Joaquín Navarro-Valls, el periodista que modernizó la comunicación vaticana

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“Navarro-Valls encarnaba lo que Ernest Hemingway definió como coraje: elegancia bajo presión”: este es el cumplido que Greg Burke, actual director de la Oficina de Prensa del Vaticano, ha brindado a la figura del “histórico portavoz” de Juan Pablo II, “la voz de Wojtyła”, fallecido ayer en Roma a los 80 años.

Los comentarios publicados a raíz de su muerte subrayan el papel modernizador de la comunicación vaticana realizado por Joaquín Navarro-Valls en sus 22 años como director de la Sala Stampa. También se ha recordado que desde su puesto de trabajo y manteniendo la necesaria discreción, supo ganarse la amistad de tantos profesionales.

“Tanto Juan Pablo II como su secretario personal apreciaban su profesionalidad y el modo no clerical con el que afrontaba los asuntos” (Luigi Accattoli)

“Llamado a dirigir la Sala Stampa vaticana en 1984, cuando era corresponsal en Roma del diario ABC, modificó fuertemente la figura del portavoz papal y guio el pasaje de la comunicación vaticana del papel al digital”, dice hoy en el Corriere della Sera Luigi Accattoli, uno de los mejores vaticanistas de aquellos años.

Acceso directo a Juan Pablo II

El de portavoz de Juan Pablo II era un trabajo que a Navarro-Valls le venía como anillo al dedo: buen conocedor de las técnicas de comunicación, elegido presidente de la Asociación de Corresponsales Extranjeros por su gran capacidad humana y profesional, poseía también lo que se conoce como “tener tablas”: por algo había sido actor en la compañía de Teatro Universitario de Granada. Con este bagaje, y sobre todo, con su acceso directo a Juan Pablo II, no es de extrañar que su larga etapa al frente de la Oficina de Prensa de la Santa Sede fuera de una especial fecundidad.

El Papa Wojtyła eligió personalmente a Navarro-Valls. “Tenía 48 años, era un hombre apuesto, hábil con los idiomas, eficaz delante de las cámaras”, comenta Accattoli. Empezó por la renovación material de la vetusta sede de la Sala Stampa –construida con motivo del Concilio Vaticano II, fue totalmente modernizada e inaugurada por Juan Pablo II en 1992–, pero sobre todo cambió la concepción de la información vaticana. Hasta su llegada, la oficina de prensa se limitaba a entregar a los periodistas los discursos del pontífice y los comunicados de la Secretaría de Estado. Navarro-Valls, dijo Accattoli en 2006, “en dos decenios transformó el papel, hasta entonces totalmente institucional, de director de la Sala Stampa en una función de portavoz a 360 grados, ganándose una libertad de palabra y de iniciativa desconocida a los predecesores”.

Más que un jefe de prensa

Los comentarios coinciden en que Navarro-Valls fue mucho más que un simple jefe de prensa. Según dijo Tracy Wilkinson, corresponsal en Roma de Los Angeles Times, cuando Navarro-Valls dejó su cargo, fue “el confidente de Juan Pablo II durante un largo período de tiempo”, y supo “guiar a los periodistas en sus interpretaciones del algunas veces críptico lenguaje del Papa y del pensamiento subyacente a los voluminosos discursos y escritos del pontífice”.

Su decisión de revelar a la prensa que Juan Pablo II tenía parkinson estuvo a punto de costarle el puesto

Además, decía la corresponsal norteamericana, consiguió “hacer pasar” la imagen de Juan Pablo II a los medios. “A pesar de que nunca se puede decir que el Vaticano sea transparente, Navarro-Valls ha sido capaz de, cuando era necesario, transmitir informaciones que los ambientes conservadores vaticanos no hubieran revelado”. Esto fue posible también porque tuvo “un jefe perfecto” en un Papa que entendía a los medios de comunicación. De todos modos, “aunque hizo más accesibles algunos detalles, Navarro-Valls estaba decidido a poner las actividades del Papa y las tareas del Vaticano bajo la mejor luz posible”.

