«Con la globalización los ricos son más ricos y los pobres menos pobres»

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El economista Juan José Toribio ve la cara positiva de la globalización
El Foro Social Europeo reunido en Florencia ha sido una nueva cita del movimiento que achaca a la globalización de la economía el aumento de las desigualdades, el imperio de las multinacionales sobre los gobiernos, la falta de regulación de los mercados… Los que ven la globalización como un fenómeno positivo destacan, en cambio, que está sirviendo para que avancen los países ricos y los pobres, aunque algunos vayan más lentos de lo deseable. Juan José Toribio, director del IESE en Madrid, doctor en Economía por la Universidad de Chicago, es de los que creen que el fenómeno de la globalización impulsa la riqueza, y que «habrá de ser en un contexto globalizado donde encontremos cauces de solución a las tensiones sociales y a los conflictos económicos del nuevo siglo».

— ¿Qué es realmente la globalización?

— El Fondo Monetario Internacional la define como el proceso de «acelerada integración mundial de las economías, a través de la producción, el comercio, los flujos financieros, la difusión tecnológica, las redes de información y las corrientes culturales». La diferencia respecto a otros periodos históricos no estriba en la mayor o menor importancia objetiva de cualquier innovación tecnológica, generada, por ejemplo, en el Silicon Valley, sino en el corto periodo de tiempo que transcurre entre su anuncio y la disponibilidad del nuevo producto o servicio en cualquier rincón del planeta, con tal de que exista en el ámbito receptor suficiente nivel de capital humano para aplicar aquella innovación.

Juan José ToribioLa globalización comenzó en el siglo XIX

— Ciñéndonos a su vertiente económica, ¿es un fenómeno nuevo?

— El mundo económico experimentó ya un fuerte impulso integrador a lo largo del siglo XIX, cuando los monopolios coloniales de comercio dejaron paso a una plena libertad de transacciones, apenas condicionada por aranceles moderadamente proteccionistas. De esta forma, el volumen de comercio internacional, como proporción del PIB mundial, no era en 1870 muy distinto al actual. Otro tanto cabría afirmar respecto a la intensidad de movimientos internacionales de capital y, en particular, de los asociados a procesos de inversión directa.

Basta recordar que capitales británicos y franceses constituyeron lo que hoy llamaríamos una joint venture para construir y explotar el Canal de Suez. Capitales franceses permitieron la construcción del ferrocarril transiberiano y de los de otros países, e iniciaron la construcción del Canal de Panamá, que terminarían después los norteamericanos. Inversiones inglesas explotaron, por ejemplo, minas en España y posibilitaron el establecimiento de líneas férreas en el continente sudamericano, mediante la emisión de acciones que cotizaban no solamente en la bolsa de Londres, sino en otros mercados financieros europeos.

Al término de la Segunda Guerra Mundial (1945) se establecieron las bases de una nueva expansión del comercio y la inversión internacional, aceleradas en décadas posteriores y, en especial, en los años ochenta. En conjunto, el PIB mundial se multiplicó por cinco desde 1950 hasta 1999, pero el comercio internacional resultó multiplicado por veinte, como expresión de una nueva (o resucitada) forma de entender la economía, que estimuló la evolución hacia sociedades no sólo más prósperas, sino mucho más abiertas que en la primera parte del siglo.

Se trata de un proceso en marcha, en el que se ha recorrido una buena parte del camino, pero que está lejos aún de llegar a sus consecuencias últimas.

La multiplicación de la riqueza

— ¿Qué consecuencias ha tenido para el bienestar humano la innovación técnica operando en un contexto globalizado?

— A lo largo del siglo recién concluido, la población mundial se multiplicó por cuatro, mientras el PIB real lo hacía casi por veinte. Como promedio, los seres humanos son hoy cinco veces más ricos que sus bisabuelos, cien años atrás. El nuevo esquema económico ha posibilitado, por ejemplo, que China duplicara su renta por habitante en sólo siete años (1980-1987); un proceso que, para el mismo nivel, le había costado 58 años al Reino Unido (1780-1838), 45 a los Estados Unidos (1839-1886) y 34 a Japón (1885-1919).

