad, que trabaja por salir adelante, que anhela la concordia y la paz, pueda mirar el futuro con esperanza (Ceremonia de bienvenida, 21 de enero).

Cubanos en el exilio. En la medida en que se consideran cubanos, éstos deben colaborar también, con serenidad y espíritu constructivo y respetuoso, al progreso de la Nación, evitando confrontaciones inútiles y fomentando un clima de positivo diálogo y recíproco entendimiento (Reunión con los obispos, 25 de enero).

Aislamiento. En nuestros días ninguna nación puede vivir sola. Por eso, el pueblo cubano no puede verse privado de los vínculos con los otros pueblos, que son necesarios para el desarrollo económico, social y cultural, especialmente cuando el aislamiento provocado repercute de manera indiscriminada en la población, acrecentando las dificultades de los más débiles en aspectos básicos como la alimentación, la sanidad o la educación. (…) [Hay que buscar modos de superar] la pobreza, material y moral, cuyas causas pueden ser, entre otras, las desigualdades injustas, las limitaciones de las libertades fundamentales, la despersonalización y el desaliento de los individuos y las medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del país, injustas y éticamente inaceptables (Ceremonia de despedida, 25 de enero).

Dar voz al alma cristiana del pueblo. Les deseo a nuestros hermanos y hermanas de aquella bella isla que los frutos de esta peregrinación sean similares a los obtenidos en mi peregrinación a Polonia en 1979.

En la gran plaza de la Revolución José Martí he visto un enorme cuadro que representa a Cristo. (…) He dado gracias a Dios porque precisamente en ese lugar dedicado a la «revolución» ha encontrado un puesto Aquel que ha traído al mundo la auténtica revolución, la del amor de Dios, que libera al hombre del mal y de la injusticia, y le da la paz y la plenitud de vida.

La visita del Papa ha servido para dar voz al alma cristiana del pueblo cubano. Un alma cristiana que constituye el tesoro más precioso y la garantía más segura de desarrollo integral marcado por la auténtica libertad y la paz (Audiencia general en el Vaticano, 28 de enero).

Libertad para la Iglesia. Cuando la Iglesia reclama la libertad religiosa no solicita una dádiva, un privilegio, una licencia que depende de situaciones contingentes, de estrategias políticas o de la voluntad de las autoridades, sino que está pidiendo el reconocimiento efectivo de un derecho inalienable. Este derecho no puede estar condicionado por el comportamiento de pastores y fieles, ni por la renuncia al ejercicio de alguna de las dimensiones de su misión, ni menos aún, por razones ideológicas o económicas (Reunión con los obispos, 25 de enero).

El hombre por encima de los sistemas. Los sistemas ideológicos y económicos que se han ido sucediendo en los dos últimos siglos con frecuencia han potenciado el enfrentamiento como método, ya que contenían en sus programas los gérmenes de la oposición y de la desunión. Esto condicionó profundamente su concepción del hombre y sus relaciones con los demás. Algunos de esos sistemas han pretendido también reducir la religión a la esfera meramente individual, despojándola de todo influjo o relevancia social. En este sentido, cabe recordar que un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la religión uno de sus ordenamientos políticos.

Por otro lado, resurge en varios lugares una forma de neoliberalismo capitalista que subordina la persona humana y condiciona el desarrollo de los pueblos a las fuerzas ciegas del mercado, gravando desde sus centros de poder a los países menos favorecidos con cargas insoportables. (…) Esta liberación [del género humano] no se reduce a los aspectos sociales y políticos, sino que encuentra su plenitud en el ejercicio de la libertad de conciencia, base y fundamento de los otros derechos humanos. Para muchos de los sistemas políticos y económicos hoy vigentes el mayor desafío sigue siendo el conjugar libertad y justicia social, libertad y solidaridad, sin que ninguna quede relegada a un plano inferior. En este sentido, la doctrina social de la Iglesia es un esfuerzo de reflexión y propuesta que trata de iluminar y conciliar las relaciones entre los derechos inalienables de cada hombre y las exigencias sociales, de modo que la persona alcance sus aspiraciones más profundas y su realización integral, según su condición de hijo de Dios y de ciudadano (Homilía en La Habana, 25 de enero).

Libertad de enseñanza. En el ámbito de la educación, a la autoridad pública le competen derechos y deberes, ya que tiene que servir al bien común; sin embargo, esto no le da derecho a sustituir a los padres. Por tanto, los padres, sin esperar que otros les reemplacen en lo que es su responsabilidad, deben poder escoger para sus hijos el estilo pedagógico, los contenidos éticos y cívicos y la inspiración religiosa en los que desean formarlos integralmente (Homilía en Santa Clara, 22 de enero).

Miguel Castellví

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