La caridad social, motor del desarrollo

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El pasado 5 de octubre, Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, pronunció una conferencia con ocasión del décimo aniversario de Harambee, asociación internacional para la cooperación al desarrollo en África. Harambee surgió con motivo de la canonización de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Ha puesto en marcha hasta ahora 39 proyectos en 17 países africanos. Estas iniciativas tienen el objetivo común de mejorar la calidad de la enseñanza y contribuir a facilitar el acceso a la formación humana y profesional. También se han realizado actividades de sensibilización en el resto del mundo, difundiendo los valores, las cualidades y las posibilidades de futuro del continente africano. Ofrecemos un extracto de las palabras de Mons. Echevarría.

San Josemaría predicaba que «un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo» (1).

Como ha recordado Benedicto XVI en el inicio de su primera encíclica: «“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino» (2).

La caridad, el amor recto, no sólo es el centro de la vida cristiana, sino también de la existencia humana tout court. En efecto, «por el hecho que Dios es amor y que el hombre es imagen suya, comprendemos la identidad profunda de la persona, su vocación al amor. El hombre está hecho para amar; su vida se realiza plenamente sólo si es vivida en el amor» (3).

La caridad, el servicio, la entrega al prójimo expresan, por tanto, la vocación fundamental e innata de la persona; ésta se desarrolla queriendo y siendo querida.

Igualmente debe subrayarse que no existe un verdadero amor al prójimo si no se ama a Dios. Esta interacción entre el amor a Dios y el amor al prójimo, enseñada y vivida desde el inicio del cristianismo, ha sido subrayada en la encíclica Deus caritas est: «Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo “piadoso” y cumplir con mis “deberes religiosos”, se marchita también la relación con Dios» (4).

La sociedad no se constituye primariamente con los vínculos contractuales y utilitarios, sino con los vínculos más profundamente humanos presididos por el amor

Poner el corazón en la vida social
El hecho que el comportamiento de las criaturas sea plenamente humano cuando nace del amor es una realidad que «vale también en el ámbito social: es necesario que los cristianos sean testigos profundamente convencidos y [lo] sepan mostrar, con sus vidas» (5). Por eso la caridad, el servicio, debe estar presente y penetrar todas las relaciones humanas: «No es solo el principio de las microrrelaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también –afirma Benedicto XVI– de las macrorrelaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas» (6). Debemos persuadirnos, y procurar persuadir a los demás, de que la sociedad no se constituye primariamente con los vínculos contractuales y utilitarios, sino con los vínculos más profundamente humanos presididos por el amor: un principio, por tanto, que se alza como criterio primario también para el desarrollo de la sociedad, y debe considerarse como el alma de todo el orden social.

De ahí la exigencia, que afecta a todos los componentes de la sociedad –en primer lugar a los cristianos y a la misma comunidad eclesial–, de esforzarse por querer, con obras y de verdad, al prójimo, no sólo en las “relaciones próximas” (por ejemplo, en la familia), sino con un amor que abarque ordenadamente incluso a los más lejanos. Si queremos realizar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario dar la importancia que corresponde a la caridad social, para que ésta inspire, purifique y enaltezca todos los nexos humanos, políticos, económicos, etc. En definitiva, el criterio primario para el progreso de todos y para el avance social es el precepto del amor.

La actividad caritativa cristiana ha de tener una peculiaridad especifica, que no puede perderse ni diluirse en una filantropía puramente humana

Caridad no es simple filantropía
La exigencia de anunciar el Dios-Amor revela que, también en la esfera social, el empeño de caridad no puede considerarse como algo bueno, pero secundario; sino que constituye una parte sustancial de la misión de la Iglesia y de cada cristiano. Por eso, la organización eclesial de la caridad ha iniciado con el primer paso de la misma Iglesia y, luego, con diversas modalidades, se ha prolongado y se prolongará a lo largo de toda la historia.

Promover la caridad social concierne, por consiguiente, a todos, como tarea necesaria a nivel individual, asociativo y también eclesial. En esta lógica, san Josemaría enseñaba que «los cristianos –conservando siempre la más amplia libertad a la hora de estudiar y de llevar a la práctica las diversas soluciones y, por tanto, con un lógico pluralismo– han de coincidir en el idéntico afán de servir a la humanidad. De otro modo, su cristianismo no será la Palabra y la Vida de Jesús: será un disfraz, un engaño de cara a Dios y de cara a los hombres» (7).

