Los miedos del Worldwatch Institute

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Análisis

El temor a que la Tierra sea incapaz de alimentar a sus habitantes se viene repitiendo desde los años 60. Sin embargo, gracias a los avances científicos que han permitido triplicar los rendimientos, el crecimiento de la producción agrícola ha ido por delante del aumento de la población. En cambio, en los tres últimos años la producción mundial de cereales per cápita ha descendido. Según muchos expertos, esto se debe fundamentalmente a medidas de ajuste técnicas -como la congelación de tierras de cultivo-, decididas por el puñado de grandes países exportadores de cereales, para reducir los stocks y poner fin a precios artificialmente bajos (cfr. servicio 169/95).

No es ésta la opinión de Lester Brown, presidente del Worldwatch Institute, que cada año entristece al mundo con su informe sobre el State of the World. Brown atribuye la «crisis alimentaria» a la incapacidad de los recursos naturales para satisfacer la demanda creciente de la humanidad. En unas declaraciones a Le Monde (27-II-96), Lester Brown asegura que no se trata de una escasez coyuntural, sino de una «inversión brutal» de la tendencia después de cuarenta años de crecimiento ininterrumpido de la disponibilidad de alimentos. Explica que los dos factores que han permitido el crecimiento de la producción alimentaria -el progreso del riego y el aumento de rendimientos por abonos y pesticidas- han alcanzado su techo. «Hoy, ya no es posible aumentar la cantidad de agua dulce para el riego; (…) igualmente, se constata que el aumento de fertilizantes químicos no permite ya aumentar los rendimientos». ¿No sería posible descubrir nuevas variedades de semillas de trigo, de arroz, de maíz, que respondan mejor a los abonos? Por desgracia, «a diferencia de lo que ocurría en años anteriores, los últimos trabajos no son nada esperanzadores en este campo».

Habida cuenta que Brown no ofrece ninguna cifra para justificar esas afirmaciones, no corre el riesgo de ser desmentido. Pero su visión de los factores que limitan la producción de alimentos no deja de ser muy discutible. Por ejemplo, una cosa es que no pueda aumentarse la cantidad de agua dedicada al riego y otra muy distinta que no pueda aprovecharse mejor la que se utiliza hoy. Según explicaba la FAO en su informe de 1993 sobre «La situación mundial de la alimentación y la agricultura», el 70% del agua utilizada en el mundo se destina a la agricultura. Pero es un uso muy mal aprovechado y además fuertemente subvencionado. «El agua que se canaliza o se bombea para el riego puede ser malgastada en una proporción de hasta el 60%», escriben los autores del informe. Y concluían: «Se espera que la agricultura de regadío produzca en el futuro mucho más que hoy, utilizando menos agua». Así que parece que hay aún cierto margen para mejorar.

Los rendimientos pueden aumentar

En cuanto al aumento de rendimientos, sólo dos días después de las declaraciones de Lester Brown se producía una noticia que sin duda podrá tranquilizar un poco al presidente del Worldwatch Institute y aumentar su confianza en la inventiva humana. El International Laboratory for Tropical Agricultural Biotechnology acaba de anunciar la creación de un arroz «transgénico» resistente a la bacteriosis, una de las enfermedades más nefastas para el cultivo de este cereal. No es noticia de poca monta para el alimento básico de dos mil millones de personas en el mundo. «Esta enfermedad -informa Le Monde (29-II-96)- estropea cada año entre el 5% y el 10% de los cultivos de arroz y, en ciertas regiones de África y Asia, puede llegar a destruir la mitad de las cosechas». Por ahora, el gen resistente a la bacteriosis se ha transferido a tres variedades de arroz cultivadas en 22 millones de hectáreas en todo el mundo, y «próximamente» se implantará en las variedades más cultivadas en África Occidental. Así, gracias a los progresos de la biotecnología, se están mejorando los rendimientos de muchas especies vegetales. No todo depende de los abonos y pesticidas. Quizá Lester Brown está anclado en una visión anticuada de la agricultura.

Pero si uno está dispuesto a ver negro el porvenir, hasta las buenas noticias pueden ser catastróficas. Tiempo atrás se decía que China no podría dar de comer a sus habitantes. Pero, tras la supresión de las comunas y el estímulo a la iniciativa privada, los chinos no sólo comen ya el arroz necesario, sino que diversifican su alimentación (carne, productos lácteos, huevos…). Paradójicamente, esta mejora es para Lester Brown un factor preocupante que agravará la «crisis alimentaria» que él anuncia. Los productos que ahora empiezan a consumir los chinos necesitan, para ser «fabricados», mayor cantidad de cereales. Con lo cual, dice Brown, China ya no será autosuficiente en cereales, tendrá que importar cantidades considerables, y «¿hay un mercado capaz de absorber tal choque?» Esta amenaza hipotética parece alejarse un año más, ya que China ha anunciado una cosecha récord de cereales (cfr. servicio 11/96).

La «guerra de la gallina»

Pero, en cualquier caso, no hay que perder de vista que también se puede economizar en el modo de producir carne. Curiosamente, en el mismo periódico en el que Lester Brown hace sus declaraciones, figura una crónica de Moscú sobre la «guerra de la gallina» entre Rusia y Estados Unidos.

Los «muslos George Bush» es el nombre que se da en Rusia al pollo congelado americano con el que el ex presidente inundó el mercado ruso para yugular una supuesta hambruna. Y lo que ha yugulado es a la gallina rusa, incapaz de sostener la carrera de precios. Según explica el corresponsal, «un pollo americano traído de Arkansas, pasado por una fábrica de transformación, un puerto del golfo de México, transportado en un barco frigorífico hasta San Petersburgo, y después por ferrocarril hasta los mercados rusos, es más competitivo que una gallina del país». No sólo más competitivo, sino más atractivo en los escaparates. El pollo local «generalmente cubierto de plumas, parece haber muerto de hambre, de frío o de enfermedad». Y es que la agricultura heredada del comunismo no resiste la comparación con la alta tecnología agrícola occidental. Según un experto allí citado, hace falta el doble de grano para criar a un pollo ruso que a un pollo americano, y un 30% más de tiempo. Así que, para proteger a la depauperada gallina rusa, las autoridades han prohibido las importaciones de pollo americano «por razones sanitarias». Al margen del aspecto cómico del motivo invocado, la «guerra de la gallina» muestra que los límites a la producción alimentaria vienen más de las barreras políticas que de la escasez de los recursos naturales.

Pero Lester Brown, que se ha hecho célebre profetizando catástrofes, no suele fijarse en los progresos reales de la alimentación sino en las amenazas hipotéticas. Parafraseando a Ben Wattenberg, podría decirse que las buenas noticias sobre el verdadero estado del mundo es que las malas noticias de Lester Brown y compañía suelen estar equivocadas.

Ignacio Aréchaga

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