No son semidioses

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Simone Biles. Foto: Danilo Borges

La retirada de la gimnasta Simone Biles de cuatro finales olímpicas en los Juegos de Tokio 2020 “por motivos de salud mental” no ha dejado indiferente a nadie. Están los que rechazan una decisión tan “débil” en una competición digna del olimpo de los dioses, y están los que apoyan su resolución “valiente”, al priorizar la salud mental por encima del espectáculo público.

“Físicamente me siento bien. Estaré lista cuando sea la hora, no estoy preocupada por ello. Mentalmente, por otro lado, me preocupa”. Es Biles la que pronuncia estas palabras en su recientemente estrenado documental Simone vs. Herself. Un vídeo que data de septiembre del año pasado, pero que bien podría haber sido grabado hace unos pocos días. El problema no es el físico; es el factor mental. Y como ella, tantos deportistas que sufrieron los estragos de un año adicional en sus rigurosos planes de entrenamiento de cuatro años. Porque ese es el ciclo por el que se rigen los atletas de élite: todo va de cuatro en cuatro años, con la mirada siempre puesta en las siguientes olimpiadas. El último año de este ciclo, el previo a la competición, el de más trabajo y más exigencia, se vio duplicado. Dos años de extenuante ejercicio para pelear por un lugar en el podio olímpico. Un sueño, pero también una maldición.

Llevar las esperanzas de todos los estadounidenses –y de millones de fans internacionales– sobre los hombros, no es tarea fácil

Débil, blanda, egoísta. Así describieron algunos usuarios en las redes sociales a Biles tras su decisión de retirarse de varias finales de gimnasia. Falta de compañerismo ha sido otra de las joyas lanzadas contra la “mejor deportista mundial”, título que es precisamente uno de los motivos por los que decidió desertar de hacer lo que más le gusta. La presión de alzarse como la “mejor atleta”, de cumplir expectativas, de arrasar en el medallero y de llevar las esperanzas de todos los estadounidenses –y de millones de fans internacionales– sobre los hombros, no es tarea fácil.

Por la salud, no por la fama

Hay quienes creen que, para tener el derecho de ser atleta olímpico, para alzarse en el podio con la medalla al cuello, hay que ser irrompible. Invencible. Sobrehumano. Es fácil exigir a atletas en su veintena –y menores de edad– hacer lo imposible, lo nunca antes visto, un Biles –ejercicio de gimnasia– desde la comodidad del propio sofá. Pero lo que los espectadores no ven es que, cuando la presión se vuelve insoportable, cuando se sabe que no se vive solo por y para el espectáculo, las prioridades al tomar decisiones cambian. Por el equipo, no por los espectadores. Por salud, no por la fama.

Antes de acusar a una joven de 24 años de ser egoísta y débil por cuidar su salud mental, cabría considerar que la inestabilidad emocional –aunque sea solo en una centésima de segundo– puede salir muy cara en un deporte en el que se desafían constantemente las leyes de la gravedad. Ya se vio en la primera prueba de salto, cuando Biles logró salvar el ejercicio y evitar que acabase en tragedia. Igualmente, siguen vivos en la memoria los accidentes de gimnastas, como el de Elena Mukhina, que la dejó cuadripléjica. 

Requiere más fuerza y valentía renunciar a aquello para lo que llevas entrenando cinco largos años –y toda la vida– que activar el piloto automático y hacer lo que la masa pide que hagas, aunque acabe perjudicando la propia salud. “No somos solo atletas. Somos personas y a veces hay que dar un paso atrás. No quería salir y hacer algo estúpido, y salir lesionada”.

Resulta llamativo que los mayores defensores de la decisión de Biles sean precisamente otros deportistas de élite, compañeros de equipo y de profesión. Son ellos los que saben qué supone tener que renunciar a todo por el oro, y son ellos los que están en una posición que les permite afirmar si Biles es una “blanda” y “débil”, como unos pocos la tildan, o si ha mostrado fortaleza al hacer algo que pocos se han atrevido con tanta exposición mediática.