Se han producido, además, incrementos espectaculares en la productividad, nuevas oportunidades de información, suministros y mercados, nuevos cauces de colocación del ahorro y de financiación de inversiones, una mejor asignación de los recursos materiales y financieros, junto con serios avances en el control de la inflación y una cierta tendencia hacia igualación de tipos de interés (salvo por riesgos cambiarios) a niveles reales más bajos que en el pasado.

— ¿Qué cambio ha habido en la riqueza financiera?

— Un cambio espectacular. Los fondos de pensiones (participados por trabajadores en expectativa de su jubilación) y los fondos de inversión, como cauce de colocación del ahorro de las clases medias, constituyen hoy el auténtico «gran capital» y son sus gestores los verdaderos actores de los mercados bursátiles, financieros y cambiarios. Ninguna de las personas físicas que, por su patrimonio e inversiones, dejaron huella en la historia económica tuvo probablemente tanto poder de mercado como el fondo de pensiones de una gran empresa multinacional de hoy, o como el conjunto de los fondos de inversión. Este fenómeno no es siempre suficientemente destacado, aunque merece ser reconocido como una excepcional conquista social. Sin un mundo y un mercado globalizados, nada de esto habría sido posible.

El desigual avance de los rezagados

— Nadie pone en duda el aumento del bienestar en los países desarrollados. Pero, ¿hasta qué punto han progresado las naciones en desarrollo?

— Entre 1950 y 1995 las naciones en desarrollo han crecido a una tasa promedio del 2,5% y su renta per cápita asciende a 2,9 veces la del periodo original. Entre las zonas más desfavorecidas, el África Subsahariana -11% de la población mundial- ha crecido solamente al 0,5% anual y su renta per cápita es sólo un 20% superior a la de hace cincuenta años, con retrocesos ocasionales en años concretos.

En las regiones en desarrollo, la esperanza de vida se ha alargado durante el mismo periodo desde 41 a 62 años, aunque, de nuevo, los datos del África Subsahariana revelan un progreso mucho menor (de 35 a 47 años).

El índice de alfabetización ha pasado del 40% al 70%, todavía netamente inferior al de las sociedades industrializadas, pero con un impresionante progreso de 30 puntos porcentuales. El salto ha sido aún mayor en el África Subsahariana (del 17% al 56%), aunque la situación diste mucho de ser satisfactoria.

Los marginados de la globalización

— Pero toda una serie de países en desarrollo, que representan la tercera parte de la población mundial, han quedado descolgados del proceso de globalización, sin experimentar un crecimiento significativo.

— 49 países son clasificados por Naciones Unidas como «países menos adelantados» (PMA). El umbral para la catalogación como PMA se establece en 900 dólares de renta por habitante, mientras el nivel de desarrollo social se mide por un indicador compuesto, que incluye la mortalidad infantil, la esperanza de vida, la ingestión calórica, la tasa de escolarización y el grado de analfabetismo: 33 de esos «países menos adelantados» se encuentran en el África subsahariana, nueve en Asia, cinco en el Pacífico y uno (Haití) en el Caribe.

Todos esos países han experimentado una insuficiente mejoría. En la última década del siglo XX, si exceptuamos a Bangladesh, donde vive casi el 20% de la población de los PMA y que ha tenido un mayor desarrollo, para el resto, el crecimiento económico no ha superado el 2,4% anual y el de la renta per cápita no llega al medio por ciento. Incluso, los situados en el África Subsahariana han conocido periodos (incluidos los últimos años) de retroceso neto en su renta per cápita, mientras su desarrollo social también presenta algunos parámetros de regresión, especialmente en el orden sanitario y de esperanza de vida, como consecuencia de las guerras civiles, la malaria y el SIDA.

Cerca de 1.000 millones no tienen acceso a un agua cuya potabilidad esté garantizada y casi el doble no disponen de saneamientos básicos. Casi 1.000 millones de adultos (especialmente mujeres) son analfabetos y los porcentajes de escolarización infantil no alcanzan en los PMA el nivel adecuado. Queda, pues, mucha tarea por realizar si aspiramos a que la totalidad de la población se incorpore a una dinámica de progreso.

