Educar sin castigar

Desclée De Brouwer.

Bilbao (2013).

117 págs.

9 € (papel) / 5,99 € (digital).

TÍTULO ORIGINALQué hacer cuando mi hijo se porta mal

Un adolescente hablaba así de su madre hace ya unos cuantos años: “Nací en el 86. Desde entonces todos le creamos unas ojeras que no oculta. Ella dice que son producto del amor. Su carrera se ha basado en la persuasión. Me convenció de que las verduras me pondrían los ojos verdes. Imaginación no le falta, no. La llamas, y está, siempre está. Por eso no me he convertido en el imbécil que podría haber llegado a ser. A veces grita, sí, pero cómo no va a enfadarse alguien que lleva toda la vida comiéndose el filete con más nervios. Pero le saca partido a todo. Es un genio. Debería darle las gracias a mi padre por haberla elegido”. Este es uno de los ejemplos con los que los autores muestran el fruto de una educación positiva, virtuosa e inteligente para los hijos.

Entre los posibles estilos educativos, el libro promueve los que invitan al diálogo con los hijos, transmitiéndoles con el ejemplo valores que sean guías para su conducta. El castigo no puede ser la norma sino la excepción. Es importante que los castigos sean razonados y positivos. “Una torta bien dada” nunca está bien dada, según los autores. El maltrato físico es nefasto y puede tener efectos secundarios muy negativos. Como decía el latino Publio Sirio, “nadie ha llegado a la cumbre acompañado del miedo”. Hay otro tipo de sanciones mucho más saludables, como “ya que contestaste mal al abuelo, luego te das un paseo con él”. Hay que enseñar a pedir perdón. Es importante castigar poco y bien, en vez de mucho y mal.

Con una clara distinción de psicología evolutiva según las edades, hay algunas pautas generales ante los malos comportamientos de los menores de edad, como no perder el control, preguntar el motivo de su actuación, enseñarles maneras concretas de hacer las cosas, y que la madre y el padre eduquen con unidad de criterios. Lo que se busca es que los chavales lleguen a tener una personalidad fuerte, una afectividad equilibrada, y una sana seguridad en sí mismos, junto a un respeto a los demás.

La autoridad es la base de la educación y hay que ganársela con el ejemplo, dedicando tiempo a los hijos. Para forjar una voluntad fuerte en los chavales conviene decirles no: se trata de no ceder sistemáticamente a caprichos innecesarios. Afecto y exigencia son dos fundamentos en la enseñanza, no solo entre padres e hijos sino también entre profesores y alumnos.

Los autores están casados, tienen dos hijos, y llevan 25 años dedicados a la enseñanza. Se nota, porque el libro es muy pedagógico y cada capítulo ofrece un resumen de ideas educativas, de posibles problemas prácticos y de soluciones en los modos de actuación.

Se trata de una obra enriquecedora, amena, y que ayuda a la primordial tarea de educar.

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