Dos concepciones de la laicidad

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Musulmanas en los Campos Elíseos, París. CC: Zoetnet

 

El Estado francés se dice neutral, pero no renuncia a legislar sobre cuestiones religiosas, algo impensable para los estadounidenses.

Emmanuel Macron rebatió el 4 de noviembre, en una carta al Financial Times, sus acusaciones de “estigmatizar, con fines electorales, a los musulmanes franceses”, tras los recientes atentados provocados por la violencia islamista radical. En ese contexto, el diario La Croix planteó a Florian Michel, profesor de historia contemporánea en la Universidad París 1 Panteón-Sorbona, la dificultad del mundo anglosajón para comprender el sistema de laicidad francés. Al menos desde los tiempos de la presidencia de Jacques Chirac, y concretamente desde la promulgación de normas sobre el uso del velo en los servicios públicos, la política oficial se interpreta como acción negativa contra la religión.

A juicio del profesor Michel, la controversia deriva de las distintas concepciones de la laicidad. Los anglosajones no parecen entender lo que Macron intenta explicar cuando insiste en que Francia y su gobierno son atacados por su laicidad, entendida como neutralidad del Estado, tanto para los musulmanes como para los cristianos, los judíos o los budistas: la autoridad nunca interviene en los asuntos religiosos y garantiza el ejercicio de los correspondientes cultos.

Pero en realidad, “el Estado francés interviene constantemente en la esfera religiosa, financiando a los profesores de centros privados confesionales, asegurando la conservación de las catedrales, legislando sobre el uso del velo, o tratando de organizar el ‘culto musulmán’”. El presidente de la República viene a reconocerlo en su carta a Financial Times, al referirse a su “proyecto de crear en París ‘un instituto destinado a mostrar la gran riqueza de la civilización islámica’, un proyecto probablemente impensable en los países anglosajones, que tanto desconfían de las intervenciones estatales”.

Separación sí, pero no laicismo

Por su parte, los presidentes estadounidenses nunca dejan de citar la Biblia, y la referencia a Dios es continua en la vida ordinaria de Estados Unidos. Michel explica que allí “la separación de Iglesia y Estado es estricta a nivel jurídico, pero no se opone a la religión. Las confesiones pueden expresarse libremente en la esfera pública. La manifestación personal de la fe –se trate de Jefferson, Truman, Kennedy o Carter–, confirma el pluralismo religioso de Estados Unidos”.

“[En EE.UU.] la separación de Iglesia y Estado es estricta a nivel jurídico, pero no se opone a la religión”

Para los norteamericanos, la posición correcta es “la de una estricta separación con respeto a todas las religiones, como expresó Thomas Jefferson en su carta a los Bautistas de Danbury, en 1802. Evoca la necesidad de erigir un ‘muro de separación’ entre las Iglesias y el Estado (…). Esta concepción del ‘muro de separación’ sigue prevaleciendo hoy en día en la jurisprudencia estadounidense”.

Libertad religiosa

De todos modos, este planteamiento puede estar menos consolidado de lo que considera el Prof. Michel: basta pensar en diversos casos pendientes ante el Tribunal Supremo, generalmente, por aplicación de leyes sanitarias o educativas que podrían violar la Primera Enmienda. Además, con la pandemia, jueces de ámbito inferior han protegido la libertad religiosa ante decisiones políticas que los afectados consideraban intromisiones. En esa línea se sitúa un nuevo caso, que puede tener una evolución imprevisible: la prohibición del uso de una mascarilla en una escuela pública de un condado de Mississippi, con la leyenda “Jesús me ama”, cuando se han admitido otras muchas con textos variados: equipos deportivos, logos universitarios, frases de televisión, candidatos políticos, el eslogan Black Lives Matter

En la sociedad contemporánea nada suele ser pacífico cuando se trata del hecho religioso. De ahí la necesidad de aquilatar la diversidad de los derechos humanos clásicos, comenzando por la libertad religiosa. Ante la posible prohibición de algunas entidades que fomentarían el odio a la República francesa en nombre del islam, un experto francés en derecho de asociación, Jean-Claude Bardout, recuerda en unas declaraciones a Le Monde que “el principio de laicidad se impone al Estado, no a las asociaciones, ni al ciudadano”. 

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