La mejor ayuda, abrir los mercados

— ¿Una profundización en el proceso de globalización ayudaría a vencer a la pobreza?

— En el comercio internacional, subsisten muchos aranceles injustificadamente altos y un fuerte proteccionismo de carácter no arancelario, a veces en forma de prohibiciones y contingentes de importación y otras disfrazado de normas sanitarias, ecológicas, de seguridad nacional o de protección al consumidor. Permanecen también en vigor multitud de restricciones arbitrarias a la libertad de movimientos de capital, aunque se alcen, en ocasiones, voces que parecen deplorar la libertad alcanzada en este contexto. Apenas se ha avanzado en la libertad de movimientos de los trabajadores, a cuya libre circulación se oponen toda una panoplia de regulaciones migratorias, a veces diseñadas para favorecer una razonable integración cultural y humana en el país receptor; pero, en otras ocasiones, establecidas sólo para otorgar protección a intereses laborales y económicos autóctonos. Los problemas asociados a las migraciones internacionales permanecerán con nosotros a lo largo de buena parte del siglo XXI. Para entenderlo, basta considerar que el 20% de la población mundial vive en países económicamente avanzados, donde se generan el 80% del PIB y de la renta global, mientras que las proporciones para los países en desarrollo son justamente las inversas.

Esas condiciones hacen prácticamente imposible (quizá, tampoco deseable) poner limitaciones efectivas a la globalización humana, un fenómeno que no ha hecho sino iniciarse.

— ¿Cuál es la mejor ayuda que los países ricos podrían prestar a los países menos desarrollados?

— La apertura de sus mercados a los productos de los países en vías de desarrollo. Los países industrializados mantienen importantes restricciones a la importación de textiles, calzado y, sobre todo, productos agrícolas, que son precisamente los sectores donde los PMA podrían competir con mayor eficacia. En cuanto al sector primario, destacan los aranceles aduaneros de los Estados Unidos, Japón y sobre todo de la Unión Europea, donde -por ejemplo- la tarifa aplicada a la importación de productos cárnicos llegó a ascender al 826%, para cereales es del 62,8%, el 61% para el azúcar y el 58% para productos lácteos.

Además, los países en desarrollo deben competir con el comercio de productos agrícolas subvencionados por los gobiernos de las naciones industrializadas. El conjunto de subsidios agrícolas arbitrados por los treinta países desarrollados de la OCDE ascendió en 1999 a más de 360.000 millones de dólares, lo que supera el PIB de todas las naciones del África Subsahariana. La supresión de estas barreras al comercio reportaría a los países en desarrollo una ganancia mínima de 100.000 millones de dólares anuales, más del doble de todo el flujo de ayuda a los países en vías de desarrollo. Además, estas posibilidades de comercio atraerían probablemente flujos crecientes de inversión directa.


Las denuncias contra la globalizaciónlos foros antiglobalización suelen repetirse una serie de denuncias contra el modo en que está gestionándose el proceso de integración de la economía mundial. Juan José Toribio responde a las tres más difundidas.

La globalización -sostienen- supone una seria amenaza para los salarios y el nivel de vida de los trabajadores en los países industrializados, en cuanto que éstos no pueden competir internacionalmente con los menores costes de mano de obra en las naciones en vías de desarrollo, donde se dan situaciones de explotación.

Otra variante de la misma crítica sostiene, en sentido inverso, que son los trabajadores de los países emergentes quienes resultan perjudicados por la globalización, puesto que su insuficiente grado de formación y la ausencia de tecnología avanzada sitúan a sus empresas en clara desventaja competitiva frente a las de los países desarrollados.

Las dos versiones de esta crítica son contradictorias entre sí y no pueden, en consecuencia, ser ciertas al mismo tiempo. Respecto a la creencia de que se están trasladando puestos de trabajo desde los países de la OCDE a las economías del Sur, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo afirma en su amplio Informe sobre Desarrollo Humano 1999 que las importaciones de manufacturas de los países en vías de desarrollo, por parte de la OCDE, se han incrementado en los últimos treinta años pero no representan aún más del 2% del PIB de los países avanzados. También dice que el libre comercio Norte-Sur ha incrementado los salarios de los trabajadores especializados, sin deprimir las remuneraciones de los trabajadores de menor capacitación.

