China: ¿niñas huérfanas o confiscadas?

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Algunas niñas chinas adoptadas por extranjeros podrían haber sido arrebatadas a sus padres por las autoridades chinas. Esta es la conclusión a la que ha llegado una investigación realizada por Barbara Demick para Los Angeles Times. El escándalo, que ahora niegan las autoridades chinas, pone sobre la mesa otro efecto perverso de la política del hijo único.

Durante mucho tiempo, los analistas han atribuido la sobreabundancia de huérfanos -sobre todo, niñas- que padece China a la política del hijo único. Los padres habrían abandonado a sus hijas en los orfanatos por exceder del cupo fijado, o para no perder la oportunidad de tener otro hijo del sexo preferido.

Aunque esta explicación sigue siendo válida en la mayoría de los casos, Los Angeles Times (20-09-2009) muestra una nueva faceta del problema: algunas niñas de las que se entregan a los orfanatos habrían sido apartadas de sus padres, a la fuerza o mediante engaño, por las autoridades chinas de planificación familiar.

El reportaje del diario californiano se abre con el caso de Yang Shuiying, una mujer a la que un funcionario arrebató a su hija de cuatro meses. “El hombre encargado de la planificación familiar se paseaba por el pueblo atento a la ropa tendida o a los llantos de algún bebé hambriento. Era la primavera de 2004 cuando se plantó en la casa de Shuiying y la ordenó: ‘Traéme a tu bebé’”.

Pese a los llantos de la madre, el oficial se mantuvo firme. “Voy a vender a tu hija para darla en adopción. Puedo conseguir mucho dinero”. Además, prometió a la mujer que no tendría que pagar las multas por haber violado la política del hijo único. Antes de llevarse a la niña, todavía tuvo tiempo para amenazarla: “No se lo digas a nadie”.

Bebés arrebatados

Shuiying se mantuvo en silencio durante cinco años. “No entendía -se desahoga ahora- cómo podían tener derecho a llevarse a nuestros bebés”. Y lo cierto es que ese “derecho” no aparece contemplado en la legislación china. Se trata de un abuso de poder en toda regla que cuenta, eso sí, con el visto bueno de las autoridades.

Cuando Demick intentó hablar varias veces con The Chinese Center for Adoption Affairs, la agencia oficial china que se encarga de las adopciones extranjeras, recibió la callada por respuesta. Luego se enteró de que este organismo había despachado sobre este problema con algunos diplomáticos extranjeros. Pero les aseguró que eran casos muy puntuales y que siempre habían sido perseguidos.

La periodista de Los Angeles Times lo desmiente y pone el dedo en la llaga: “El problema hunde sus raíces en la política de control de la natalidad de China, que permite un solo hijo a las parejas de las ciudades y hasta dos a las del campo en el caso de que el primero sea niña. Cada pueblo tiene una oficina de planificación familiar, al frente de la cual suele haber un funcionario leal al Partido Comunista con poderes para ordenar abortos o esterilizaciones”.

“Quienes sobrepasan el cupo pueden ser castigados con multas hasta seis veces superiores a su sueldo anual; esas multas -que reciben el eufemístico nombre de ‘gastos por servicios sociales’- constituyen una fuente de financiación para los gobiernos locales de las zonas rurales”.

La política del hijo único está presente a lo largo y a lo ancho del país. Mientras hacía su reportaje, Demick tropezó con frecuencia con carteles publicitarios que rozan lo grotesco: “Da a luz a menos niños, planta más árboles”, o “Si tienes más hijos de los permitidos, tu familia se arruinará”.

A veces, las multas no son lo suficientemente disuasorias. Entonces las autoridades recurren a la violencia. “Agarraron al bebé y me arrastraron fuera de casa. Empecé a gritar. Pensé que me iban a tumbar de un golpe”, explica Liu Suzhen, una mujer de la aldea de Huangxin, en la provincia de Hunan. Esto ocurrió una noche de marzo de 2003, ante la mirada indiferente de doce funcionarios.

En Tianxi, un pueblo perdido en las montañas donde viven 1.800 personas, casi todo el mundo conoce a alguien a quien le han robado el bebé. “Aquí no vendemos a nuestros hijos. Sean niño o niña, son carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre”, dice Li Zeji, un campesino de 32 años al que le quitaron su tercera hija en 2004.

En ocasiones, los funcionarios también recurren al fraude para llevarse a los bebés al orfanato. Yang Libing y su mujer no consiguieron reunir todos los certificados que la ley china exige para registrar su matrimonio, requisito indispensable para poder concebir. Cuando tuvieron una niña, los funcionarios les propusieron un trato: les perdonarían la multa si firmaban un papel que decía que el bebé no era suyo, sino adoptado.

