Hasta 1979 el cine chino fue un instrumento al servicio de los intereses gubernamentales. Todas las películas chinas reproducían el estilo del realismo socialista y la exaltación de lo colectivo frente a cualquier punto de vista subjetivo o personal.
A partir de la década de los ochenta, los llamados cineastas de las quinta y sexta generaciones (Zhang Yimou, Chen Kaige, Huan Jianxin, Wang Xiaoshuai, Jia Zhangke), pese a grandes dificultades con la censura, iniciaron el camino inverso: la revisión crítica de la historia reciente de China y la recuperación de la subjetividad, del punto de vista en primera persona.
Wang Xiaoshuai (So closed to paradise, 1998; La bicicleta de Pekín, 2001; Sueños de Shanghái, 2005; In Love We Trust, 2007) cuenta en su última cinta una historia pequeña, doméstica y personal, que pone el foco en mostrar lo que supuso en la vida de las personas la política del hijo único que se impuso en 1979 y ha estado vigente hasta 2015.
Con un ritmo lento –el metraje es de tres horas– se despliega la historia de dos parejas, desde la juventud a la vejez, al tiempo que se muestra la evolución del férreo régimen de los 70 y 80 al actual comunismo de tintes capitalistas.
La narración fluye a través de un devenir de flashbacks, en ocasiones algo confuso, que consigue mostrar con viveza el dolor que genera la negación de las libertades individuales. Los actores protagonistas, Wang Jingchun y Yong Mei –Osos de Plata al mejor actor y mejor actriz en Berlín–, son capaces de transmitir todos los pliegues del sentimiento con su interpretación, puesto que el guion se apoya más en la acción que en el diálogo.