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El miedo y la libertad. Cómo nos cambió la Segunda Guerra Mundial

AUTOR

TÍTULO ORIGINALThe Fear and the Freedom. How the Second World War Changed Us

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓN Barcelona (2017)

Nº PÁGINAS639 págs.

PRECIO PAPEL25,55 €

TRADUCCIÓN

La Segunda Guerra Mundial, la mayor catástrofe que ha vivido la humanidad desde los albores de su historia, supuso precisamente un parteaguas en esta. Cuando callaron los fusiles, surgió un nuevo orden global en el que unas potencias se vieron encumbradas y otras asistieron a su ocaso, mientras que, en el sentir de las poblaciones que atestiguaron el conflicto y lo sobrevivieron, aparecieron, junto a nuevas esperanzas, nuevos miedos.

El británico Keith Lowe (Continente salvaje: Europa después de la Segunda Guerra Mundial) vuelve al tema de aquella devastadora contienda, pero ahora centrado en sus consecuencias a más largo plazo, y nos deja interesantes datos de lo que implicó en lo político, lo económico, lo tecnológico, en el reordenamiento urbanístico, en el campo de los derechos individuales, etc.

¿Fue la guerra algo beneficioso? Es la paradoja: para algunos, sí. En palabras de un consultor británico en 1944, “el Blitz –los bombardeos nazis– fue una bendición caída del cielo para el urbanista”, habida cuenta de que impulsó una reconstrucción basada en nuevos criterios. Pero no solo arquitectos e ingenieros sacaron tajada. Según explica Lowe, a nivel de países, hubo algunos como Canadá, Suecia, Suiza, Sudáfrica e Islandia que terminaron haciendo caja, bien por el gasto militar de las tropas aliadas con bases en ellos, bien porque su desarrollo no se vio interrumpido en ningún momento.

Hubo además muchos otros que, gracias a la acusada debilidad de sus metrópolis tras el conflicto, vieron allanado el camino a la independencia. Se cita la India, pero también Indonesia, donde los holandeses no pudieron retomar el control una vez expulsados los japoneses, y el caso de Kenia y otros países africanos, cuyos habitantes, tras haber sido reclutados para luchar contra el fascismo en Europa, entendieron llegada la hora de emancipar sus propios territorios. Una impronta de la liberación que se hizo sentir, más allá de lo geográfico, a nivel de colectivos sociales: si las mujeres habían luchado codo a codo contra los nazis, ahora reclamaban su derecho al voto allí donde no se les reconocía; si los afroamericanos habían hecho otro tanto, demandaban ser tratados como iguales en la paz; si los obreros habían desplegado grandes esfuerzos en medio de las privaciones de la guerra, reclamaban ahora una retribución más justa…

Como telón de fondo de todo ello, el soterrado enfrentamiento de los dos grandes: EE.UU. y la Unión Soviética, convencidos cada uno de que el otro era la amenaza sustituta tras el hundimiento del fascismo, y ambos con un nuevo elemento de destrucción en las manos: el arma nuclear. Así, el miedo a la expansión del comunismo indujo a Washington a amparar golpes de Estado día sí y día también en América Latina, mientras que Moscú, convencido de que no podía repetir los errores de 1941, clavó sus garras bastante más al este de sus fronteras. “Tuvimos que consolidar nuestras conquistas”, justificó el excanciller soviético Viacheslav Mólotov, en 1974.

Así, la libertad, que fue el ideal y el motor impulsor de la gente durante la guerra, se demostró aún bastante lejana para muchos, tanto como la seguridad de que nunca más se repetiría un conflicto de esa magnitud. Más de 70 años después, mientras las grandes potencias continúan su reacomodo, el temor no acaba de desaparecer.

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