Los funcionarios se llevaron entonces al bebé al orfanato, prometiendo a los padres que se lo devolverían cuando hubieran conseguido la licencia de matrimonio. Tres años después, los padres siguen sin saber nada de ella. “Yo conocía a esta gente. Me fiaba de ellos, pero me engañaron”, explica el padre con resignación.

Demick cree que los funcionarios actúan motivados por la parte del botín que reciben de los 3.000 dólares que los padres adoptivos pagan por cada bebé al orfanato.

Inquietud entre los adoptantes

El reportaje de Los Angeles Times ha desatado una cascada de investigaciones sobre esta cuestión. Recientemente, The Times y la BBC News publicaron sendos reportajes en los que documentaban más casos de niños chinos confiscados por las autoridades y dados en adopción. El gobierno de Canadá también ha abierto una investigación.

Desde principios de los años noventa, más de 80.000 bebés chinos han sido adoptados por padres extranjeros. Sólo en los últimos cinco años, en Estados Unidos se han adoptado casi 31.000 niños procedentes de China.

“Cuando pensamos en adoptar, nos dijeron que había millones de niñas huérfanas en China y que serían abandonadas en la calle si no les ayudábamos”, explica Cathy Wagner, una madre canadiense que adoptó a una niña china en 2006. “Yo quiero mucho a mi hija, pero si me entero de que mi dinero ha servido para arrebatarla de otra madre que la quería, nunca habría adoptado”.

Algunos padres adoptivos han decidido llevar el asunto más lejos. A Sibyl Gardner le dijeron en el orfanato que la niña que quería adoptar había sido abandonada en las escaleras de una refinería de sal. Ahora que han salido estas historias a la luz, se está planteando viajar a la provincia de Jiangxi para investigar por qué Zöe, que ahora tiene 7 años, fue dada en adopción.

“No puedo vivir el resto de mi vida pensando que mi deseo de tener una hija ha podido causar una tragedia en otra familia”, dice Gardner. “Necesito respuestas, también por el bien de mi hija”.

Embarazadas sin permiso

El secuestro de niñas no es el único efecto perverso de la política del hijo único que se ha destapado últimamente. Mientras el Partido Comunista se empeña en repetir que todos los abortos que se producen en China son fruto de una decisión libre de la mujer, Kathleen Parker explica en un artículo publicado en el Washington Post (11-11-2009) cómo se fuerza a las mujeres chinas a abortar.

La política del hijo único entra en escena mucho antes de que nazcan los niños. En China, hay una ley que exige a los padres que quieren tener un hijo una autorización para concebir. ¿Qué ocurre en el caso de que una mujer tenga un embarazo no autorizado? “La respuesta -dice Parker- es sencilla y brutal: una mujer embarazada sin permiso tiene que entregar su hijo no nacido a los garantes de la ley, cualquiera que sea el estado evolutivo del feto”.

Este fue uno de los asuntos que trató la Comisión de Derechos Humanos Tom Lantos, en una reunión que se celebró la semana pasada en Estados Unidos. Los datos más espeluznantes los aportaron ChinaAid y Women’s Right Without Frontiers, dos organizaciones de derechos humanos que expusieron las persecuciones que sufren las mujeres chinas.

En la Comisión intervino también Reggie Littlejohn, una abogada formada en Yale que se ha especializado en China. Littlejohn no dudó en afirmar rotundamente que la política del hijo único “causa más violencia contra las mujeres y las niñas que cualquier otra política pública en el mundo”.

El caso de los abortos tardíos es particularmente sangrante. Parker informa sobre una página web que han montando obstetras y ginecólogos chinos para explicar cómo matar a los fetos (algunos de ocho meses) que han sobrevivido a un aborto provocado. Y eso que los procedimientos que se utilizan son tan agresivos que, al menos en dos ocasiones conocidas, han provocado también la muerte de las madres.

Lo más sorprendente de todo, dice Parker, es el tono sosegado de los que participan en el foro de la web. Es cierto que alguno muestra sus reparos e incluso llega a hablar de los derechos de los niños. Pero, para la gran mayoría, la principal preocupación es saber las consecuencias legales que se pueden derivar de esos actos.

Quienes sí han sufrido represalias son los activistas que se han atrevido a denunciar públicamente estos hechos. Chen Guangcheng se enfrenta a una condena de cuatro años de cárcel por haber sacado a la luz los 130.000 abortos forzosos que se practicaron en 2005 en Linyi County, en la provincia de Shandong. Según un informe de Amnistía Internacional, Guangcheng -que es ciego- recibió varias palizas y se le negó asistencia médica en los años siguientes.

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