Esa independencia no siempre fue apreciada. Lo explica bien Accattoli en su artículo de hoy: “Pasado el tiempo, la Curia ha sabido valorar los resultados del trabajo de Joaquín Navarro-Valls, la mejora de la imagen del Papa y de las instituciones vaticanas, pero inicialmente no le gustó su libertad de acción, y varias veces intentó ponerle coto. Esa libertad dependía de la relación personal que logró tener con Juan Pablo II y que supo conservar siempre. Tanto Juan Pablo II como don Estanislao –el secretario personal del Papa, hoy cardenal– apreciaban su profesionalidad y el modo no clerical con el que afrontaba los asuntos”.

Cuando la salud del Papa dejó de ser tabú

Por ejemplo, uno de los frutos de su trabajo fue la superación del tabú de la salud del Papa. Tradicionalmente, en el Vaticano se dice que el Papa no está enfermo hasta que se muere. Pero Navarro-Valls consiguió convencer a los organismos vaticanos y al propio pontífice de que había que informar a los periodistas. “A lo largo de los numerosos ingresos de Juan Pablo II en el hospital Gemelli y los cinco años de su última enfermedad, las informaciones fueron abundantes, casi siempre a tiempo, y sustancialmente ciertas”, afirma Accattoli, que explica también cómo la revelación del parkinson que sufría el Papa casi le costó el puesto. Navarro-Valls “dijo a los periodistas, durante un viaje a Hungría en 1996, que el Papa tenía parkinson. La información no había sido concordada y en ese momento estuvo a punto de ser despedido”.

Otros corresponsales han sido más explícitos: monseñores de la Secretaría de Estado exigieron entonces que el director de la Sala Stampa presentase inmediatamente la carta de dimisión. La crisis se superó porque, como tantas otras veces, Juan Pablo II estuvo al lado de su portavoz. Quizá por esto, cuando se le preguntaba cuál era la mayor virtud de Juan Pablo II, Joaquín Navarro-Valls respondía: fue un hombre leal a sus amigos.

Misiones especiales

Navarro-Valls fue también “embajador”·de Juan Pablo II. Recibió misiones especiales como negociar con Fidel Castro el viaje papal a Cuba de 1998, preparar la visita de Gorbachov al Vaticano, o formar parte –por decisión personal del pontífice– de las delegaciones de la Santa Sede a las Conferencias de El Cairo, Pekín y Estambul.

Los comentarios publicados a raíz de su muerte subrayan el papel modernizador de la comunicación vaticana realizado por Joaquín Navarro-Valls

Tras la muerte de Juan Pablo II en 2005, Navarro-Valls continuó durante algo más de un año como director de la Sala Stampa, al principio del pontificado de Benedicto XVI. En el verano de 2006 dejó ese trabajo, aunque en ocasiones seguía dando consejos a los directos colaboradores del pontífice. Fue sin duda idea suya el “framing”, el encuadre, con el que se dio la noticia de la renuncia de Benedicto XVI. En esa ocasión, la Oficina de Prensa insistió en que el propio pontífice había anticipado esta posibilidad en el libro entrevista de Peter Seewald Luz del mundo.

Hay que añadir que más allá de sus méritos profesionales, Joaquín Navarro-Valls supo ganarse el aprecio tanto de sus subordinados en la Oficina de Prensa como de los periodistas acreditados. Es de nuevo Luigi Accattoli quien, en su blog, da un testimonio personal de su amistad con el exdirector de la Sala Stampa: “Para mí, la muerte de Joaquín Navarro-Valls es un terremoto. Tantas conversaciones. Entrevistas. Oraciones, arrodillados uno al lado del otro. La última vela a una persona que yo quería. Nos conocíamos desde 1977. En mi primer comentario, gratitud”.

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