Ideas para combatir la pobreza

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Economía clínica, los pobres como clientes y microcrédito
La lucha contra la pobreza en el mundo es uno de los temas estrella en la presente reunión del G-8, que tras haber acordado perdonar la deuda a 18 países (ver Aceprensa 78/05), debatirá el plan para reforzar la ayuda al desarrollo diseñado por Gran Bretaña. Pero la pobreza no es solo un problema de finanzas nacionales maltrechas: las medidas macroeconómicas han de ir acompañadas de acciones en la base, que atiendan las necesidades concretas de los pobres. Es lo que subrayan Jeffrey Sachs, con su idea de la «economía clínica»; C.K. Prahalad, que propone introducir a los pobres en el mercado, tratándolos como clientes; y la experiencia del microcrédito, que proporciona a los pobres una financiación básica para que empiecen a salir adelante por sí mismos.

En 2000, la ONU celebró la llamada «Cumbre del Milenio», en la que se acordó un plan para reducir a la mitad la pobreza extrema en el mundo en el plazo de quince años. La meta es ambiciosa, pero el famoso economista norteamericano Jeffrey Sachs está convencido de que se puede alcanzarla. ¿Cómo? Es lo que explica el propio Sachs, director del Proyecto Milenio, creado por la ONU para impulsar el plan, en su libro «The End of Poverty» (1).

La pobreza extrema se define como la situación de quien no tiene asegurada la satisfacción de sus necesidades básicas: alimentación, agua potable, vestido, vivienda, atención sanitaria, educación para sus hijos. En ese estado se encuentran unos 1.100 millones de personas, todas en los países en desarrollo. Ha habido una mejora, pues en 1981 la pobreza extrema afectaba a 400 millones más; pero casi todo el progreso se ha producido en Asia oriental (del 58% al 15% de la población entre 1981 y 2001) y meridional (del 52% al 13%), mientras que el África subsahariana ha retrocedido. Hoy casi la mitad de los africanos padecen pobreza extrema.

Economía curativa

Sachs sostiene que nuestra generación puede no solo cumplir la meta establecida en la Cumbre del Milenio, sino incluso acabar con la pobreza extrema en diez años más. Pero será necesario adoptar un nuevo método, que Sachs llama «economía clínica», o sea, una economía que trate y cure la pobreza. «En el pasado cuarto de siglo -dice Sachs-, la economía del desarrollo impuesta por los países ricos a los más pobres se ha parecido demasiado a la medicina del siglo XVIII, cuando los médicos usaban sanguijuelas para sangrar a sus pacientes, matándolos en muchos casos». Así, «hasta hace muy poco, la principal prescripción del Fondo Monetario Internacional (FMI) consistía en decir que había que apretarse el cinturón a unos pacientes tan pobres que no tenían cinturón». En consecuencia, la austeridad dictada por el FMI ha ocasionado en varios países revueltas populares o el hundimiento de los servicios públicos.

Esos planes de estabilización presupuestaria, según Sachs, incurrían primero en un error de diagnóstico. «Las causas de la pobreza son multidimensionales, y las soluciones, también. A mi juicio, tener agua potable, terrenos productivos y un sistema sanitario que funcione es tan relevante para el desarrollo como las tasas de cambio de divisas».

La «ortodoxia económica» no es, pues, lo único ni lo primero. La historia reciente muestra que han logrado librarse de la pobreza extrema algunas naciones que reunían ciertas condiciones favorables, como puertos de mar, relaciones estrechas con los países ricos, buen clima, ausencia de epidemias, fuentes de energía… Siguen en la miseria otras aquejadas de problemas estructurales que les impiden poner el pie en el primer peldaño de la escala del desarrollo. La pobreza extrema está hoy concentrada en regiones que padecen aislamiento geográfico, enfermedades epidémicas como la malaria, frecuentes sequías, carencia de combustibles… Esas sociedades no pueden salir de su situación por sí solas: necesitan ayuda exterior.

Medidas adaptadas al terreno

Pero la ayuda ha de estar ajustada a los problemas, bien diagnosticados, que perpetúan la miseria. En su calidad de director del Proyecto Milenio, Sachs ha visitado diversos lugares afligidos por la pobreza extrema. Uno de ellos es Sauri (Kenia), donde viven unas 5.000 personas repartidas en ocho pueblos. Allí reinan la desnutrición, el sida y la malaria. No hay suministro de agua ni saneamiento, como tampoco electricidad. El terreno, empobrecido, rinde cosechas exiguas -o nada si hay sequía-, y los campesinos no pueden comprar abonos. La escasa comida se toma, a menudo, cruda, por falta de combustible para cocinar. Casi nadie dispone de mosquitero para dormir protegido contra los insectos que transmiten la malaria.

