La nueva ciencia de la política

Escaparate de libros

TÍTULO ORIGINALNew Science of Politics

GÉNERO

New Science of PoliticsKatz Editores. Buenos Aires (2006). 240 págs. 19 €. Traducción: Joaquín Ibarburú.

Eric Voegelin (1901-1985), un autor poco conocido en lengua castellana, fue uno de los primeros en someter a crítica la política totalitaria de Hitler en un libro de mucho éxito publicado a comienzos de la década de los treinta que le obligó a un largo exilio. En «Nueva ciencia de la política» (1951) realiza básicamente un certero ajuste de cuentas con la modernidad, al tiempo que revisa la concepción política aristotélica con el fin de acomodarla a los tiempos presentes.

Dos cosas llaman especialmente la atención de este ensayo. En primer lugar, la erudición del autor, que maneja con enorme facilidad la filosofía política clásica y contemporánea, pero también la historia y la teología. Además percibe los problemas reales que se plantean, lo que le permite realizar un atinado juicio sobre la realidad de su tiempo y sobre las consecuencias de la modernidad.

El tema principal del libro es el concepto de representación política. Voegelin distingue la representación que denomina existencial de aquella otra que se define en términos políticos. La primera tiene un contenido y unas aspiraciones mayores porque intenta trasladar el orden de la naturaleza a la comunidad política. Es lo que hizo, por ejemplo, Platón en su República ideal. La representación política, sin embargo, que toma cuerpo a finales de la Edad Media y al inicio de la modernidad, es simplemente un mandato de gestión que el pueblo confía a los políticos.

Más allá de todo esto, la reflexión de Voegelin es sugerente porque cree que los problemas de la Edad Moderna -tanto los filosóficos como los políticos- tienen un antecedente teológico bastante claro. En las teorías milenaristas de Joaquín de Fiore intuye el culto al líder de los totalitarismo, pero también la concepción del progreso característica del marxismo.

Muy sugerente resultan las consideraciones sobre la Modernidad como secuela del gnosticismo. A su juicio, las teorías políticas de Maquiavelo a Hobbes, hasta las más actuales, constituyen una secularización de la historia sagrada. Es más, sostiene que al renunciar a la trascendencia, el pensamiento moderno ha sacralizado al hombre, de tal forma que la filosofía de la historia se hace inmanente y aspira a construir un paraíso terrenal. Es lo que hace Hegel, pero también cualquier postura que renuncia a considerar al hombre como ser creado.

Todo ello tiene una causa más profunda. Tras la polémica entre nominalistas y escolásticos y con la poderosa influencia de la Reforma, para Voegelin se perdió lo que mantenía al hombre atado a la realidad y le conducía a la trascendencia: la metafísica. Y con ella se perdió irremediablemente la verdad. Para Voegelin, el mundo clásico ofrecía un asidero intelectual: desde las cosas, los hombres llegaron a Dios como único ser que podía garantizar la verdad. Al eliminar a Dios, el hombre pierde asimismo la referencia a la verdad.

No es de extrañar que Voegelin señale expresamente que renunciando a la filosofía griega y al cristianismo, la humanidad se encuentra condenada al nihilismo más radical. Y que sin la perspectiva de la verdad y de la trascendencia todos los esfuerzos en filosofía política son inútiles e inconsistentes. Por esta razón, puede entenderse que los derroteros que ha tomado la política sean los de construir una ciencia con fines exclusivamente descriptivos, pero que resulte imparcial respecto a valores.

Desde la perspectiva más sustancialista de Voegelin, la política sólo tiene sentido si suministra criterios por los que el hombre pueda orientarse en su vida en comunidad. Si no fuera así, toda la historia de la filosofía estaría condenada al terreno de lo irracional, como erróneamente suponía Max Weber.

La lectura de este formidable ensayo puede servir para resolver bastantes dudas, pero sobre todo para comprender las propuestas políticas de algunos intelectuales contemporáneos. Para Voegelin la alternativa estaba clara: recuperar el horizonte que marca la filosofía griega y el mensaje cristiano; volver a hablar de la verdad y del bien, aunque muchos sostengan que son convenciones.

Josemaría Carabante

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