La caridad –que es amor– debe abarcar a la misma criatura en su integridad, corporal y espiritual: «Los hombres tienen necesidad del pan de la tierra que sostenga sus vidas, y también del pan del cielo que ilumine y dé calor a sus corazones» (8). Una carencia perentoria exige urgentemente la donación de ayudas materiales en tantos momentos específicos, pero no se deben nunca olvidar las ayudas espirituales: la caridad debe poner ante los ojos, de algún modo, el amor a Dios. En este sentido, la actividad caritativa cristiana ha de tener una peculiaridad especifica, que no puede perderse ni diluirse en una filantropía puramente humana, buena pero insuficiente para cumplir la misión que Cristo nos encomendó.

África concentra injusticias que no pueden dejar indiferentes a nadie; pero es también tierra de valores espirituales muy importantes para nuestra época

Estructuras y personas
A la vez, para no quedarse en una quimera estéril, resulta preciso evidenciar que el amor social requiere su institucionalización: «En muchos aspectos, el prójimo que tenemos que amar se presenta “en sociedad” (…). La obra de misericordia con la que se responde aquí y ahora a una necesidad real y urgente del prójimo es, indudablemente, un acto de caridad; pero es un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria» (9).

Se muestra imprescindible subrayar que, aunque se necesiten las estructuras sociales, su finalidad no consiste en sustituir el amor entre las personas, porque la dignidad humana se vuelve conmensurable sólo con el amor, y no simplemente con lo que es justo, razonable, etc. Además, «la afirmación según la cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una concepción materialista del hombre» (10). Por eso las instituciones y las leyes no bastan para edificar una sociedad digna de la persona; se requiere también la caridad personal como base firme de la vida social.

Lo que se ha expresado se aplica a cualquier situación social, pero es necesario actuarlo especialmente en relación a los grupos sociales más indigentes; es decir, poner en práctica el amor preferencial por los pobres, en su dimensión social y planetaria, promoviendo formas de cooperación al desarrollo que superen las divisiones religiosas, raciales, ideológicas, territoriales, etc. San Josemaría recordaba que «el Opus Dei [ha de estar presente] donde hay pobreza, donde hay falta de trabajo, donde hay tristeza, donde hay dolor, para que el dolor se lleve con alegría, para que la pobreza desaparezca, para que no falte trabajo —porque formamos a la gente de manera que lo pueda tener—, para que metamos a Cristo en la vida de cada uno, en la medida en que quiera, porque somos muy amigos de la libertad»(11).

África sin estereotipos
Como todo lo que se refiere a la vida cristiana, también los criterios indicados, no se reducen a una bonita teoría para predicar, sino que constituyen sobre todo un estímulo para actuar eficazmente en pro del desarrollo integral de los hombres, sin exclusiones. Este desarrollo debe considerarse una meta inexcusable, que exige un esfuerzo –programado, responsable y regulado– que todos –cada uno según su lugar en la Iglesia y en la sociedad civil– estamos llamados a realizar. Para alcanzarlo, quizá se deberá contribuir a que cambien los estilos de vida, las estructuras de poder que gobiernan la sociedad, los modelos de producción y de consumo, orientándolos según una correcta comprensión del bien común de la entera humanidad.

Como las iniciativas de Harambee están dirigidas al mundo africano, me gustaría mencionar unas palabras de Benedicto XVI en la exhortación apostólica Africae munus, del pasado 19 de noviembre: «La conciencia humana se ve interpelada por las graves injusticias que hay en nuestro mundo en general, y en África en particular» (12).

Harambee nació con motivo de la canonización de san Josemaría. Doy gracias a Dios por los numerosos proyectos educativos que ya se han puesto en marcha en el África subsahariana durante la década pasada, y por las numerosas actividades que habéis promovido en el resto del mundo, también para difundir una visión de África lejana del estereotipo: en ese continente vuestro se concentran, ciertamente, algunas de las injusticias que no pueden dejar indiferentes a nadie; pero África es también tierra de valores espirituales muy importantes para nuestra época.

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NOTAS

(1) S. Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 167.
(2) Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, n. 1.
(3) Benedicto XVI, Mensaje al X Forum Internacional de los Jóvenes, 24-III-2010.
(4) Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, n. 18.
(5) Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 580.
(6) Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, n. 2.
(7) S. Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 167.
(8) Ibid., n. 49.
(9) Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 208.
(10) Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, n. 28 b).
(11) S. Josemaría, palabras pronunciadas el 1-X-1967, en Una mirada hacia el futuro desde el corazón de Vallecas, Madrid 1998, p. 135.
(12) Benedicto XVI, Exh. ap. Africae munus, n. 24.

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