Para sacar a Sauri, y a tantas otras zonas del mundo en situación semejante, hace falta una serie de acciones básicas que Sachs resume en cinco:

1) Impulsar la agricultura: si se les proporcionara fertilizantes, sistemas de riego y mejores semillas, los agricultores podrían triplicar rápidamente sus cosechas y hacerse autosuficientes.

2) Dar asistencia sanitaria básica: un dispensario con un médico y una enfermera podría proporcionar a los 5.000 habitantes de Sauri mosquiteras, medicamentos contra la malaria y antibióticos para tratar las infecciones a que son tan propensos los afectados por el sida; la mortalidad, sobre todo la infantil, bajaría drásticamente.

3) Invertir en educación: si se empezara por dar de comer en la escuela a todos los alumnos, mejorarían la salud y el rendimiento académico de los niños, y se reduciría el absentismo; después, una formación profesional básica permitiría a los chicos sacar más provecho de las tierras de cultivo o aprender un oficio con que ganarse la vida.

4) Suministrar energía eléctrica: con una conexión a la red eléctrica o un generador por aldea, la gente podría usar bombas para extraer agua potable del subsuelo, molinos para hacer harina y otros instrumentos para necesidades elementales.

5) Proporcionar agua potable y saneamiento: unas cuantas fuentes o depósitos de agua, más algunas letrinas en cada aldea, bastarían para mejorar la salud de la población y aumentar notablemente su productividad.

Esas medidas elementales son las que en lugares como Sauri hacen falta para iniciar un proceso de desarrollo que rompa la espiral de la pobreza. Son también baratas, pero ni las personas atrapadas en la miseria ni sus gobiernos pueden costearlas. Están, sin embargo, al alcance de los países ricos. Sachs ha hecho los cálculos para Sauri. Aplicar allí las cinco medidas, aun incluyendo el tratamiento contra el sida, saldría por unos 70 dólares por persona y año, 350.000 dólares en total. Y ese gasto no sería una «sopa boba» que sería necesario seguir dando indefinidamente. Sería una inversión que devolvería rendimientos muy pronto, «no solo en vidas salvadas, niños instruidos y comunidades libradas de la extinción, sino también en beneficios comerciales directos para las aldeas y en el inicio de un crecimiento económico que se autoalimentaría».

La corrupción no explica todo

Pero ¿es posible implantar esas acciones a gran escala, para erradicar la pobreza extrema en los miles de Sauris que existen en el mundo? El costo no es un obstáculo insalvable: 70 dólares por persona y año es, ciertamente, más del doble de lo que da el mundo rico al África subsahariana (30 dólares por persona en 2002); pero tal aumento cae dentro del 0,7% del PIB que los países desarrollados han prometido destinar a ayudas.

Ahora bien, hay un difundido escepticismo sobre la eficacia de aumentar la ayuda a África. La corrupción y el mal gobierno en los países africanos es causa principal de la pobreza y de que las donaciones den escasos frutos. Sachs replica que «la política no explica la prolongada crisis económica africana». En la última década se ha podido comprobar que «países africanos relativamente bien gobernados, como Ghana, Malawi, Malí o Senegal, no han logrado prosperar, mientras que naciones asiáticas donde la corrupción, según la opinión común, está extendida, como Bangladesh, Indonesia o Pakistán, han experimentado un rápido crecimiento económico». ¿Cuál es la diferencia? Cada caso es particular, responde Sachs. Pero entre las causas de la miseria africana hay una muy señalada, que no guarda relación con la política. «África sufre el peso de la malaria como ninguna otra parte del mundo, simplemente porque tiene la mala suerte de reunir las condiciones perfectas para esta enfermedad: temperaturas altas, abundancia de lugares donde los mosquitos pueden criar y unas variedades de mosquitos portadores del parásito que prefieren la sangre humana a la del ganado».

La pobreza, en fin, obedece en cada lugar en una particular combinación de factores interconectados, «que se han de diagnosticar como un médico haría con un paciente». Solo después se puede aplicar la «economía clínica» capaz de curar el mal.

Juan Domínguez____________________(1) Jeffrey Sachs. «The End of Poverty: Economic Possibilities for Our Time». Penguin Press (2005). 416 págs. 27,95 $.

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