Los discursos del Papa que no hacen titulares

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Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 78/13

La prensa destaca desde hace meses gestos o palabras insólitas del Papa Francisco, que se interpretan como anuncio de un pontificado revolucionario. Todo el que tiene alguna propuesta rupturista dice que “esta vez sí”, y cree atisbar en alguna palabra de Francisco que el Papa está de su parte.

Es bueno que un nuevo Papa suscite tantos apoyos dentro y fuera de la Iglesia como está obteniendo Francisco. Pero tampoco conviene perder de vista esas otras palabras y gestos tan en la línea tradicional de la Iglesia, que también definen al Papa Francisco. Solo en este fin de semana, el Papa ha hablado del demonio, de la especial sintonía de la mujer por la religión y ha confiado el mundo a la Virgen María. Por menos que eso, cualquier otro eclesiástico sería catalogado como mínimo de anticuado.

Confiar el mundo a la protección de la Virgen María suena bastante tradicional

El demonio también sigue
¿El demonio? Pues sí, el demonio, tan olvidado, aparece con insistencia sospechosa en discursos de Francisco. El pasado viernes, 11, salía también en la homilía de su Misa en Santa Marta, al hilo del evangelio en el que Jesús echa fuera demonios.

“Hay algunos sacerdotes –comentó el Papa– que al leer este y otros pasajes del evangelio, dicen: ‘Pero Jesús sanó a una persona de una enfermedad mental’. Es cierto que en aquel momento se podía confundir una epilepsia con la posesión demoníaca; ¡pero también es cierto que era el diablo! Y no tenemos derecho a hacer tan simple la cosa, como para decir: ‘Todos estos no eran endemoniados; eran enfermos mentales’. ¡No! La presencia del demonio está en la primera página de la Biblia y la Biblia termina con la presencia del diablo, con la victoria de Dios sobre el demonio”.

Todos los que han hecho tantos esfuerzos para echar al demonio fuera de la doctrina católica, van a sentirse decepcionados con este Papa que dice “no hay que ser ingenuos” ante los que prescinden de la acción diabólica.

Jesús, añadió el Papa, vino a destruir al diablo, “liberarnos” de la “esclavitud del diablo sobre nosotros”. Y, advirtió, no se puede decir que exageramos. “En este punto, dijo, no hay matices. Hay una lucha, y una lucha en la que se juega la salud eterna, la salvación eterna” para todos nosotros. Esto exige vigilancia. “Siempre debemos vigilar –dijo el papa–, vigilar contra el engaño, contra la seducción del mal”.

Y, poniéndose la venda antes de la herida, el Papa terminó simulando una reacción del oyente: “’Pero, padre, ¡usted es un poco anticuado! Nos asusta con estas cosas…’. ¡No, yo no! ¡Es el Evangelio! Y no se trata de mentiras: ¡es la Palabra del Señor! (…) Por favor, ¡no hagamos tratos con el diablo!”.

Seguro que esta homilía no saldrá en La Repubblica.

Solo en este fin de semana, el Papa ha hablado del demonio, de la especial sintonía de la mujer por la religión y ha confiado el mundo a la Virgen María

Rasgos femeninos
De este pontificado se esperan también grandes cosas para aprovechar mejor el talento femenino en la Iglesia. Y ojalá las veamos. Pero, a juzgar por algunas expectativas, da la impresión de que hasta el momento todo estuviera por hacer y que el gran cambio sería la ordenación de mujeres, aunque el propio Francisco haya dicho que no va por ahí.

Alguna pista pueden dar sus palabras al recibir el pasado día 12 a los participantes en un seminario de estudio con ocasión de los 25 años del documento de Juan Pablo II Mulieris dignitatem.

Para el Papa Francisco, se trata de “un documento histórico, el primero del magisterio pontificio dedicado enteramente al tema de la mujer”. Veinticinco años después, no parece que el Papa actual lo considere desfasado.

El Papa se ha referido sobre todo al párrafo del documento en el que se dice que Dios “confía a la mujer de un modo especial el ser humano”. Y esto, dijo Francisco, no se refiere solo al dato biológico de la maternidad, sino que “comporta una riqueza de implicaciones para la misma mujer, para su modo de ser, para sus relaciones, para el modo de situarse ante la vida humana y la vida en general”.

Aquí el Papa ha señalado dos riesgos opuestos y siempre presentes a la hora de entender a la mujer y su vocación. “El primero es reducir la maternidad a un papel social, a una tarea, incluso noble, pero que de hecho no se preocupa de las potencialidades de la mujer, no la valora plenamente en la construcción de la comunidad, ya sea en el ámbito civil o en el eclesial. Y, como reacción, está el otro peligro opuesto, el de promover una especie de emancipación que, para ocupar espacios sustraídos a los hombres, abandona lo femenino con los rasgos preciosos que lo caracterizan”.

Resulta que la emancipación también tiene riesgos y que hay rasgos característicos de lo femenino que no se pueden abandonar. Me temo que esto tampoco va a aparecer en las páginas del New York Times ni va a ser citado en los women’s studies.

La mujer –indicó Francisco– conserva “una sensibilidad particular por las cosas de Dios, especialmente porque nos ayuda a entender la misericordia, la ternura y el amor que Dios tiene por nosotros”. Pero también a veces se dan equívocos dentro de la Iglesia. “Yo sufro, y lo digo de verdad, cuando veo en la Iglesia o en algunas organizaciones eclesiales que el rol de servicio –que todos tenemos y debemos tener–, que el papel de servicio de la mujer se desliza hacia un rol de servidumbre”, indicó el Papa. Y también por esto, concluyó, “su presencia en la Iglesia tiene que ser valorizada mayormente”.

Consagración a la Virgen de Fátima
Y, llegado el domingo, Jornada Mariana dentro del Año de la Fe, el Papa Francisco confía el mundo a la protección de la Virgen María, ante la imagen de la Virgen de Fátima, traída para la ocasión, y en presencia de cien mil fieles. Un gesto que enlaza con una consagración que ya realizó Juan Pablo II, también ante la Virgen de Fátima.

En su oración a los pies de la imagen dice el Papa: “Protege nuestra vida entre tus brazos: bendice y refuerza cada deseo de bien; reaviva y alimenta la fe; sostiene e ilumina la esperanza; suscita y anima la caridad; guíanos a todos nosotros en el camino de la santidad. Enséñanos tu mismo amor de predilección hacia los pequeños y los pobres, hacia los excluidos y los que sufren, por los pecadores y por los que tienen el corazón perdido…”.

Todo esto suena bastante tradicional. Si al menos hubiera mencionado la protección ante el cambio climático… Pero quizá indica que este revolucionario devoto de la Virgen de Fátima puede tener un objetivo muy clásico, llevar a los hombres a Jesús, buscando los caminos más adecuados hoy día.

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