Estudiantes chinos internacionales: las tortugas, de vuelta a la playa

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Estudiar en el exterior, fundamentalmente en alguno de los países desarrollados de Occidente, es la aspiración de cada vez más jóvenes chinos. Quieren viajar para formarse y después regresar a casa, a lo seguro. A un país en el que, en definitiva, si no contradicen al gobierno del Partido Comunista, se les garantiza una existencia tranquila.

Las cifras permiten constatar la tendencia a mirar fuera: en 2009, 229.000 jóvenes traspasaron las fronteras nacionales para irse a estudiar, y en 2019 lo hicieron 700.000. ¿A dónde se han estado yendo últimamente? En lo fundamental, al Reino Unido. Estados Unidos lideraba las preferencias hasta 2015, pero la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y el alza de los delitos contra ciudadanos asiáticos enrarecieron el ambiente, por lo que en 2020 los estudiantes chinos ya ponían los ojos más en el Big Ben que en el reloj de Times Square.

Muchos otros aterrizan en Canadá, Australia, Japón, Alemania, etc. Y también hay opciones para aquellos que no pueden permitirse los elevados gastos de matrícula y alojamiento en una gran ciudad de un país rico, por lo que se apuntan en centros de estudio de otros países del vecindario geográfico. La cuestión es marcharse, que es lo que querría el 90% de los estudiantes de bachillerato, según un sondeo del South China Morning Post.

En los primeros nueve meses de 2020 regresaron 200.000 estudiantes chinos más que el año anterior

Tienen sus razones. Xiong Bingqi, subdirector del 21st Century Education Research Institute de Shanghái, explica al citado medio que “algunos menores no tienen un hukou [el imprescindible empadronamiento] en la ciudad en la que viven y estudian, por lo que no están autorizados a realizar el examen de entrada al bachillerato de esa localidad ni el examen nacional de ingreso a la universidad [el multitudinario gaokao]; por ello, eligen irse a otro país”.

Por otra parte, además de esquivar estos engorros, matricularse y graduarse en cualquiera de las universidades occidentales de mayor prestigio académico otorga al egresado un plus de destrezas profesionales y conocimiento de idiomas que son muy apreciados en el mercado laboral chino. Porque de lo que se trata en buena parte de los casos, como decíamos al inicio, es de regresar.

Atractivos para la vuelta

En diciembre pasado, el Ministerio de Educación chino comunicó que, de los 2,51 millones de jóvenes que salieron a estudiar entre 2016 y 2019, habían retornado dos millones. The Economist abre algo más el marco temporal y señala que, si en 2001 solo regresaba el 14%, desde 2013 lo hace el 80%. Son, en el argot local, los haigui, “tortugas marinas”, así llamados en alusión al hábito de esos reptiles de volver a la playa donde rompieron el cascarón.

¿Por qué regresar a las “arenas patrias”? En algunos casos, como ahora bajo la pandemia, porque el contexto aconseja que se está mejor en casa. Se calcula que, en los primeros nueve meses del año pasado, volvieron unos 800.000, a saber, 200.000 más que en 2019.

Pero hay motivos menos temporales, como el atractivo que supone el auge del sector tecnológico chino: según explica la publicación británica, los jóvenes graduados de esas especialidades tienen bastante fácil obtener créditos para emprender sus propios proyectos empresariales. Si, además, sus padres tienen buenas conexiones, todo puede ser “llegar y besar el santo”.