«La salud mental es salud»

La defienden porque muchos otros han pasado por ese mismo túnel, por una presión desmedida, por una fama abrumadora y por una autoexigencia sin límites. Michael Phelps, Pau Gasol y Naomi Osaka son ejemplos de atletas profesionales que han comentado públicamente sus batallas con la salud mental. En el caso de Michael Phelps, fueron sus tendencias suicidas y un consiguiente ingreso en una clínica de desintoxicación lo que le hizo despertar a la necesidad de tratar su depresión y ansiedad.

Hay un pequeño factor que limita esta exigencia: son humanos. Y les gustaría seguir siéndolo

“La salud mental es salud”. Eso declaró la gimnasta tras la final de equipos. Pero sigue siendo un tema incomprendido en unos ámbitos y rechazado en otros. Porque, al parecer, estos deportistas no son personas, son semidioses. Y los semidioses no conocen la debilidad. 

La necesidad de ejemplos a seguir, de cualidades ajenas que admirar y el deseo de trascender pueden provocar que se sitúe en un pedestal a los deportistas. Pero el precio que se les exige por ese pedestal es alto: dejar de ser humanos, abrazar la perfección, desplegar las cualidades que los admiradores desearían tener y cumplir el deseo épico del héroe triunfador. Hay un pequeño factor que limita esta exigencia: son humanos. Y les gustaría seguir siéndolo. Por ejemplo, teniendo familias.

Patrocinadores más pequeños

El escándalo que provocaron en 2019 los artículos de las velocistas estadounidenses Allyson Felix y Phoebe Wright, criticando las políticas contractuales e internas de Nike con respecto al embarazo de las atletas, pusieron la atención, una vez más, sobre un fenómeno que se supondría de lo más natural: atletas que quieren formar familias sin tener que rescindir sus contratos. Pero eso es precisamente lo que su patrocinador les exigía. O no quedarse embarazadas, o pausar el contrato hasta que pudiesen volver a la pista de atletismo. Es decir, dejar a las futuras madres sin protección, sin seguridad social y sin sueldo.

Tal fue la indignación generalizada por estas condiciones, que Nike cambió sus cláusulas en los contratos, para ofrecer más protección a la maternidad y apoyar a las atletas que quisiesen tener hijos.

Pero fenómenos como este, de marcas que se niegan a apoyar a las atletas embarazadas o que lo hacen movidas por presiones externas, han provocado que deportistas de élite como Allyson Felix o Simone Biles cambien de patrocinadores (ambas estaban previamente patrocinadas por Nike), en favor de marcas que atienden más a sus necesidades humanas –no principalmente a los objetivos económicos–, y las ven como lo que son: seres humanos.

«Sentí que tenía más valor como persona, y eso era algo que no había experimentado antes», dijo Felix en un artículo reciente en el New York Times. Para Simone Biles, con su nuevo patrocinador, Athleta, «no se trataba solo de mis logros, sino de lo que representaba y de cómo me iban a ayudar a usar mi voz y también a ser una voz para mujeres y niños». 

El valor añadido que cada vez más atletas buscan en sus patrocinadores: que atiendan a sus necesidades humanas

Becas para ayudar a atletas que son madres a cubrir los costes del cuidado de los niños mientras viajan a las competiciones, programas para la involucración de niñas de minorías raciales en los deportes, o apoyo público a deportistas que priorizan su salud mental –Nike respaldó la decisión de Osaka de abandonar o no participar en grandes competiciones por su ansiedad y depresión– es el valor añadido que cada vez más atletas buscan en sus patrocinadores: que atiendan a sus necesidades humanas. 

El oro que se lleva Biles

Parece ser que la opinión pública sigue estando parcialmente dividida con respecto a que los deportistas prioricen estas necesidades y su lado más humano. Decisiones que obligan al espectador a abandonar la imagen idílica que alberga, la de que los atletas de élite sean semidioses. El paso que ha dado Biles en estos Juegos Olímpicos, de mostrarse vulnerable e “imperfecta”, ha sido una perfecta puesta en escena de este necesario cambio de percepción.

Cuando ya lo has conquistado todo, cuando has llegado a la cima deportiva, ¿qué más te queda por ganar? La aparentemente imposible carrera por la salud mental y el mostrarse humano. Y parece ser que este oro se lo ha llevado Simone Biles.

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