El papel de las mujeres en la formación sacerdotal

Fuente: Crux
publicado
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Foto: CARF

En declaraciones a Crux, varias teólogas que imparten clases en seminarios católicos respaldan la recomendación del cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, de que las mujeres tengan una presencia mayor en la formación de los candidatos al sacerdocio.

En una larga entrevista publicada por L’Osservatore Romano a finales de abril, el Card. Ouellet invitó a superar “una concepción clerical de la formación” en los seminarios. Lo que, entre otras cosas, supone dar más protagonismo a las mujeres en la enseñanza de la filosofía, la teología o la espiritualidad; en el discernimiento del grado de madurez de los seminaristas, aunque el acompañamiento personal de cada candidato corresponda a un sacerdote; en la formación humana o en la relativa al cuidado pastoral.

Como recordó la última Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, promulgada por la Congregación para el Clero en 2016, “la presencia de la mujer en el proceso formativo del seminario (…) tiene por sí misma un valor formativo, también en orden al reconocimiento de la complementariedad entre varón y mujer” (n. 151).

Además, para el Card. Ouellet, esa presencia ayudaría a normalizar las relaciones entre ambos sexos. A quienes ven a las mujeres como un peligro para su sacerdocio, el cardenal les advierte que “el verdadero peligro son los hombres que no tienen una relación equilibrada con las mujeres. (…) Por eso, durante la formación es importante que haya contacto, confrontación, intercambio. Esto ayuda al candidato a interactuar con las mujeres de forma natural”.

Melanie Barrett, presidenta y profesora del Departamento de Teología Moral en un seminario de Illinois, coincide plenamente con el Card.Ouellet y subraya que el sacerdote que ha aprendido “a relacionarse con las mujeres de una forma natural, saludable y equilibrada” lleva mucho ganado para su labor pastoral. De lo contrario, será “incapaz de atender las necesidades espirituales de las mujeres”, o de “colaborar fructíferamente” con ellas en la parroquia o en el lugar donde trabaje.

Mary Healy, profesora de Sagrada Escritura en un seminario de Detroit, miembro de la Pontificia Comisión Bíblica y del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, destaca que la mayor presencia femenina en el claustro de profesores y formadores del seminario “es importante para ayudar a los jóvenes a madurar en su masculinidad y a prevenir el desarrollo de actitudes clericales”.

Además, sostiene que la especial “sensibilidad intuitiva” de las mujeres permite a estas ver lo que a veces pasan por alto sus colegas varones, como la necesidad de apoyo a un seminarista en un momento determinado o la detección de rasgos de carácter y personalidad que podrían suponer un problema para la vocación sacerdotal.

Por su parte, Dawn Eden Goldstein, quien ha enseñado unos años en un seminario de EE.UU. y otro de Inglaterra, si bien se ha dedicado principalmente al periodismo, enfatiza –siguiendo a Edith Stein– que las mujeres no solo pueden contribuir “a la madurez emocional [de los candidatos al sacerdocio], sino también a su madurez intelectual”.

Barret no tiene duda acerca de ello, y de hecho nunca se ha sentido subestimada por sus compañeros de claustro, tan interesados como ella en buscar el equilibrio “en la formación intelectual, espiritual, humana y pastoral”. La experiencia en su seminario, donde ya trabajan mujeres a tiempo completo, es que todos los profesores y formadores “comparten la misma misión: formar sacerdotes santos y competentes”.

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