El FMI ha llevado también a cabo estudios rigurosos sobre el pretendido impacto bajista de la globalización en los salarios, sin encontrar evidencia empírica que sustente tal hipótesis. En sus conclusiones, señala que el aumento de la desigualdad salarial entre la mano de obra especializada y la de menor formación profesional encuentra sus raíces en los cambios tecnológicos y en la lentitud de adaptación de los sistemas educativos, sin que la globalización aparezca como un factor relevante.

Los capitales asustadizos

Una segunda batería de críticas sugiere que la «globalización financiera» (libertad de movimientos de capital) es la causante de las crisis monetarias y cambiarias que, especialmente en la segunda mitad de los años noventa, aquejaron a diversas economías del Extremo Oriente, de la antigua Unión Soviética y de América Latina. De acuerdo con estas críticas, tales crisis se producen cuando los mismos inversores que habían colocado sus capitales en determinados países en vías de desarrollo, deciden retirarlos con precipitación y de acuerdo con un comportamiento de rebaño. Abogan, en consecuencia, por una autoridad central o un pacto internacional que gobierne la movilidad internacional de capitales.

La evidencia empírica parece demostrar justamente lo contrario. Las crisis financieras internacionales tienden a producirse cuando las autoridades del país receptor de capitales adoptan un tipo de cambio artificialmente fijo para su moneda. Tal estrategia monetaria tiende a provocar una sobreinversión en el país que la adopta, puesto que aparentemente elimina los riesgos cambiarios, y deja el diferencial de rentabilidad o el de tipo de interés como únicos referentes de la inversión. A medio plazo, la situación sólo es sostenible si las autoridades del país en cuestión implantan políticas económicas rigurosas, que aseguren la compatibilidad de la demanda interna con la paridad cambiaria fijada. En caso contrario (es decir, si se relajan los controles fiscales o monetarios), tienden a generarse fuertes déficits frente al exterior, que presionan a la baja sobre el tipo de cambio. El consiguiente temor a la devaluación provoca una huida de capitales, un agotamiento de las reservas de divisas y, en definitiva, una crisis financiera, de la que no son culpables los movimientos de capital en sí mismos, sino aquellos gobiernos incapaces de cumplir con su obligación de estabilizar la economía a tiempo. Una vez declarada la situación de crisis, no existe autoridad, acuerdo u organismo capaz de evitar las intensas salidas de capital.

¿Los pobres, cada vez más pobres?

La tercera de las críticas asegura que, como consecuencia de la globalización, «los países ricos son cada vez más ricos, mientras los países en desarrollo se hunden cada vez más en su miseria».

Pero si observamos los datos estadísticos, descubriremos que, efectivamente, «los países ricos son cada vez más ricos». Pero también que una gran mayoría de las economías pobres lo son cada vez menos, aunque la velocidad de su progreso sea inferior a lo deseable y aunque un grupo de ellas (49 en total) avancen a un ritmo desesperadamente lento. Sólo una grave ignorancia de la historia podría llevarnos a concluir que los países económicamente atrasados conocieron alguna vez épocas mejores que las actuales y que -como pretendidas víctimas de la globalización- han retrocedido después en su calidad de vida.

El PIB mundial se ha multiplicado por diez (de tres a treinta billones de dólares) en los últimos cincuenta años, mientras la renta per cápita se ha triplicado. La proporción de la población mundial que disfruta de un desarrollo humano medio ha subido desde el 55% en 1975 al 66% en 1998 y la proporción que puede calificarse como de bajo desarrollo humano se ha reducido del 20% al 10% en el mismo período.

Sin duda, el 10% supone todavía una proporción más alta de lo deseable (como lo sería en este sentido cualquier número superior a cero), pero el hecho de que se avance con menos rapidez de lo que nos gustaría, no nos autoriza a hablar de retroceso.

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