El Tribunal Supremo de Pakistán absuelve a Asia Bibi

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Cuantos luchan desde hace años por la libertad religiosa en Pakistán y, concretamente, contra la injusta condena de Asia Bibi, absuelta por el Tribunal Supremo pakistaní del cargo de “blasfemia”, tienen ahora por delante una nueva etapa nada fácil, porque los fundamentalistas islámicos están en la calle pidiendo la cabeza de todos.

(Actualizado el 5-11-2018)

Los antecedentes históricos son duros, aunque el nuevo primer ministro Imran Khan parece adoptar fórmulas más conciliadoras con las libertades básicas reconocidas en la Constitución de Pakistán, un Estado definido en 1947 como una República confesional islámica. En consonancia, el Código Penal incluye artículos que configuran la llamada “ley de la blasfemia”, origen de multitud de abusos, por razones tantas veces nada espirituales. Hasta ahora han fracasado los intentos de autoridades religiosas y asociaciones pro derechos humanos nacionales e internacionales para revisar esa injusta norma.

Dos grandes figuras públicas fueron asesinadas por defender a Asia Bibi: el ex gobernador de Punjab Salman Taseer, y el exministro

Muerte de inocentes

Asia Bibi, católica, madre de familia con varios hijos, fue detenida hace más de nueve años y condenada a muerte por acusaciones en sí mismas triviales. El largo proceso dejó en el camino muertes violentas como la de Shahbaz Bhatti, católico, ministro de Armonía Religiosa, asesinado en marzo de 2011 por su compromiso con Asia, a la que había conocido en prisión.

Lo recuerda en una entrevista para Avvenire el hermano de Shahbaz, Paul Bhatti, también exministro, quien dejó su plácido trabajo como médico en Italia, para regresar a su país y tomar el relevo en la lucha por la libertad. “Su sacrificio no fue inútil –afirma–, porque finalmente caminamos hacia el país que le hubiera gustado y al que se entregó hasta las últimas consecuencias”.

En 2011, también fue asesinado Salman Taseer, gobernador de la provincia de Punjab, que propugnaba la liberación de Asia. Para los radicales, el “mártir” es su asesino, condenado y ahorcado en 2016.

Con estos antecedentes, se especulaba sobre si los jueces del Tribunal Supremo de Islamabad se atreverían a reconocer la inocencia de Asia Bibi, porque, ciertamente, ponen en peligro su vida y la de sus familias. Como también la del abogado defensor, musulmán, Saiful Malook, quien no oculta sus temores: “Corro un grave riesgo, justamente por ser musulmán y haber defendido a una cristiana que habría cometido blasfemia”.

Pero Paul Bhatti “estaba convencido de que los jueces harían justicia: no podían confirmar la pena de muerte para una persona inocente. He leído las 57 páginas del veredicto. Un texto muy bonito, porque describe la historia y los fundamentos del islam. Durante la lectura, el presidente del Tribunal Supremo subrayó que no se debe imponer la propia ideología a los demás porque es antiislámico. Añadió que él mismo no aceptaría una condena ni siquiera como simple ciudadano musulmán”.

Desórdenes públicos a la vista

La decisión jurídica es clara e inapelable. La incertidumbre deriva de si las autoridades querrán y podrán –especialmente en zonas rurales– proteger adecuadamente a los cristianos, incluidos lugares de culto y propiedades personales, de los desórdenes que se anuncian, a pesar de las alertas lanzadas desde el gobierno central. El mayor riesgo sigue estando en Punjab, donde ha estado recluida Asia Bibi. A pesar de todo, Paul Bhatti confía en que las aguas vuelvan a su cauce en los próximos días.

Hasta ahora han fracasado los intentos de autoridades religiosas y asociaciones pro derechos humanos para revisar la injusta “ley de la blasfemia”

Mientras se realizan los trámites de excarcelación, se presta especial protección a Asia Bibi y su familia. Parece inevitable su exilio, como en el caso no lejano de la joven Rimsha Masih, absuelta y expatriada a Canadá en 2013.

Los fundamentalistas critican a los jueces por haberse plegado a las presiones extranjeras, un argumento repetido hasta la saciedad. Pero, en realidad, son muchas las iniciativas locales que vienen peleando por la libertad –de Asia Bibi y de todos–, y protestando contra su vulneración.

Así, el pasado 30 de octubre, los cristianos de Karachi organizaron una protesta pacífica contra los ataques a la fe y los símbolos religiosos. Se concentraron frente al Club de Prensa de la ciudad, para manifestar que se habían sentido ofendidos y heridos por publicaciones recientes de los medios de comunicación paquistaníes: en concreto, el Express Tribune, uno de los principales periódicos del país, había publicado una caricatura que representaba a unos crucificados –en postes de electricidad como cruces–, responsabilizándolos del aumento de los precios.

Se esperaba más del primer ministro de Pakistán, Imran Khan, pero al final se ha plegado ante la presión del partido islamista radical, y ha decidido no ejecutar la sentencia del Tribunal Supremo, en espera de que se sustancie un proceso de revisión. Entretanto, Asia Bibi permanecerá en la prisión pakistaní de Multan. Su abogado, amenazado de muerte, consiguió salir del país. A pesar de todo, no debería cesar la presión internacional, especialmente de Estados Unidos, aliado histórico de Pakistán, aunque sea después de las elecciones legislativas del 6 de noviembre.

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