Desde luego, no todos regresan voluntariamente. El sociólogo Matthew Wong, de la Universidad de Hong Kong, señala que las restricciones a la concesión de visados de trabajo en los países donde estudiaron obligan a muchos a volverse. Pero mientras esas puertas se cierran, algunas autoridades locales se las abren en China. Como ejemplo, el investigador cita la decisión de ciudades como Shenzhen –la tercera más rica, solo por detrás de Shanghái y Pekín– de otorgarles un empadronamiento preferencial a los graduados en el exterior. Asimismo, muchas compañías interesadas en expandirse globalmente se interesan por ellos, en el entendido de que, con su experiencia en otros países, pueden ayudarlas a echar raíces fuera. Además, el informe Chinese Overseas Returnees Employment and Entrepreneurship, de 2019, revela que un 60% de los egresados dijeron haber tomado el avión de vuelta porque querían regresar al calor del hogar familiar, y un 42% afirmó que lo había hecho por su confianza en el futuro económico de la nación.

“Patriotismo” de iPhone

Vivir en un país con un grave déficit democrático y tener la oportunidad de estudiar en una sociedad democrática avanzada, suele terminar, en no pocas ocasiones, en la permanencia del estudiante en el país de destino.

Sucede en el caso de Cuba, en el que, a falta de estadísticas oficiales, cualquier profesional conoce a decenas y decenas de colegas que se han quedado en Europa, México, Chile o EE.UU. al concluir un posgrado. Y ocurre también en Vietnam, donde –ahí sí– el gobierno reconoce que el 90% de los que salen a estudiar a otros sitios no regresan a vivir en el país indochino.

Los chinos, sin embargo, sí que retornan, si bien los argumentos económicos o afectivos, citados más arriba, no bastan para explicarlo. Quizás tenga que ver con el retrato que The Economist traza de estas jóvenes generaciones: crecidas en la era de Xi Jinping y acostumbradas a la propaganda nacionalista, muestran un total desapego por los valores liberales. Muchos se hallan cómodos con la narrativa oficial y no se preocupan por contrastarla. De hecho, a un profesor hongkonés le llamó la atención que en 2019, durante la revuelta contra el régimen de Pekín en Hong Kong, sus alumnos chinos únicamente se informaran de la situación por los medios oficiales, pese a estar fuera del territorio continental y tener acceso allí a múltiples fuentes online.

Los jóvenes chinos actuales no son como los de la generación de Tiananmén: no cuestionan el régimen

Según Stephanie Studer, corresponsal del semanario británico en China, cierto “sentimiento patriótico” va en ascenso entre los jóvenes. Dicha emoción los impulsa, por ejemplo, a coordinarse para boicotear a empresas o personalidades que de alguna manera critiquen al régimen –ahora mismo, la compañía H&M enfrenta el boicot de los jóvenes comunistas por su negativa a emplear algodón producido presuntamente por trabajadores esclavos–, mientras cuestionan cada vez menos la concepción oficial de que la patria y el gobierno constituyen una unidad.

“Para muchos occidentales y veteranos liberales chinos –dice–, a los jóvenes les faltan las cualidades por las que se hizo notable la generación de Tiananmén: los ideales, la rebeldía, incluso las agallas. Los jiulinghou –los nacidos después de 1990– son vistos como apolíticos, excepto en su patriotismo ingenuo y descarado: muy preocupados por salir adelante, pero solo para comprarse el último iPhone”.

De modo que, relativamente cómodos en lo laboral, prestigiados con un título británico o norteamericano, con la familia a tiro de piedra y con un buen móvil en la mano, a muchos les sale a cuenta regresar a casa. Eso sí, no olvidar: quietecitos.

“Tú quédate donde estás”

Los estudiantes chinos en el exterior no son únicamente universitarios: el South China Morning Post cita a una plataforma local de educación que asegura que el 20% de los que tomaron exámenes el año pasado para salir a centros en el extranjero fueron alumnos de secundaria, prestos a cursar el bachillerato en esos colegios.

Al Ministerio de Educación, sin embargo, la tendencia le resulta cada vez menos simpática. En enero pasado, anunció que se creará “un mecanismo para desestimular a los menores de estudiar en otros países”. No se delineó en qué consistiría dicho dispositivo, pero agencias oficialistas chinas sí reportaron que el tema estaba causando “honda preocupación” a nivel gubernamental.

 

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